Que va de Andalucía

24 Feb

Siempre lo he tenido claro. Uno es del lugar donde tiene sus zapatos. Mis zapatos están en Andalucía. En Andalucía, nació Ana y creció Álex. En Andalucía, tengo familia, amigos y trabajo, una empresa digamos. En Andalucía, tengo mi casa, mi patio y el tiempo, y un sol de aperitivo y mediodía, madre mía, qué alegría, y las ganas y la percha y una montañita de sueños por cumplir que eso es vivir. En Andalucía, tengo el mar siempre en frente y las casitas blancas a la espalda, y ella a mi verita, agarrándome la mano, junto al rebalaje: “de paseo, digo”. En Andalucía tengo un amanecer distinto cada día, y la excusa y el relato, y vosotros, y nosotros y ellos echando un rato. En Andalucía el enigma, el embrujo, la memoria, la cultura poderosa, la rosa, mis cosas y el azahar nevado cubriendo de aroma una noche de verano. Al fondo, de esta columna, suenan unas palmas, un cajón, una guitarra…, que va de Andalucía.

Esta columna, en verdad, es un viaje. Un viaje con música y con alegría. Un viaje por Andalucía. Hace años, nos propusimos viajar por las ocho provincias. Viajar que es la manera más apropiada de vivir. Hablar con conocimiento de causa y sentimiento. Ella lo grabaría todo y yo lo escribiría todo. Y entonces, salimos de casa y recorrimos la la N-340, la A-92, la A-4, como Ulises, y los caminos, las cuestas, las costas, y sobrevolamos el océano de olivos de Jaén, la tierra blanca y el cielo limpio, y los márgenes de las playas de Huelva, parada en Punta Umbría para saludar a María, y registramos su luz, que era nívea, abanico y milagro. Ella grabó el ocaso en Ayamonte y yo recordé en El Torcal de Antequera aquello de que “los atardeceres son la prueba de que los finales también pueden ser hermosos”.

Después nos perdimos en las callejuelas del Barrio de Santa Cruz, en el Albaycín, el Sacromonte, las Alcazabas doradas y el Puerto de Santa María. Saltábamos por el mapa, dormíamos en cualquier sitio y nos comíamos la vida. Vivir, vivir, vivir… En la radio, sonaba Carlos Cano, Rocío, Lola y Camarón. Abríamos una puerta y aparecíamos en Baena, en Tomares, en Aracena donde lloramos frente a un plato de jamón con papas y unos picos. Comíamos y bebíamos y brindábamos y festejábamos que habíamos elegido bien. Porque nosotros elegimos Andalucía, o ella nos eligió a nosotros, quién sabe, y así seguíamos la ruta más loca y divertida. Por ejemplo, en Frigiliana, la de las tres culturas, donde una Juana me enseñó que hay trabajar para vivir y no vivir para trabajar, y sentenció: “no seas jartible, madriles, ni agonías ya”. Y en Moguer, tras las puertas de la Casa Natal de Juan Ramón, que también es la de Zenobia, compré uno de aquellos volúmenes de prosa poética y aquella inspiración me hizo abrir mi primer blog que ahora es de La Opinión, de Málaga y de todos vosotros.

Recorrimos Andalucía, de noche y de día. Buceamos en Maro, esquiamos en Sierra Nevada, corrimos por las playas de Conil de la Frontera en un atardecer de oro y grana, nos desnudamos en Vera y en una terraza de Vejer, también de la Frontera, claro, celebramos once cumpleaños y una espera. Hablando de cumpleaños, los 80 de papá nos juntaron a todos en la espesura de Cazorla, y lo pasamos tan bien, aquella cara cuando abrió la puerta, aquellos ojos… Y en la Serranía redonda de Ronda, y a la sombra de la Mezquita de Córdoba, y en Úbeda y Baeza. En Tarifa, un verano, creamos mitos surcando mares y entrando en bares que nos llevaron a otros lares. Y así seguimos el camino, a lo Machado, “caminante, no hay camino”, o como escribió Lorca algo así “como una flecha constante”, “bajo una fría lluvia de polígono”, que escribió Luis Gª Montero, y nos cruzamos con “gente corriente que tenía sangre de reyes”, que cantaba El Kanka. Andaluces de cabecera: la gente del sur siempre presta y dispuesta, gente con arte y acento, gente que sabe vivir.

Y tras desaparecer en El Palmar y aparecer en Agua Amarga que revive a Los Muertos, llegamos a Málaga: la Axarquía, el Guadalhorce, la Costa del Sol, Antequera, Ronda, el Puerto, Larios, La Malagueta, mi Rincón, el Llano, La Pacharca, casa, casa, casa, y dejamos los zapatos, y pintamos todo de colores verdes y blancos, alberos, añiles, gris marengo, naranja silvestre, sol, nube y tierra, a lo Picasso, o a lo Rando o a lo Puche o a la Calleja, sobre este trocito de vida a los pies del Mar Mediterráneo que se cimbrea entre el levante y el poniente y un terral de invierno que calienta la frente. Y así, ya casi 20 años. Lo sé. No seré andaluz pero soy de Andalucía. Andalucía como un estado emocional, un estado de ánimo, un estado vital… y por la noche, Andalucía de luna y azahar, oportuna, moruna, y una cenita en el patio con mi dama de noche, y unas palmas, y un cajón y una guitarra, que empieza a sonar la alegría…, que esto va de Andalucía.

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