La evaluación encierra poder. Todo tipo de avaluación. La de alumnos, la de instituciones, la de sistemas. El abuso puede tener lugar durante el proceso o a través de la utilización torticera de los resultados. Cuando hay poder, existe el riesgo de abuso de poder.
Les pregunté a mis alumnos de la asignatura de evolución qué experiencias habían vivido en el sistema educativo durante el proceso de evaluación. Fue doloroso comprobar que de esas experiencias que les pedí que contasen no hubiera ninguna positiva. Por el contrario, hubo muchas que hablaban de dolor, de angustia, de sensación de fracaso, de injusticia… Escribí sobre esa experiencia un largo artículo titulado “Tatuajes en el alma”. Cito alguna de las vivencias que manifestaron:
– “Recuerdo de siempre la evaluación como algo terrible, ya que me causaba y me causa muchos nervios, ansiedad y estrés”.
– “Me hundieron. Desde ese año no tengo miedo, tengo pánico a los exámenes. Tomé una decisión: cambiarme de Instituto. repetí COU, saqué de nuevo sobresalientes…”.
– “A mí personalmente me causa un miedo terrible el tener que ir a ver una nota cuando la ponen en el tablón, o por ejemplo el tenerme que jugar la nota de una asignatura en un examen final en el cual no se valora con justicia mis conocimientos y todo lo que yo he podido aprender o asimilar y no puedo plasmar en un folio en un tiempo determinado’.
– “En una asignatura lo pasé fatal, pues se puede decir que estudié mucho para nada, pues el examen no tenía que ver con el contenido”.
Podría multiplicar los testimonios que hacen referencia al sufrimiento, a las comparaciones, a las represalias, a la sensación de injusticia, a las arbitrariedades, a los engaños… No digo con estos testimonios que los profesores y las profesoras lo hagamos mal. Digo que tenemos que pensar en estas vivencias de los alumnos y de las alumnas.
Este no es un artículo contra el profesorado sino sobre el profesorado. Una invitación a la reflexión y a la autocrítica. Tenemos un arma en la mano y debemos pensar si la utilizamos con cuidado y acierto. Un cuchillo puede servir para curar, pero también para herir.
El mundo de los sentimientos está silenciado o ignorado muchas veces en la educación. Tanto el de los profesores como el de los alumnos. Parecería que unos son máquinas de enseñar y otros máquinas de aprender.
Acabo de leer un estupendo libro de Kamila Shamsie titulado “Sombras quemadas”. Voy a reproducir un párrafo, a pesar de su longitud, referido a uno de los protagonistas de la novela, un magnífico estudiante:
“El pánico que le sobrevino cuando echó una ojeada a las preguntas no era nada nuevo. Durante años había tenido esa sensación de caída libre mientras iba saltando con la mirada de una pregunta a la siguiente, incapaz de leer ninguna de cabo a rabo, de modo que las palabras y frases de diferentes enunciados se solapaban en su mente y acababan creando un amasijo ininteligible. Entonces se esforzaba por recuperar la calma y concentrarse: si leía más despacio, las palabras cobrarían sentido y podría escribir todas las respuestas. A veces, el pánico le duraba más de lo normal y necesitaba leer las preguntas tres o cuatro veces para entenderlas. Pero la tarde de la última prueba de su vida de colegial no había podido. El revoltijo de palabras solo se hizo más y más indescifrable; cuando intentaba leer, únicamente veía manchas de luz ante sus ojos, y no paraban de venirle a la cabeza respuestas absurdas en japonés a cuestiones que ni siquiera entendía. Era consciente de que debía calmarse, de que el pánico solo engendraba pánico, pero entonces recordó que aquel examen era obligatorio, y que, si no lo aprobaba, suspendería todo. ¿Cómo podría volver a mirar a su padre a los ojos. En cuanto pensó en Sajjad Ashraf (el rostro confiado y expectante) se quedó en blanco. Y a continuación ya estaban recogiendo los exámenes. Así, sin más. Y él no había empezado…”.
Y páginas más adelante: “La segunda vez había sido incluso peor que la primera. Ya antes de entrar en la sala, había perdido la facultad de entender: cuando se dirigía a examinarse en autobús, al fijarse en las carteleras y los graffiti vio que las palabras se le desenfocaban. Y cuando el examinar dijo que podían empezar a escribir, su corazón latía con tanta fuerza que temió que fuera a salírsele del pecho No entendía nada. Ni siquiera era capaz de sostener la pluma. A los cinco minutos, salió de la sala y volvió a casa, incapaz de mirar a sus padres a los ojos cuando lo vieron entrar y se dieron cuenta de que era muy pronto, demasiado para que hubiera acabado la prueba…”.
