Alzheimer

24 Sep

Un amanecer, manso y silencioso, 8.08 de la mañana, que ilumine todos los recuerdos que se pierden. Una mano que se entrelaza con otra mano, esas manos de papiro, dedos que se acarician para hacerle patente que sigues ahí, que no te has ido aún. La pregunta adecuada, la marea imprescindible, ese sonido que le lleva a otro sitio, esa música que le hace sonreír ingenuamente, como un niño. Qué bonito es.

Como cada año, el día 21 de septiembre se conmemora el Día Mundial del Alzheimer. Una enfermedad cuyo alcance, evolución y progresión la sitúan como primera causa de demencia en el mundo en personas mayores de 65 años. Actualmente en España 800.000 personas viven con esta enfermedad y serán el doble en solo dos décadas. Cada año, se detectan 40.000 nuevos casos, según la Sociedad Española de Neurología. Hablamos ya en términos de “epidemia”.

Una música, una copla, una letrilla tarareada, esas notas descabalgadas que llegan a donde no hay luz y conectan los sistemas. El Alzheimer no puede con la música. Ese tango de Gardel, esa copla de Quintero, León y Quiroga, esa banda sonora de Centauros del Desierto, que le lleva a una sala de cine de su pueblo, y de ahí a aquella llanura del oeste americano, y ese perro que ladraba como Trosky, y ese John Wayne que tanto le recordaba a su padre. Recuerdos que se borran.

“Si la tratamos muy bien a nivel molecular podemos hacer alguna cosa para paliarla. De lo contrario, se convertirá en una plaga”. De esta manera, hablaban hace tiempo los expertos en un encuentro internacional en Barcelona. Una epidemia, sí, ese es el diagnóstico, crudo pero realista, inevitable sobre una enfermedad crónica, degenerativa y mortal. Debemos hacer algo. Debemos trabajar en esa lucha imposible contra el olvido. No olvidar a los que olvidan.

Un día, te pregunta: ¿tú quién eres? Y tú, desarmado, finges cierta normalidad, y le dices tu nombre: “soy Roberto, papá”. Él mira hacia un ángulo imposible de la habitación, a un lugar al que no mira nadie, jamás, y añade: “tengo un hijo que se llama Roberto y vive en Málaga”. Paras el tiempo, no sabes que decir, se te viene todo abajo al darte cuenta de que ya no te reconoce, justo antes de que vuelva a la carga, con la mirada hueca, para añadir: “y no le va nada mal”, y lo dice con orgullo de padre, rayando la emoción, mientras vuelve a fijarse en el rincón en el que no hay nada, y piensas que aún quedan cosas bellas ahí dentro. Brillo.

Debemos trabajar ya: declarar el Alzheimer como una prioridad de salud pública; reconocer, automáticamente, el 33 % de discapacidad en las personas diagnosticadas de Alzheimer u otras demencias degenerativas; la puesta en marcha de una Política de Estado de Alzheimer, de un Plan Nacional; reconocer, por supuesto, a la figura del Cuidador Familiar, dotándole de los recursos oportunos: se llama cuidar al cuidador.

Debo esta columna, que se repite todos los años, a todos los pacientes de Alzheimer y otras demencias; se la debo a todas las cuidadoras, suelen ser mujeres; les debo este rato de palabras y calma a todos los familiares que se ven obligados a perderse en miradas huecas y olvidos descomunales. Esta columna, se la debo a mi padre.

Es necesaria más inversión en investigación básica; son necesarios más manos, más abrazos, más llamadas, más músicas y palabras; es imprescindible más cariño, más concienciación, más implicación de todos… Tras un siglo, aún no hay tratamiento para el Alzheimer. Ya se ven las lesiones cuando alguien está vivo, es un avance, pero aún hay más preguntas que respuestas, y queremos todas las respuestas para recuperar todas las memorias.

El pasado 21 de septiembre fue el Día Mundial del Alzheimer pero no debemos olvidar que el Alzheimer acecha, como un lobo hambriento, todos los días. Recuérdalo.

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