Un año en una maleta

24 Dic
La foto del año. Alique. Nuestra boda.

Dame fuego y ambición y déjate de bendiciones. Dame un abrazo y brindemos por haber llegado hasta aquí y bailemos al son del fin de año en el centro del salón cuando todos se hayan acostado. El mundo está loco y hay una luz como de eclipse ahí fuera. Estamos cansados, asustados y hartos. Intento meter todo el año en esta columna como el que mete ropa en una maleta: calcetines, jerséis, una chaqueta, un par de zapatos… Vacaciones de invierno, luces en la calle y la sospecha de vivir dentro de un bucle.

Un compañero de trabajo, una amiga con el que estuviste la semana pasada, un papá del cole, contactos de Facebook, familia de Madrid… Los contagios se replican de forma alarmante, como en una peli de ciencia ficción. Piensas si tú serás el próximo y si estamos dentro de la peli o si somos la peli. En la tele, me hacen otra prueba de antígenos. “Así nos quedamos seguros”, me dicen, y yo ya no sé que pensar, y empiezo a tener ciertas contradicciones sobre mis sólidos pensamientos. ¿Sólidos? Cuando lo fueron. Otra vez, las dudas asaltando mi cabeza como ciertas enfermedades asaltan a un hipocondríaco.

Recuerdo Roma y me relajo. Fue de lo mejor de un año en el que tuve la suerte de viajar bastante, a pesar de todo, a pesar de la pandemia. Roma en esta maleta. El desayuno en la terraza del hotel mientras Nadia bajaba: café, zumo y una deliciosa bruschetta. Mirar desde allí la cúpula de la Basílica de San Pedro y escribir un WhatsApp que decía: “somos millonarios”. Luego pensar que en el Vaticano lo que no es sagrado, es secreto. También recuerdo la broma de “primero la Peronni y luego el Peperoni”, y las calles del Trastevere y muchas risas.

Roma, eterna entre láminas de tiempo, me lleva en esta madeja de pensamientos, en este resumen del año, a Roma, mi perra. De Roma a Roma. Siempre que escribo esta columna, me acompaña aquí, a mis pies, en su cama. Roma, mi perrilla Beagle, y yo llevamos miles de kilómetros juntos en la bici, no exagero. Hoy volveremos a salir. Quizás cuando lea esta columna, Roma y yo estaremos de paseo. Me pongo a Moby, por ejemplo, en los auriculares y, luego, me los quito y vuelvo a escuchar el sonido de sus patitas contra el suelo y entonces soy consciente de este milagro. Después llamo a mamá y le digo con tono castizo, “…pero que guapa eres” y ella: “eres igual que tu madre”, y vuelvo a sonreír y me vengo un poco arriba.

Sale el presidente en la tele, y luego todos los presidentes en cascada, y hablan mucho y dicen poco. Suena a la misma cantinela y a no haber hecho bien los deberes. Creatividad pasiva. Derivan responsabilidades hasta que las responsabilidades nos caen encima a todos nosotros. Vuelvo a la maleta y al año de las vacunas, el volcán, el incendio de Sierra Bermeja, las protestas ciudadanas, el feminismo, el cambio climático y aquella foto de un migrante en Ceuta. Meto todo en esta maleta que llevaré después al trastero con todas las demás. Meto el último disco de Quique, de Lei, de Rigoberta, varios podcast, el libro de Azuaga, de Jabois, Aramburu y Sau. Meto alguna de las entrevistas que he hecho.

Meto la entrevista con Rozalén, Manuel Rivas, Juan Carlos Ortega y algunas otras. Todo el mundo tiene una buena entrevista. Cuando charlé con José Mª Pendón, sordociego, que me enseñó el valor del silencio y la sonrisa. Meto en la maleta varias presentaciones que me quedaron bien, un premio que supo a Victoria, puede que alguna de estas columnas, un Rey Mago, muchos mensajes bonitos y todas las horas de vuelo con las que tanto aprendo. Meto el recuerdo de los que nos dejaron y que siguen con nosotros en esta línea.

Un año en una maleta. No sé por qué ahora, en medio del balance, me viene aquella noche de mayo en el Palacio de Pastrana. Salva Reina, Fran Perea, Miguel Ángel Martín, La Mari y Nieto Jurado vacilando con las azafatas. Malagueños exquisitos y exiliados evangelizando “al son de la buena vida” sobre la Costa del Sol. Y Laura, de Dry Martina, cantando desde el cielo de Madrid e iluminándolo todo.

Un año dentro de una maleta que cierro, un año en el que nos dio tiempo a casarnos. Madre mía, en medio de una pandemia, el AMOR. En verdad, como me decía el otro día un amigo, “si lo piensas, no ha sido un mal año”. Lo hicimos, por fin, con alegría inesperada. Nos casamos. Meto en la maleta la foto que nos hicimos en Alique y la felicidad de Nadia. Meto ese pensamiento que me rondaba aquel día: “entre iguales YA NO está prohibido el matrimonio” y, otra vez, vuelvo a sonreír.

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