He recurrido a una novela para citar un testimonio aunque estoy convencido de que, en el libro de la vida podríamos encontrarlos a miles.
¿Cuántas personas han sufrido la tortura de la evaluación? ¿Cuántas personas se han sentido angustiadas antes y maltratadas después de la evaluación?
Hace unas semanas, en un curso impartido a docentes de diferentes Facultades de la Universidad de Granada, una profesora levantó la mano para decir que un alumno, al comienzo de un curso, respondiendo a la pregunta que ella les había formulado sobre sus expectativas, dijo:
– ¡No sufrir!
Es una modesta aspiración, pero muy clara y muy significativa. Esa demanda revela una historia de dolor y de angustia.
Creo que nuestra actitud debe ser sensible hacia el dolor gratuito. Se puede exigir e, incluso, suspender con respeto. Se puede exigir con dureza y suspender con arrogancia. No abogo por la blandura y la falta de exigencia sino por el respeto y por el amor.
Importante cuestión. Me preocipa que algunos disfruten mientras más suspenden. Se diría que les gusta ver sufrir a los alumnos. ¿Por què se tiene que sufrir sin necesidad? No digo que no haya que exigir, pero eso es otra cosa.
Recordaré siempre un examen de Historia Medieval, en el que el profesor, delante de su mesa con el Examen en la mano, se sonreía, mientras les enseñaba las preguntas a los “Mariachis” (así llamábamos a los ayudantes). En ese momento me volví a los compañeros y les dije muy bajito: “¡Qué pocas ganas trae éste de corregir!”
El habérmelo tomado un poco con humor, me relajó y aprobé, pero no es lo normal.
Hay para rato y para demasiado dolor.
Gracias.
Como padre pienso que la evaluación es un recurso más para aprender, el problema está en el profesor que en muchas ocasiones no sabe llevar a cabo una evaluación relacionada con los contenidos que imparte. Los profesores imparten conocimientos sin tener claro el objetivo que se persigue, no identifican el contenido mínimo que es imprescindible que aprenda el estudiante y la estructura que subyace a la construcción del conocimiento posterior. No se parte del conocimiento previo de los alumnos. Los alumnos no identifican conceptos básicos y no gestionan sus ideas para construir un aprendizaje significativo porque en muchas ocasiones no lo sabe ni el profesor. La enseñanza no es un enseñar un “tutifruti” donde cualquiera sabe y puede. Y luego la evaluación evidentemente no se corresponde con lo impartido, graduado en función de su importancia y de ahí el fracaso. Siento como mi hija cada vez que tiene examen parece que tiene que encender una “bola de cristal” para adivinar lo que le va a preguntarle el profesor del totum-revolutum que entra en el libro de texto (otro aspecto a tratar en otra ocasión).
Yo soy de la opinión que de un profesor excelente resulta poco fracaso escolar. Aspecto que no está reñido con la exigencia, el esfuerzo y la pasión por aprender.
Yo voy más allá. Creo que en la mayoría de los centros no estamos evaluando correctamente: http://www.egomecum.blogspot.com.es/
Gracias por recordarme lo que parece obvio y es, por ello, tan difícil de lograr.
Gracias por recordarme, que esas “decisiones” afectan a gente a las que, cortándoles las alas (dentro del laboratorio del sistema), se las convierte en inútiles (para la vida).
Pingback: La evaluación como tortura | El Adarve | Educación a Distancia (EaD) | Scoop.it
En la evaluación, además de las sensaciones, hay que tener en cuenta las impresiones. ¡Cómo la imaginación discurre y crea pensamientos y juicios apriorísticos! Que no sé si siempre se corresponden con la realidad.
