Ahora que todo el mundo parece tener un podcast creo, y lo creo verdaderamente, que todo el mundo debería tener un podcast. Creo que todos los españoles deberíamos tener el derecho a poder hacer un podcast, a emitir todo el rato, a decir en voz alta y públicamente lo que nos dé la gana. Lo creo tanto que, si fuera necesario, deberíamos cambiar la Constitución del 78 y añadir un artículo nuevo, el 170 que diga: “todos los españoles tienen derecho a emitir un podcast digno y adecuado”.
Técnicamente, para los no iniciados, un podcast es una publicación digital periódica en audio, o en vídeo, que se puede descargar de internet. Digamos que es, sencillamente, un programa de radio. Un programa que puedes hacer con tu propio móvil y que, posteriormente, puedes subir a una web o a un blog. Un programa sin límites de tiempo y sin presiones. El podcast es la nueva radio, la libertad.
El podcast es como la radio pero en internet, una especie de nueva era de la radiodifusión insisto, una vuelta de tuerca, su versión 2.0 y también su salvación. El podcast ha salvado a la radio con su contenido bajo demanda y ese aire de libertad que permite al emisor hablar de lo que quiera y al oyente escucharlo cuando lo desee. Su formato líquido tiene una alta potencia de comunicación y no existen fronteras para la creatividad. El podcast mola, en serio. Estoy a tope con el tema, es un SÍ.
Tan a tope que, por ello, propongo que todos tengamos un podcast. Que, de alguna manera, nos acerquemos todos a esta gran oportunidad y nos lancemos hacia la gran emisión final. ¿Os imagináis? Todo el mundo haciendo su propio podcast, de cocina, de viajes, de música, de auto-ayuda, generando un contenido infinito para el océano de internet. Todo el mundo haciendo radio, todos emitiendo, hablando, blablablá, y nadie escuchando, todos diciendo cosas súper-interesantes hasta conseguir generar una gran bomba de ruido. Al final y al cabo, es lo que solemos hacer en las redes, ¿no? Vayamos un paso más, en forma de audio, hasta el límite.
Los podcast son los nuevos blogs. Hace una década, más o menos, todos tuvimos la necesidad de tener un blog, una especia de diario en el que todos escribíamos, contábamos nuestra especialidad y éramos más interesantes. Antes, cuando era pequeño se llevaba los fanzines. Los blogs, que eran fanzines 2.0, supusieron un nuevo espacio en el que se volcaba conocimiento y se debatía. Ahora, años después, los blogs son podcast y cualquiera con un micro, o ni siquiera un micro, con un teléfono móvil y una conexión a internet, puede tener su propio programa.
Yo, que hago podcast y produzco podcast, sueño con la posibilidad de que todos tengamos el nuestro. Ayer mismo, llamé a un amigo que me deja largas notas de audio en el WhastApp y le propuse que hiciéramos un podcast. ¿Sobre qué tema?, me preguntó. “Habla de ti, de lo que te arrebata, de lo que controles…” Al rato, me envió su primer capítulo: una teoría descabellada sobre la relación directa entre el precio de las natillas del Mercadona y el IPC. El caso es que funcionaba.
Los podcast son la alternativa a los grandes medios, una salida de emergencia, una rendija en el sistema. Los podcast son una paradoja: por una parte, el gran escenario de la libertad y, a la vez, el coladero en el que cualquiera puede volcar sus debilidades y miserias, en ocasiones, de forma muy cutre. En un país como España, en el que nos encanta hablar y que nos escuchen, los podcast deberían estar protegidos como el Museo del Prado o el Parque Natural de la Sierra de las Nieves.
Los podcast son un nuevo ecosistema sonoro, cargado de libertad y frescura, una montaña de proyectos pequeños que son muy grandes -eso sí cuando son de verdad-, miles, millones de contenidos originales que informan y entretienen, y un terremoto para el mainstrean, para los grandes medios que tiemblan desconcertados frente a este nuevo modelo. De verdad, me flipan los podcast.
Por ello, insisto: todos deberíamos tener un podcast por ley, digno y adecuado, todos emitiendo a la vez, subiendo contenido, todos hablando y nadie escuchando, hasta llegar a la gran emisión final, blablablá, como en La Guerra de los Mundos, de Welles, hasta conseguir gracias a la suma de todas nuestras voces implosionar el sistema desde dentro y para dentro, con 47 millones de podcast lanzados a la vez, blablablá, y luego, buuummm, una explosión sorda, a tomar por culo, para empezar otra vez, y hacerlo (espero que sí) un poco mejor.