Morderte las uñas, fumar demasiado, picar a deshoras, abrir la nevera en mitad de la noche y zamparte medio bote de pepinillos de la marca “Río Verde”, la infidelidad, la infelicidad, la ineficiencia, la impuntualidad, ser un presuntuoso, un pedante, un petulante, beber en exceso, dejar la medicación a la mitad del tratamiento, saltarte la cita del podólogo, los siete pecados capitales, il dolce far niente… Cualquier hombre, o mujer, o lo que sea, digamos cualquier persona moderna tiene vicios, defectos, pequeñas grandes tachas. Hablemos de ello.
Lo primero que hay que hacer con los fallos, las carencias, los pecadillos veniales…, es hablar de ellos. Hablar de las cosas siempre es bueno: libera espacio y, como decíamos hace poco, eso de “compartir es vivir” siempre funciona. Yo, como cualquier hijo de vecino, tengo mis cositas. Por ejemplo, parto de la idea de que soy un tipo bastante responsable, en ocasiones con lo que me apasiona soy muy responsable, pero por el contrario con lo que no me gusta, ni me apasiona, puedo desarrollar un pasotismo cruel. Digamos que me da igual, que paso de verdad, que a otra cosa mariposa, que le den…
Otro defecto claro de mi personalidad es la procrastinación. Procrastinar es aplazar una obligación y, en eso de postergar, soy un Hércules. Tengo listas y cuadernos con tareas pendientes que voy tachando, pero nada. La pereza y la mala gestión, ya ves, otros dos defectos a los que debería dedicar un párrafo, siempre me condenan a los infiernos de la incomodidad. A estas horas de este día, tendré entre siete y diez cosas a las que debería meter mano. Entre ellas, contestar varios mensajes, llamar al seguro, devolver un recibo de los muertos y otras gestiones. Entre siete y diez cosas, ya digo, en esa maldita lista de la procrastinación y aquí me tenéis.
Un fallo más. Mi cabeza loca: soy olvidadizo hasta el extremo y lo pierdo todo. Juntos, ambos elementos químicos, el olvido y ser un perdulario (así se ha dicho en casa siempre, “perdulario”) son explosivos. He perdido llaves, carteras, pasaportes, gafas, abrigos, guantes, paraguas de cuando llovía, dinero, libros, ideas buenísimas con las que hubiera escrito Crimen y Castigo… Una vez, perdí el alma en una noche salvaje en el parking de Pachá y, otra vez, me dejé a mi mujer en una gasolinera. De locos. Y lo peor, de ser un perdulario es la incomprensión que sientes por parte de los demás y el dolor que te punza cada vez que vuelves a perder otra cosa.
El caso es que lo segundo que hay que hacer con los defectos es ser indulgente con ellos. Hay que saberse perdonar y seguir adelante. No, no somos perfectos. Ya nos machacamos demasiado con los demás, los Likes, el tiempo que pasa, la idea de la muerte, las modas y las culturas, como para hacernos más daño con nuestros propios errores. Es masoquista y no suma. A veces, las máculas son signos de una personalidad concreta y nos definen, podemos decir que son parte orgánica de nosotros. Mis pequeños errores hacen que sea yo, un tipo único e irrepetible, está feo que lo diga. Frente a la imperfección o el vicio, más autoestima, seguridad y personalidad.
Mi tercera reflexión sobre el tema es que frente a las lacras de uno mismo tenemos la obligación de intentar enmendarnos. Sí, después del aparente elogio que he hecho del defecto también soy capaz de sostener lo contrario. A veces, nuestros defectos salpican a los demás y generan sufrimiento. Por ello, hay que intentar superar aquellas fallas que dejan de ser veniales y el mejor consejo es que “la salida siempre está hacia dentro”. Mirarse más al interior, lo que viene siendo la introspección, la observación, la reflexión y un método a través de metas concretas puede ser un primer paso para ser nuestra mejor versión y superar esos defectos.
En fin que la lista sigue hasta el infinito y más allá: el mal humor, la mala sombra, ser un maniático o un exagerado, estar pegado al móvil todo el día, la apatía, la mezquindad, la frialdad, la necedad, entrenar lesionado, colarte en la fila del súper, robar un rímel del súper, no saludar educadamente a la cajera del súper, no hacer el Bizum que le debes a ese amigo que te pagó la cena del finde, no arreglar la persiana de tu cuarto por la que entra un rayo de luz insoportable de una farola rota, quedarte mirando a las musarañas, como un lelo, en las Batuecas, el Síndrome del Impostor…, defectos, carencias, pequeñas grandes tachas.