Por una parte está la impresión del alumno, sobre cómo ha realizado un examen, de cómo ha sido evaluado o de la actitud del profesor ante él o el examen…
Por otra parte está la impresión del profesor, del alumno y su capacidad antes de realizar la prueba, de cómo ha realizado la prueba, una vez realizada el examen de si se corrobora con la impresión inicial,…
Curioso este mundo de las impresiones… Quizás cuantas más impresiones se produzcan será porque hay menos diálogo entre el profesor y el alumno sobre el proceso de enseñanza y aprendizaje…
Pingback: La evaluación como tortura | El Adarve « juandon. Innovación y conocimiento
Una representación constituye una imagen o una idea que sustituye a la realidad haciendo presente en la conciencia un determinado objeto; una visión construida que expresa e interpreta los distintos procesos sociales desde la vida cotidiana, jugando con la paradoja que encierra la existencia objetiva y subjetiva de todos los procesos sociales; en ella se encierran determinados sentidos que buscan de alguna manera interpretar lo real y las realidades asignándoles connotaciones que cobran sentido desde un determinado contexto. La evaluación nace de un intrincado y enmarañado proceso social, constituye un complejo fenómeno que demanda distintas representaciones tanto por parte del que evalúa como del que es evaluado; llama la atención que siempre hay una mirada negativa, un relato doliente, una triste historia en cuanto el ejercicio del poder que se pone en juego durante los procesos de evaluación; tal vez este sea uno de los aspectos más significativos que deben repensarse a futuro y anotarlo como materia pendiente en agenda educativa; porque la evaluación en su naturaleza más que técnica es – como le gusta decir y enseñar a nuestro maestro Miguel Ángel- es profundamente ética.
Saludos desde Argentina, en medio de un bello otoño repleto, lleno y abundante de mil ocres y amarillos.
Haciendo referencia al autor Augusto Cury, voy a hacer el siguiente comentario:
Los buenos maestros evaluan, los maestros fascinantes ayudan a sus alumnos/as en la búsqueda de recursos para superar evaluaciones. Un abrazo a todos.
Haciendo referencia al autor Augusto Cury, voy a hacer el siguiente comentario:
Los buenos maestros evaluan, los maestros fascinantes ayudan a sus alumnos/as en la búsqueda de recursos para superar evaluaciones. Un abrazo a todos.
Todos hemos pasado por situaciones dolorosas y estresantes en los exámenes y ahora como maestra pienso que debemos ser parte de la solución y no del problema y creo que la solición empieza por el Conocimiento (con mayúsculas) de nuestros alumnos y quizás habrá que pensar en esos procedimientos en los que se juegan todo a una carta, sin que sirva para demostrar realmente una verdadera competencia.
Si, si, porqué será tan terrible eso de ser evaluado? esa angustia terrible, y que no tiene que ver con lo que sabés…
Siempre la misma angustia, aunque hayas aprendido con el correr del tiempo a “dar” exámenes… Recuerdo el último con 50 años cumplidos y con mucho estudio encima… Un curso sobre técnicas ABA, para trabajar con niños dentro del espectro autista. Estaba tan nerviosa que no podía pensar en las preguntas… las contesté de manera mecánica y no las volví a leer para repensar las respuestas… Eramos alrededor de cien personas… Terminé primera. Sé que aprobé.Nunca supe la nota. No me animé a preguntarla. Tampoco importaba demasiado… Solo importaba lo que había aprendido…
” Enhorabuena Profesor por su reflexión tan sensata.Pero ¿quién evalúa a los evaluadores?
Gracias porque leyendo esto uno sigue creyendo en la auténtica educación.El problema está en que seguramente las personas que más urgente necesitan hacer esta autocrítica,no leerán este artículo.
Al leer, he recordado la fantástica charla que pronunció vd. en mi colegio sobre La educación de las emociones. Allí nos puso un ejemplo muy elocuente: Un profesor que suspende mucho es como un cirujano que en cada operación… de la sala, sale.. un cadáver.Hace cincuenta años, los estudiantes de entonces, conocíamos casos.Ahora en la era de las nuevas tecnologías, donde la ciencia ha avanzado tanto,sigue pasando. ¿Qué estamos haciendo mal con la competencia emocional?¿O es que un chaval porque tenga dieciocho años no necesita sentirse querido y valorado?
El dificil arte de avaluar…
Soy maestra de Jardin de Infantes, acostumbro a mirar aprendizajes y rpogresos en mis alumnos de 4 años que recien se inician en el Sistema escolar…Por casualidades de la vida ahora soy docente en Superior donde debo colocar notas y “dejar a rendir…” ¿qué es esto? Si! y me lo explicaron: si no dejas a rendir nunca te toman en serio!!!!
