Desamor

5 May
Animal Salvaje. Sibilla Paci.

Se acabó. No te aguanto más. No aguanto nada de lo que haces, de lo que eres. En verdad, cuando digo “nada” quiero decir que “todo” lo que haces, lo que eres, me parece insoportable, me enfada, me asfixia, es feo… Feo como esa manera tan tuya de decir las cosas como si fueras un contertulio de la radio, neutral o gris o aparentemente equilibrado, tan pedante y nunca tomas partido, joder. O sí, cuando hablas de temas deportivos, ahí sí que tomas partido, qué fácil, con esa manera tan grotesca de alzar la voz y señalar al infinito con tus dedos delgados y deformados. No, no te aguanto más. Son más de quince años juntos y nunca te lo he dicho pero ya.

Ahora tengo la fuerza suficiente como para hacerlo. Se acabó. Estoy harta de tus ronquidos, de esas vueltas infinitas en la cama, tirando de las sábanas, dejándome desnuda en medio de la noche fría y tú, nada, sigues ahí, roncando, respirando asfixiado como si te fueras a morir pero no te mueres, dándome patadas, con el sonido de los auriculares al tres y ese bisbiseo que yo oigo y que no-me-de-ja-dor-mir. “Escucho podcast de historia para dormir”, dices tan petulante pero tardas en dormirte cuarenta segundos. Qué historia y qué historia. Tampoco soporto tu manera de levantarte como si no hubiera pasado nada, descansado, grácil, y entonces abres la ducha y vuelves a despertarme. No lo aguanto.

No aguanto tu manera de andar desenfadada, chulesca, como si tuvieras dieciocho años o como si fueras una estrella del pop. No los tienes, tienes más de cuarenta, y no eres más que un comercial, bueno tú dices EJECUTIVO DE CUENTAS, qué ridículo. Creo que se llama disonancia cognitiva pero qué vas a saber tú. No aguanto a tu familia. No aguanto las llamadas de tu madre. No aguanto tu manera de cocinar, si es que se puede llamar “cocinar” a hacer de vez en cuando algo de carne en la barbacoa y algún huevo frito. No aguanto tu ropa de trabajo, ni tus perfumes. Qué horror. No aguanto tu inoperancia a la hora de arreglar cualquier cosa en casa. Ni siquiera sabes llamar al técnico del lavavajillas para solucionar lo del aclarado, que llevamos así tres meses. No aguanto la manera que tienes de tocarme, de mirarme, de sonreír.

¿Te enteras? Te estoy diciendo que te marches. Que te vayas. Que no quiero estar más contigo. Y sabes una cosa: me das tanta pena, porque me das pena. Sí, una pena mansa porque no tienes la culpa de nada. Vives ajeno a ello, ya digo disonancia cognitiva, vives ajeno a ti y, por supuesto, a mí. Todo el día trabajando o pensando en el trabajo. Ni que vayas a heredar la empresa. Conectándote los fines de semana. Respondiendo mensajes a última hora de la tarde o antes de cenar, justo cuando hay que poner la mesa. Y luego dices cosas del tipo: “trabaja en lo que te gusta y no tendrás que trabajar nunca”. Esa frase no es tuya, idiota, es de Confucio. Esa frase no es tuya como ninguna de las que dices para hacerte el interesante pero finjo, en verdad fingimos todos, y hago como que es tuya y ya está.

Sí, porque llevo años fingiendo. Fin-gien-do. Ese ha sido nuestro secreto. Y ya que estamos. Sabes que la palabra fingir viene del latín y significa fracasar. Fra-ca-sar, sí, como nuestra historia. Una historia de fracaso, amor mío. Porque llevamos años sin contarnos cosas importantes, de las de verdad, de las que te hacen reflexionar, sentir, reír… Apenas hablamos, ni nos amamos. Llevamos años sin hacernos en el amor como Dios manda, sin follar como salvajes. Y no, no te preocupes, no me voy a ir a follar con cualquiera por ahí, no es mi intención, que podría hacerlo ahora mismo, quizás con el técnico del lavavajillas, ya ves, y tú no te enterarías de nada, pero no. No te das cuenta, es que llevamos años sin hacernos el amor, sin hacernos la vida. Qué mal y qué pena.

Qué mal, sí, qué mal y qué pena y qué pérdida de tiempo. Y sabes lo peor: lo del desamor. A mí, ya me ves, como que lo tengo superado. Pero, ¿y tú? Tú, que no eres capaz de cambiar el aplique de la lámpara que tenemos rota en el patio, ¿cómo vas a ser capaz de desenamorarte? Te va a doler y te vas a quejar y va a ser patético soportar tus llamadas, tus mensajes, tus lamentos… Vas a llorar mucho aunque te crees muy duro, muy fuerte, muy hombre, pero vas a llorar y yo me voy a reír porque quiero reír, vivir, sentir, hacer el amor, follar como si no hubiera un mañana. ¿Te enteras? No voy a estar contigo ni un minuto más.

Y sé que, como has hecho otras veces, querrás solucionarlo. Me comprarás un perfume caro, Loewe, quizás, comprado en el Duty Free, o un bolso más caro, de Carolina Herrera, traído de tu último viaje a Italia, o me querrás sorprender con otras vacaciones, “nos a Punta Cana”, o a Seychelles, Bali…, pero ya no. Esto se acabó, imbécil, se acabó como empezó, de la nada, con un silencio, con un portazo porque, a estas alturas, todo me parece insoportable, me enfada, me asfixia, es feo. Estoy harta, querido, muy harta. Que te vayas. Que no quiero estar más contigo.  No te aguanto y no voy a decir “lo siento” porque ya, a estas alturas, tras más de quince años juntos, ya no “lo siento”. Se acabó.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *