En muchas ocasiones, de forma reiterativa y machacona, me pregunto cuánto ganamos cuando perdemos. Otras veces, pienso que para ganar en algunos asuntos, como en una regla matemática, se debe perder en otros. O pienso que la victoria está sobrevalorada, y también los vencedores, y que siempre aprendemos más del error que del acierto. Hablemos de esto, de los tesoros que esconden los errores y las derrotas, de este tiempo que termina y de aprender a aprender.
En este tiempo de impase y reconstrucción, bajo este crepúsculo pandémico, al menos aquí que la vacunación va viento en popa, creo que aún no somos conscientes de todo lo que hemos perdido -y aprendido-. Es cierto, y sería bueno advertirlo, que a pesar de todo lo sufrido y de que hemos caído derrotados en muchas batallas, no hemos perdido la gran guerra de la pandemia. Aquí estamos, muchos meses después y resulta emocionante. El maldito virus no nos ha doblegado y eso ya es mucho. La pandemia, eso sí, ha dejado demasiadas bajas: un número insoportable de muertos, enfermos crónicos con secuelas puede que irreversibles, daños económicos, empresas cerradas, despidos, estrés, crisis, miseria…
Perdimos en minutos márgenes de libertad que jamás hubiéramos imaginado. No teníamos ni idea de lo que significaba vivir en un Estado de Alarma, confinados, con el temor de un Toque de Queda… El mundo imaginado en cualquier serie distópica de Netflix se convirtió en nuestra realidad, una sucesión de días inquietantes entre pantallas de Zoom y miedo. De pronto, sin darnos cuenta, pasamos de ver la serie en casa a estar dentro de la serie para, finalmente, terminar siendo la misma serie distópica de Netflix que nunca imaginamos real.
La lista de errores es infinita: detectamos tarde y menospreciamos al virus; no tuvimos en cuenta a los asintomáticos; se infravaloró la ventilación y nos pusimos unos guantes inútiles; faltó coordinación, material y sobró papel higiénico; se gestionó mal el ocio, las vacaciones, las navidades; se equivocó la OMS y los gobiernos se equivocaron; no invertimos en ciencia y lo pagamos muy caro. Nos tropezamos tantas veces, como veces nos caímos.
También acertamos, ojo, y esos aciertos cuentan. El ser humano creó una vacuna eficaz en un tiempo récord, supimos quedarnos en casa y ajustarnos la mascarilla, comenzamos a valorar el increíble poder del tiempo y reconocimos (aunque no sé si lo suficiente) a grandes profesiones que nos salvan la vida. Nos adaptamos. Acertamos. Hicimos cosas bien pero si nos quedamos solo con el dulce sabor de la victoria, no habremos aprendido nada.
Por ello, saquemos conclusiones, busquemos en los depósitos de la memoria una certera esperanza y tiremos adelante. No perdamos la oportunidad de ser oportunos, por una vez, y hacer algo genial, gigante, de oro, con este tiempo de redención que es un amanecer y una ocasión. Ahora que estamos vacunados y el viento de los datos sopla a favor, saquemos conclusiones, empecemos a vivir de forma responsable, a valorar el tiempo, los viajes y los abrazos, entendamos que cualquier error puede ser un gran acierto… Si sabemos leer entrelíneas, si tenemos los ojos bien abiertos y las ganas de dejar un mundo mejor a nuestros hijos, entonces, podría haber merecido la pena.
Jorge Wagensberg expuso, en su bellísimo ensayo ‘El pensador intruso’, que “en el conocimiento científico se avanza de error en error hasta que se acierta, y no tanto de acierto en acierto hasta que se falla”. En ciencia, el error es siempre definitivo y el acierto es siempre bastante provisional. En la vida, igual. Fallamos, nos equivocamos, perdemos y, en ese trance, también ganamos.
Vuelvo al principio. En muchas ocasiones, pienso que el error puede ser un gran acierto si somos oportunos y sacamos conclusiones, que las decisiones fallidas enseñan y que como Wagensberg, se avanza de error en error hasta el acierto. Aprendamos de este tiempo de pandemia y, por favor, no nos olvidemos de invertir en ciencia y conocimiento. Tarde o temprano, volverá el caos y ese sabor a óxido de la derrota provisional porque, esa es otra columna, la derrota siempre es provisional.