Que suerte que aun no puedo acostubrarme y que mis alumnos me respetan igual tengan 4 o 23 años! Su escrito me da fuerzas para resistir! jaja!! Graciaaas verdaderamente!!
Buenas a todos esta semana, desde un llovioso Chile, por fin un poco de agua para amortizar la contaminación y la sequía, vital elemento del que nuestro estimado maestro Miguel Ángel un día nos hiciera esa analogía de manantiales de agua, … no des el vaso con agua, enseña a buscar manantiales…, ¡qué tan importante es eso!, y al caso, en la evaluación, solemos ponernos delante de los evaluados por nosotros. somos guías, facilitadores, muchas veces caminamos delante, otras tantas al lado y con poca frecuencia detrás de nuestros aprendices. concibo la evaluación como aquel camino pedregoso, sinuoso, libre y con muchos obstáculos que recorre el evaluado, lo importante creo es observarlo, ver cual es el camino que recorre para llegar a ese manantial, y que cuente esa experiencia, lo fácil y difícil que fue, las aventuras, si pudo detenerse y observar en un momento a su alrededor, muchos enseñamos y nos han enseñado a lo largo de la historia a buscar el camino más corto, cabeza abajo y rápido avanzar.
“hace unos días, un estudiante del nuevo colegio en el que enseño, al momento de preguntarle por qué no has respondido el examen me dijo: ” es que usted no me dicho lo que tengo que hacer, – vaya, cómo es eso, le respondí, a modo de pregunta- y me devuelve diciendo, es que el año pasado los profesores nos decían lo que teníamos que hacer y cómo responder la prueba, nos daba pista…”.
otro aspecto es el discurso instalado en los hogares, ¿qué nota hoy?, si es buena, te felicito, si es deficiente, castigo. pero jamás preguntan si aprendieron algo o menos que lo demuestren.
evaluar para aprender
saludos.
EVALUAR: señalar, valorar, estimar, apreciar… Oficio de jueces, divino poder, instrumento de la verdad y de la mentira, arma peligrosa y delicada…
¡Cuánta angustia al ser examinado y cuanta desazón cuando he de examinar yo!
A estas alturas de la vida ¿Cuántas veces me habré examinado ya? Incontables… no puedo recordarlas… Soy un especialista en aprobar exámenes pero ¿realmente sé lo que se presume? No. Hay muchas clases de trucos para aprobar: profesores que “insinúan” lo que caerá, examenes diseñados “ex profeso” para superarlos(o suspenderlos), dotarse de una buena técnica para realizarlos (relajarse, planificar, priorizar…), ganarse el favor del profesor, un poquito de piscología (preguntarse “¿Qué querría el profesor que yo respondiera?”)…
A la fuerza ahorcan, así he ido aprendiendo algunos de esos “trucos” a lo largo de la vida. He de “agradecer” a mi profesor de religión en magisterio el último de los expuestos: Así comenzaba la pregunta de su examen ·¿Que opinas de …? y yo, ingenuo de mí, puse lo que opinaba… ¡y suspendí!.
Otras veces basta con planificar bien las respuestas. Conozco el caso de alguien que al presentar un proyecto (creo que de su tesis doctoral) esbozaba las líneas básicas de su proyecto minutos antes de su turno mientras el resto de compañeros exponían el suyo. Aquello dejó asombrados a sus conocidos. A veces basta con tener las ideas bien claras.
Siempre me admiré del sobresaliente que obtuve en un examen de psicología en Somosaguas (Madrid). Había que comentar un libro que debíamos haber leído. Fui de los pocos que saqué sobresaliente y ¡no había leído el libro!; eso sí, nos permitieron traer el ejemplar al examen y pude elaborar mi prueba tratando de ceñirme a lo relevante en tiempo record.
Algunos profesores ponderan muy particularmente el valor de las respuestas. Grabada en mi mente está la profesora que en 2º de magisterio me suspendió sólo por escribir Cervantes con “b”. Esa falta arruinó todo un cuatrimestre de Literatura Española… Mi sorpresa e indignación fue luego mayúscula cuando, visitando la casa natal de Cervanes en Alcalá, contemplé un manuscrito original del genial escritor, firmaba: Miguel de Cerbantes Sahavedra…
Todos hemos oido hablar de profesores anárquicos que corregían tirando los folios al aire y aprobando solo a los que caían en la mesa… o los que concedían el sobresaliente por algún hecho puntual que les caía en gracia, o aquellos a los que “hacer la pelota” era requisito indispensable para el resultado deseado… estos especímenes han formando parte de la mitología del estudiante de todos los tiempos… pero, en su origen, hay algo de verdad.
