Empezaré por el principio, pidiendo perdón. Voy a pedir perdón por esta columna y por todas las demás. Porque a veces, esto del columnismo pop exige un tiempo que no tengo y voy muy deprisa, y en ocasiones los temas no son los adecuados al día, y porque me dejo siempre algún sinónimo impreciso -siempre los sinónimos son imprecisos-, y se escapa alguna errata y al releer, otro día, mañana por ejemplo, siempre pienso que debería haber escrito esta columna de forma diferente.
Pedir perdón es, aparentemente, fácil y está un poco demodé, como olvidado. El perdón es un acto imprescindible que nos define como humanos, humanos imperfectos que es lo que somos. No se escucha mucho pedir perdón en estos tiempos y cuando alguien lo pide parece que se humilla, que se devalúa, sin darnos cuenta de que el perdón establece límites que la transgresión no debiera volver a traspasar y porque el perdón funciona.
Todos los días, modero en la tele una tertulia política en la que debatimos de la actualidad y surgen enfrentamientos dialécticos muy interesantes y jugosos. En ese choque, cada contertulio saca sus argumentos para intentar convencer a la otra parte. De eso va la cosa. Y es curioso pero, en muy pocas ocasiones, he escuchado decir a algún tertuliano “pues tienes razón, me has convencido”, o decir de algún tema “no sé”, o pedir perdón por algo que haya podido ofender o errar: “lo siento mucho, no volverá a ocurrir”.
Creo que, en general, deberíamos pedir perdón y perdonar con más naturalidad, sin tanta carga, ni hostia, sin tanto retraso que la vida es muy corta. Yo pido perdón porque soy un cocorroto y no siempre soy la mejor versión de mí, perdón porque me lío con ideas absurdas e ignoro conversaciones cercanas, porque durante esta pandemia “yo también” he infringido normas poniéndome y poniendo a otros en peligro, porque en ocasiones desaparezco y no me encuentro ni yo. Pido perdón porque no suelo pedir perdón.
Tengo un amigo que siempre pide perdón. Lo hace de forma disuasoria, sabiendo que pedir perdón es una carga para el otro y un arma de destrucción masiva si el perdón está lanzado en el momento justo. Este amigo, al que no citaré por supuesto de lo contrario tendría que pedirle perdón o permiso, utiliza el arte de la indulgencia como un vaquero en un duelo del lejano oeste y, lo mejor, es que le funciona. Hay que ser muy mala persona o que la ofensa sea gigante para no saber perdonar. Un ejemplo: mi amigo se comporta mal, pide perdón, es perdonado y la vida sigue.
Se pide perdón para vivir un poco en paz y, en el otro lado del perdón, el que perdona, siempre debe demostrar un acto de generosidad amplia. El juego es complejo y apasionante. Un mecanismo de contrapesos y balanzas que sirve para que nuestras relaciones sociales sean llevaderas, duraderas, humanas. Dicen los científicos que el perdón tiende a ser asociado al bienestar psicológico, físico y con las buenas relaciones. Las personas que tienden a perdonar puntúan más bajo en medidas de ansiedad, depresión y hostilidad.
Hay distintos tipos de perdón. El perdón protocolorio, rutinario, del día a día, que a veces es un mero trámite, el sorry de los ingleses digamos, y el perdón en mayúsuculas, como el perdón de la una víctima de terrorismo, que exigiría otra columna al detalle, y que lleva acompañado compasión, comprensión y una monumental empatía. Un perdón muy interesante que enfrenta a víctima y victimario que sigue a la reconciliación y al encuentro, como un relato o un recorrido, que no siempre es fácil y que exige mucha verdad y tiempo y reflexión. Ya digo que este perdón en mayúsculas da para otra columna. Por cierto, ahora estoy leyendo Todos los futuros perdidos, de Eduardo Madina y Borja Sémper, y tratan el tema y hablan de convivir y me gusta y ya os contaré.
El perdón es clave y no se habla del perdón. Como dice mi madre, hay que decir más las palabras perdón, gracias y por favor, y hacerlo sin tanto artificiosidad, sabiendo que con ellas la vida es mejor. Hay pedir perdón y aprender a perdonar porque el perdón es un espacio de libertad frente al odio, que es el verdadero veneno, porque es una necesidad humana, porque acerca y porque el perdón es de guapos y fuertes y porque, ya digo, el perdón funciona. ¿Me perdonan?