Los centros educativos (especialmente los privados) velan a veces por su imagen con un celo desmedido y equivocado. Porque, a mi juicio, lo que más destruye la buena imagen es la obcecada e injusta defensa de sus equivocaciones. Es necesario que las instituciones tengan mecanismos de autocrítica y de apertura a la crítica externa. Hay que afrontar, sin masoquismo, con valentía, las limitaciones y los errores. ¿Cómo puede mejorar quien no reconoce los fallos? ¿Cómo va a despertar la actitud crítica quien está cerrado a ella? ¿Cómo va a enseñar a analizar con rigor la realidad alguien que no admite ninguna crítica por verosímil que está sea?
Siempre me he preguntado por las repercusiones que tiene en los escolares la actividad que se realiza en los centros educativos. Escolares que, por cierto, acuden a las aulas casi siempre por reclutamiento forzoso. Incluso cuando las intenciones y las actuaciones de los profesionales hayan sido buenas hay que preguntarse por sus repercusiones reales. (¿No nos asusta pensar en lo que han llamado y llaman ‘educación’ algunas instituciones del pasado y del presente?). Quince años después de finalizar mi actividad directiva en un centro de Madrid hice una evaluación a través de lo que pensaban alumnos, padres y profesores que habían vivido la experiencia. ¿Qué pretendíamos? ¿Qué conseguimos?
Me gustaría hacer la evaluación de una escuela a través de las opiniones de sus ex alumnos. Porque el prisma del tiempo ofrece indicadores peculiares para analizar lo que se vivió y lo que se aprendió. Porque la distancia confiere unas dosis elevadas de libertad para opinar sin tapujos.
Luis Antonio de Villena acaba de publicar un libro titulado ‘Mi colegio’. El autor abre el libro con estas inquietantes palabras: “Me prometí a mí mismo que nunca más, nunca, querría saber nada de ese colegio. Cuánto daño, íntimamente, me había venido de sus días, y qué malas fueron su sociedad y su época. El Colegio se llamaba, y se llama, Nuestra Señora del Pilar, en pleno barrio de Salamanca. Estaba regentado, y supongo que lo seguirá estando, por religiosos marianistas. Una manzana entera de estilo neogótico, muy puro…”.
La obra es un alegato contra una institución en la que el autor vivió días amargos de rechazo y de violencia. Hay buenos alumnos que lo serían en cualquier centro. Pero los centros a los que acuden esos inteligentes y esforzados alumnos es probable que atribuyan el éxito de sus pupilos a sus magníficas actuaciones.
Termina el libro del notable poeta y literato con esta dura despedida de su colegio:
“Adiós, colegio en el que debí ser feliz, y casi nunca lo fui.
Adiós, colegio en el que debí amar, pero nadie me dejó ni enseñó
Adiós, colegio que debió inducirme a la camaradería, pero sólo me mostró rencor y fiereza.
Adiós, colegio en el que debí amar el deporte, pero lo aborrecí.
Adiós, colegio que debió hacerme, pero casi me deshizo.
Adiós, colegio donde debí sentir manos, pero casi únicamente noté pies.
Adiós, colegio bonito, rematadamente feo, el pobre.
Adiós, colegio que debió ser casa, pero pareció calabozo.
Adiós, colegio de angustiosa religión, angustiosa soledad, angustiosa incomprensión, tedio angustioso. Siempre con ganas de salir. Adiós”.
(Acaba de aparecer otro libro de memorias escolares, del que es autor el actual director académico de la Universidad de Barcelona Virtual. El libro se titula ‘Borrón y cuenta nueva. Érase una vez una escuela grande y libre’. Su autor, Gregorio Casamayor, hace una crítica despiadada de “aquella escuela de finales de los años cincuenta y primeros sesenta, la del lanzamiento de la campanilla, o de los azotes con la vara en la palma de la mano o en la punta de los dedos”).
Como profesor, me duele e inquieta este tipo de críticas. Es indudable que, para quien así se expresa, el dolor fue superior a la felicidad y el daño mayor que el beneficio. Sería bueno que cuando se producen estas críticas los profesionales de la educación fuésemos humildes y exigentes en la autoreflexión sobre lo que hacemos y lo que somos. Es fácil que la reacción sea defensiva y que quien resulte a la postre descalificado sea el ex alumno crítico. Cuando el dedo señala la luna, el necio mira la mano.
Hace algún tiempo vinieron a verme al despacho de la Facultad los padres de una alumna de un centro religioso. Me contaron que estaban preocupados por la mala marcha de su hija y no sólo de su hija sino de todo el grupo en que ella estaba. Me mostraron una carta que habían dirigido a la directora en la que solicitaban una entrevista. Me enseñaron también la respuesta de la directora. Decía, más o menos, lo siguiente:
“Hemos leído la carta que nos han enviado en la que muestran su preocupación por la marcha de su hija y de la clase a la que pertenece. Estamos dispuestos a celebrar la entrevista que piden, pero ya les anticipo que la Dirección de este centro pone el máximo empeño en el buen funcionamiento del colegio y que todos los profesores que trabajan en él son magníficos profesionales que realizan su tarea con el mayor celo posible”.
– ¿Qué hacemos?, me preguntaron.
Les di mi opinión, que nunca supe si decidieron seguir (porque ellos sabían muy bien que no siempre se menosprecia a los aduladores y se valora a los críticos):
– Escríbanle a la directora una carta diciendo que pensaban celebrar una entrevista para ver cómo podían colaborar en la mejora de la situación pero que, como han visto por la carta que tanto la dirección como los profesores son perfectos, han desistido de celebrarla para no perder el tiempo.
¿Qué sentido tiene proponer una mejora a quien cree que sólo la necesitan los demás porque ellos son perfectos? Resulta más fácil decir que la mano que señala la luna es una mano torpe, sucia y deformada.
El necio mira la mano
18
Nov
¡Cuan acertado es su pensamiento! y justamente, fue lo que me sacudio este fin de año pasado cuando estuve en al acto de finalización de estudios de mi sobrina; digo sacudón porque las expresiones fueron similares a las escrituras del poeta y literato en su libro solo que en este caso, particular vivido, le daban un tono jocoso y burlon señalando las acciones y omisiones de cada profesor y hasta del director: quede perpleja,desilusionada y desencajada ya que parece ser esta la manera \