Hace tiempo ya que no me examino “al modo tradicional”, es decir prueba escrita, exposición oral… pero las veces que me ha tocado hacerlo me han recordado la angustia, el miedo, la paralizante sensación de jugártelo todo a una carta. Eso me ha bajado de la tarima a las mesas.
Y ahora, como examinador de mis alumnos, siento esta tarea como la más desagradable de la profesión. Cada niño que suspendo bajo un peldaño en mi autoestima. Es mi propio suspenso: queremos hacer tantas cosas, arreglar tantos estropicios, que al final compartimos los añicos. Pasan tantas cosas en la escuela, surgen tantas necesidades perentorias que a la hora de evaluar “un objetivo” nos encontramos con que hemos trabajado “todos menos ese”. Sí, ya sé, hay que ajustar las prioridades, partir de una evaluación inicial objetiva, etc. etc.; pero aquí, como en la vida, surgen incidencias improrrogables y hay que saber frenar cuando pasa el tren.
Nos imponen unos conenidos “oficiales”, unos objetivos “oficiales” y unas pruebas “oficiales”, pero nuestros niños no son “oficiales”, cada uno es de su padre y de su madre y criado en su casa “no oficial”.
Se pretende incentivar, premiar la productividad de los maestros basándose en las calificaciones de sus alumnos. ¡Señores, moriré en la miseria! Mis alumnos suspenden (oficialmente) aunque para mí sobresalgan en su trabajo. Son el óvolo de la viuda (Mc 12,38-44) en las liberales arcas de la sabiduría.
Concedo que también tengo alumnos brillantes de vez en cuando… pero mi pensamiento se dirige especialmente a estas ovejas descarriadas, a los renglones torcidos, a las “listas malditas” de muchos colegios: hijos de familias rotas, de indigentes, inmigrantes, acnees, gitanos,feriantes, enfermos, TGD…
No creo mucho en esas evaluaciones “oficiales”. ¿Cómo es posible que de un año para otro los resultados de la PDI (Prueba de Destrezas Indispensables) en su conjunto, y dentro de cada colegio, cambien a veces de manera asombrosa? Es sospechosa la correlación de los resultados con los inereses de quien las propone: si interesa desprestigiar al gobierno precedente se obtienen malos resultados, si interesa prestigiar la propia planificación los resultados mejoran (y si, por el camino, algún resultado desentona, se defenestra al inspector que elaboró la prueba)
Dentro de la evaluación “no oficial”, la verdad es que mis niños obtienen mucho mejores resultados. Y yo, todas las noches hago mi propio examen… de conciencia. Y creo que apruebo.
Respeto,¡que gran palabra!
Evaluar con respeto,¡que gran lección!
¿Evaluar en un solo examen el aprendizaje de una asignatura es justo? A estas alturas la gran mayoría de la gente responderá que no.
¿Evaluar el contenido de una asignatura en tres ejercicios de “copia y pega” es justo? Es cómodo, desde luego, tanto para el evaluador como para el evaluado. Pero, ¿es justo? No.
Soy estudiante de pedagogía en la UMA y ambas situaciones son el reflejo no sólo de la evaluación que experimenté a lo largo de mi vida escolar, sino de la evaluación que he “sufrido” en varias asignaturas durante los tres años que llevo de carrera.
Durante este tiempo he pensado que, con su forma de evaluar, estos profesores me estaban insultando, ahora y después de leer el artículo, lo corroboro.
Me respetas si evalúas lo que aprendo, mi esfuerzo, mi proceso, mi dedicación, mi evolución. Si comprendes que no soy igual que el/la que se sienta a mi lado. Si me explicas cómo vas a evaluarme y me exiges que dé lo mejor de mi.
Gracias por este artículo y por esta reflexión.
