1982

28 Oct
1982.

Yo de 1982 no me acuerdo de nada, bueno, en verdad, de muy pocas cosas. Así que, por ello, creo que tengo motivos para escribir de 1982. Todo el mundo lo está haciendo. Todos hablando de Felipe y de Guerra, de la histórica victoria socialista, de aquel emocionante instante en el que todo parecía empezar de nuevo. Yo recuerdo poca cosa: el salón de casa, la tele en color, el sillón de escay, la Noche de Reyes, los domingos por la tarde, el Mundial, Naranjito, el cole, el judo… Recuerdo ser un niño al que le encantaba el pan con plátano y que jugaba al fútbol en el pasillo y se creía Hugo Sánchez, en el Atleti, claro, frente al Liverpool, y bummm, golazo contra la puerta y, finalmente, la voltereta.

Yo de 1982 recuerdo muy poca cosa pero una escena la tengo marcada a fuego. Una tía mía diciéndole a mi madre que su hija, mi prima, una de esas primas mayores y maravillosas que uno tiene, había votado a Felipe González. En verdad, dijo “Felipe”. El silencio abultado e incómodo resonó impecable en el portal de Santa Ana 4. ¿Una de mis primas, a Felipe González, en mi familia…? Yo no entendía nada, apenas tenía seis años y aún llevaba pantalones cortos en invierno y unos jerseys que picaban una barbaridad. Sin embargo, noté que algo estaba cambiando, que las cosas de siempre se empezaban a tambalear, incluso, en mi familia. ¿Felipe?

Para mí lo de Felipe era como si me decían Guillermo o Juan. Creo que pude pensar incluso en un amigo de Mafalda o así. El caso es que el tal Felipe, o el tal González ganó, yo eso ya no lo recuerdo, no se debió hablar mucho de ello en casa, por mayoría absoluta, 202, como si fuera el España-Malta, 12-1, y durante un tiempo se notó una especie de aire fresco recorriendo el país. Como en Cuéntame, la fotografía y las texturas empezaron a cambiar, y parecía que volvía el color y que nos poníamos a la altura de nuestros vecinos. Por fin, superábamos aquello de Bismarck, que nunca dijo Bismarck: “España es el país más fuerte del mundo: los españoles llevan siglos intentado destruirlo y no lo han conseguido”.

Recuerdo años después, cuando empezaba a trabajar en la radio, con 14, en la mítica RKR Radio, que los mayores de la redacción debatían sobre cómo estaba cambiando todo: la entrada en Europa, la construcción de autovías, el venirnos un poco arriba, fuera los complejos, la necesidad de empezar a convivir sin preguntarnos por el pasado… El tal Felipe o el tal González se la marcaba, aunque yo seguía pensando en la escena del portal, con mi madre y mi tía, que se me quedó marcada a fuego, vaya historia, ¿no?, y yo comprando el periódico todos los días para estar a la altura de aquella redacción y aprendiendo esto del periodismo. El tal González, ya digo.

El escritor Sergio del Molino me (nos) recuerda aquellos años con su último libro, “Un tal González”, una obra híbrida, irónica y lúcida sobre aquellos maravillosos años de nueva democracia. Sergio, que es de lo mejor de nuestra generación y con el que tuve el placer de hablar hace poco, siempre escribe desde un lugar inédito, sin rastro de victimismo o doctrina de la esperanza. Eso me gusta. Sergio del Molino mira desde la óptica de los que ahora tenemos cuarenta y apenas recordamos nada del 82 y lo hace para saltar una pantalla y, en medio del torrente contracorriente, colocarnos en otro espacio. Sergio expone una idea que me parece reveladora: «quizá empecemos a apreciar ser hijos de la transición más que nietos de la guerra civil».

Del Molino se coloca en un sitio donde apenas se había colocado nadie y escribe la crónica de Felipe desde una generación que ya le está dando la vuelta al jamón. La nuestra. Durante años, como una dogma se nos ha interpelado como si tuviéramos que situarnos en un frente u otro, como si la Guerra Civil fuese irremediable en este país, incluso desde un punto de vista teórico. Nunca he sentido eso. Del Molino sabe distinguir entre la ideología y los contextos y nos sitúa en un espacio de nueva conciliación, de cierta calma, la que tanto necesitamos, otra vez, superando prejuicios, entendiendo la historia pero sin tener que anclarse a ella, a la de las dos Españas. Me gusta, me siento cercano a esa idea tan fulgurante.

Yo, como digo, de 1982 recuerdo muy pocas cosas. Por eso, me siento legitimado, más que nunca, para cerrar esta columna. Yo del 82 recuerdo a Naranjito y su novia, oficialmente su compañera, qué modernos, que se llamaba Clementina, los ecos de los ecos de La Movida, los susurros de los cantautores, la heroína en La Latina, los atentados de ETA y la emoción de E.T., el accidente de Aeropuerto de Málaga, la visita del Papa, el gol de Hugo, la voltereta…, poca cosa, ya digo, de una memoria que no existe, de espejos rotos, que miente.

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