La evaluación, bien entendida, es constatar que el alumno ha adquirido los objetivos correspondientes, que como es sabido, se miden en términos de capacidades. La evaluación se basa en numerosos registros: observación sistemática, producciones del alumno, pruebas escritas, actitud y trabajo personal en el aula… Al mismo tiempo, es una rendición de cuentas: el alumno tiene obligación de estudiar, porque sin ese esfuerzo personal, el sistema de enseñanza aprendizaje carece de sentido. Es lo que se hace en todos los centros educativos: numerosos registros individualizados del alumno que permiten calificar (expresión numérica de los resultados de la evaluación). La conquista de metas, por parte del alumno, donde ve recompensado su esfuerzo con una buena calificación (o todo lo contrario). No se puede aspirar a que el alumno, sin más “sea feliz” en el sistema educativo o que se la califique positivamente por el hecho de asistir. Es una absoluta falacia. El marco institucional en España, las leyes orgánicas (veáse la LOE) habla de esfuerzo: el de toda la sociedad, el de los padres, el profesorado, los centros educativos…. y por supuesto, el propio alumno. Un esfuerzo debe ir incrementándose y situar al alumno en una premisa simple, trivial, que no debe ser ignorada: en pleno siglo XXI, una persona podrá realizarse, tanto a nivel personal como sobre todo profesional, proporcionalmente al esfuerzo, al rendimiento, a la pasión por la tarea que realiza. E inversamente proporcional a una falta de maduración, en todos los sentidos, en una sociedad cada vez más competitiva. En definitiva, no son tiempos de utopías, metalenguaje y de “felicidad” para el alumno, a toda costa. Son tiempos de adquisición de cualificaciones no de paraísos terrenales, que precisamente, son los culpables de que tengamos el peor sistema educativo de toda la OCDE. Salud.
La escuela, la educación no forman parte de Los mundos de Yupi. Tenemos entre nuestras manos el futuro de millones de personas que van a tener que luchar a brazo partido por hacerse un hueco en el mundo. Y el modelo de empleabilidad es cada vez más feroz. No podemos permitirnos el lujo, en pleno siglo XXI de tener un fracaso escolar más propio del siglo XIX, un 35%. Ni q
ue los resultados de las evaluaciones internacionales, tan terriblemente realistas, situen a nuestro alumnado entre los peores puestos de la OCDE. Bienvenidos, definitivamente, al realismo. Me encanta hablar de la comprensividad, de los valores transversales, de la autoconstrucción del conocimiento, de la equidad… pero es tiempo de resultados, no de teorías. Saludos.
Estima Juana, ante todo un saludo cordial, y con el respeto que merece su comentario, es de mi interés saber a grandes rasgos la forma que usted tiene para enseñar y evaluar esa enseñanza, en un mundo realista en función de los resultados, pues también busco la mejor forma para cumplir con aquello, y todo antecedente tiene valor para complementar y mejorar, en la premisa de poder aspirar siempre a una mejor modelo en que estoy estudiantes del hoy, son el sustento del mañana.
Jesús Marcial, que bello lo que escribes… Cuentas con toda mi admiración…
Una profunda y magistral reflexión Miguel Angel. Es complicado cómo evaluar objetivamente sin que nuestro alumnado sufra emocionalmente. ¿Cómo puede ser tan paradójico que la atención a la diversidad, el trato personalizado, el trabajo por competencias, o la búsqueda de la excelencia educativa no contemplen abolir una técnica tan medieval y dolorosa que en absoluto refleja las aptitudes, conocimientos y capacidades de nuestro alumnado?
Responder del trabajo realizado con memorias,gráficas de resultados, propuestas de mejora, elaboración de rúbricas…con unos alumnos a los que vemos trabajar -o no trabajar- día a día, no tendría que terminar de una manera tan traumática e ineficaz. Además, la evaluación en la LOE está tipificada como continua y formativa; en ningún momento se nos pide evaluar a golpe de examen o miradas humillantes.
Respeto el placer que pueda producir ejercer poder durante el tiempo que dura una prueba ¿objetiva? Puede que incluso para algunos docentes y no docentes sean los únicos momentos de gloria en sus vidas en blanco y negro.Ser mediocre y profesor parecen complementarse muy bien en esos casos. Lo difícil y valiente es que a profesor le sigan otros adjetivos como creativo, innovador, rebelde, atípico, cariñoso, eficaz, humilde, empático, acogedor…
Gracias, A.F. Sé que soy uno más, que este blog pertenece a Miguel Ángel y a todos los que, de manera admirablemente responsable, colaboran… pero que alguien se fije en mis palabras me consuela de muchas cosas. ¿Sabes que suspendo día a día en la comunicación oral? Si por ella fuera evaluado mis resultados serían desastrosos (tengo una hipoacusia moderada y en ambientes ruidosos apenas puedo participar), pero escribir es otra cosa y me propongo día a día mejorar un poquito. Ya lo dijo Miguel Ángel en su artículo anterior: ¡Hay que escribir! Y es verdad. A mí me ayuda.
Un saludo a todos. Quiero agregar, que recuerdo a profesores que decían: ¡ahora me toca a mi! Al momento de tomar una prueba y después de que sus estudiantes se habían portado mal. Es un arma de venganza que tiene el profesor, es una práctica más común de lo que creen.
Pienso que el problema es mucho más grande, debemos cambiar nuestra cultura evaluativa, tanto de quien evalúa como de quien es evaluado. Hagan una experiencia y no pongan nota, qué pasará… Los estudiantes responderán de la misma manera? Estoy seguro que no y luego llegará el apoderado y reclamará una nota, no podemos pensar en aprender sin la nota, estamos tan empapados de esa forma de evaluar que se nos hace difícil aceptar que no hay notas. Nos hemos convertido en negociantes, qué nota lleva este trabajo nos dicen nuestros niños, es con nota profesor? Ponemos más empeño si va con nota.
Somos todos responsables de cambiar en nuestra cultura de calificar por evaluar, pero se necesita un ambiente propicio donde evaluador y evaluado sean cómplices y responsables cada uno de su rol.
Un gran abrazo y agradecido
Héctor
Evaluar, punto final y de partida para una buena planificación. Bien hecha sirve para el evaluador y el evaluado. Da cuenta de lo que sabemos y de lo que falta. Muestra con qué profundidad se dio el tema a través de lo que han producido convenientemente o no los alumnos.
Para que no sea tortura; acordar con los evaluados qué se evaluará y de qué forma. La postura, creo, es evaluar lo que saben y acompañar esta evaluación con una autoevaluación.
Mostrar de verdad que es una situación de aprendizaje más es muy difícil, pero se puede. Tenemos que vencer los educadores las vivencias que hemos tenido al ser evaluados como alumnos y nuestro “poder” es disfrutar el saber y sentir que nuestros alumnos saben,
Sigamos en esta aventura de enseñar y nunca dejar de aprender del otro.
Un afectuoso saludo. Ciertamente, la práctica evaluadora aún dista mucho de convertirse en una herramienta de aprendizaje, situación que ayudaría a mejorar los procesos de manera significativa. Los docentes que tienen instalado el patrón de asociar evaluación con nota, están imposibilitados de generar esa mirada comprensiva de la evaluación, a la cual nos remite el prof Miguel Santos Guerra. En mi opinión, es prioritario que en los centros educativos se generen procesos de investigación-acción que pongan en evidencia los esquemas bajo los cuales los docentes se están conduciendo. Hay un alto número de docentes que “no saben” porqué piensan de tal o cual manera respecto a la evaluación…. la respuesta más generosa es “porque siempre se ha hecho así”
Un cordial saludo desde Venezuela
Emilda Ceballos
Cuánta razón en estas palabras del artículo. Y cuánta sensibilidad con los que sufren. No resulta muy alentador escuchar que un alumno le pida a su profesora que la máxima aspiración que tiene es no sufrir. Eso nos tiene que hacer pensar a los profesores.
Muchos alumnso no nos dicen lo que realmnte piensan o sienten por temor a represalias. No debe rejarnos indiferentes el dolor gratuito.
Un saludo a quienes leen y escriben, escriben y leen.
Yo lo que pienso es que las evaluaciones a través de exámenes indican el desconocimiento por parte del profesor de sus alumnos. Si hay una asistencia del alumno a la clase y el profesor mantiene una relación y seguimiento de su aprendizaje, para qué someter a la totura de un examen y a la injusticia que lleva implícita, pues sólo recoge una pequeña parte de lo adquirido durante el curso.
Otra cosa es cuando hay que presentarse a “demostrar” las capacidades para un puesto en el que tanto el examinado como el examinador son dos perfectos desconocidos: las oposiciones, no sé si hay otros métodos, pero me parece terrible el presentarse a pasar por encima de otros.
En fin, Miguel Ángel otra vez ha manifestado su sensibilidad para con el ser humano al tratar de evitarle sufrimientos inútiles. Saludos
Esta publicación realmente me ha llegado hondo y ha evocado en mí una espiral de emociones. Al igual que en esos casos comentados, yo también lo he pasado realmente mal con las evaluaciones, lo que implican y los docentes, y llegó un momento en el que no quería ni seguir estudiando, en el que tan solo deseaba abandonarlo todo y salir corriendo hacia ningún lugar. Hoy día soy estudiante, universitaria y para colmo, de pedagogía, parece una broma pero inicialmente comencé la carrera, entre otras cosas, porque quería intentar evitar que otros pasaran por lo mismo que yo, y precisamente por ese tipo de situaciones.
Considero que el problema en sí ya no es la evaluación, sino en muchas ocasiones la forma de verla y la perspectiva de algunos docentes. Puede ser un arma de doble filo y por ello es un tema que ha generado un gran debate, porque la evaluación a mi entender lo que debe buscar es siempre la mejora, y en muchas ocasiones tan solo sirve como un generador de etiquetas: tú vales y tú no; sin ver más allá, el esfuerzo, el compromiso, nada, no se buscan las razones por las que una persona ha podido cumplir o no con los objetivos, sino si lo has cumplido o no, punto. Además, otro factor es que vivimos rodeados de exigencias, y éstas suponen una presión añadida que si no sabemos llevarme bien nos genera grandes problemas, porque bloquean la mente y además generan un sentimiento de inutilidad e impotencia.
Yo por ejemplo, ahora en la universidad reconozco que me he encontrado con grandes profesionales que han llevado a cabo una evaluación consensuada con la que todos nos hemos sentido complacidos y tranquilos, pero ya no solo por la ésta, sino también por la actitud del docente ante ese proceso y por el ambiente que ha conseguido generar de confianza, optimismo, etc. Para mí, esos son los auténticos profesionales. Sin embargo, también me he encontrado con otros que han generado un nivel de ansiedad elevadísimo y que sinceramente, han mostrado una actitud…diré poco profesional por no sonar demasiado brusca.
Lo dicho, creo que el problema ya no es solo la evaluación así y lo que se genera en torno a ella y lo que suponen los resultados, sino los docentes. Sinceramente, basándome en mi experiencia incluso en la universidad, me he llevado bastantes decepciones y lo peor de todo es que al final una se cuestiona demasiadas cosas y acaba perdiendo la ilusión, y no hay nada peor que eso, y que además muchos te den la espalda como si no fueras a llegar a ser nada en la vida.
Son necesarios tantos cambios para conseguir un sistema de calidad…madre mía. Menos mal que hay profesionales de verdad por el mundo que hacen revivir la esperanza en muchos de sus alumnos, porque qué sería sin ellos.
Personalmente nunca tuve terror a las evaluaciones, aunque sí me causaban mucha ansiedad previamente. Estamos justamente al cierre del primer trimestre en toda la Provincia de Córdoba (Argentina), y en el ámbito de mi escuela se oye “ruido a prueba”. Me sucedió que mis alumnos, 4º de Primaria, me preguntaron: ¿Cuándo tenemos las evaluaciones nosotros, seño? Entonces les dije: Yo los estoy evaluando permanentemente, y ustedes ni cuenta se han dado. Hace tres meses que compartimos tiempo, espacio, dificultades, resolvemos situaciones significativas entre todos, y cada uno puede automirarse y decir: “Esto me sale, a esto lo entiendo, a esto otro no”. La evaluación no es un papel con un número por nota, por lo menos eso a mí no me sirve. Considero a la evaluación una acción permanente de observación y diálogo, en cuyas idas y vueltas nos enriquecemos todos, de manera colaborativa, docentes y alumnos, equivocándonos, aceptando errores, no enojándonos cuando nos “sale mal”, volviendo a intentar, volviendo a empezar, poniéndonos a pruba nosotros mismos. Eso del número sirve para medir, es una magnitud, es comparar, invita a competir. Pero…¿Medirnos con quién? ¿Con quiénes? ¿Para qué? Claro, para aprobar. Me hace bien, y creo que a mis alumnos también, medir aprendizajes de otra manera.
Pienso que en la vida no nos sirve para nada medirnos con otros, yo prefiero apostar a que cada quien se vaya superando a sí mismo, día a día, paso a paso. No puedo medir saberes a partir de un trabajo. Una mala nota causa sensación de fracaso. Y el equivocarse no es fracasar,sino brindarse la oportunidad de intentarlo de nuevo. Somos personas, no máquinas. Además de aprender sentimos.
No pretendo decretar nada con esto,sólo estoy pensando en voz alta.
Buena semana para todos.