Tal día como mañana, hace un año, nos hicimos mayores, llegamos al país donde habitan los monstruos y aprendimos a llorar y a valorar lo sencillo. Tal día como estos días descubrimos palabras nuevas, rincones de casa, verdades a medias y, como escribió Gil de Biedma, que “la vida iba en serio”. Tal día como este domingo nos quedamos mudos frente a la tele y un ser gigante, de pronto, puff, apagó la luz. Tal día como este 14M, de falso invierno malagueño y sol en la Costa del Sol, se cumple un año de aquel primer día del Estado de Alarma.
Tal día como mañana, hace un año, saltaron las alarmas, y comenzó un inmenso dolor global, una extraña incertidumbre inédita, un miedo pegajoso y obsceno. ¿Os acordáis? Claro que os acordáis, como olvidarlo. Aprendimos, en un parpadeo, a bailar con una soledad forzada y a cenar carne fría en el Palacio de Hielo. Comprendimos que había que gestionar el tic-tac de la preocupación, ese tic-tac, tic-tac, y los días holgados y el iPasen.
Tal día como estas jornadas de hace un año, un año ya, escribí una columna titulada “Lo que ganamos cuando perdemos”, y me sonrojo de la ingenuidad de aquella columna y me sorprendo por su clarividencia. Luego, llegaron otras columnas que navegaban entre la exótica esperanza y la áspera realidad, un pesimismo de alquitrán y un fuerte olor a metal. Líneas de texto que dolían, joder que si dolían, líneas de cemento helado y polvo de yeso dentro de la habitación 403 y la historia de María José Gálvez que nunca podré olvidar.
Tal día como mañana, el día del Señor, hace un año empezamos a escalar un 8.000 de nuevas palabras. Términos técnicos, reciclados o insólitos, palabras arquitectas cargadas de dinamita moral que nos cambiaron la vida porque las palabras, ya lo sabemos, moldean el mundo en el que vivimos y nos cambian la vida. Palabras que conocíamos pero que nos pillaban lejos, como estado de alarma, confinamiento, cuarentena, o palabras técnicas, frías y asépticas –PCR, SARS-CoV-2, tasa PDIA– o neologismos como lo de la nueva normalidad, esa expresión tan vacía, que nadie entiende y que todos evitamos. Las palabras nunca son inocentes…, y lo sabes.
Tal día como mañana, el día del sol, hace un año me hice periodista, pero periodista de verdad. Me quedé solo frente a la cámara, como el coronel Aureliano Buendía frente al pelotón de fusilamiento, y pasé más de cien días allí, como cien años de soledad, desnudo, contando continentes de decesos y océanos de enfermos, atravesando este desierto de escarcha y pobreza, con la nariz de payaso en el cajón y volviendo a casa, otra vez solo, por carreteras vacías y ciudades calladas. No soy ningún héroe, lo sé, pero fue todo tan extraño. Lo bueno es que uno aprende que sólo conocemos las cosas cuando llegamos a sus límites y llegamos.
Tal día como mañana, sí, como mañana, hace un año nuestra casa se convirtió en una isla, rodeada de agua y tósigo, un nuevo espacio que redescubrimos y redecoramos, en el que vimos cómo sus humedades y heridas sangraban o, quizás, lloraban. Tal finde como este finde descubrimos que éramos ciegos, a lo Borges o como en la novela de Saramago, y no lo sabíamos. Empezamos a apreciar la energía perenne de un abrazo, del tacto, de estar juntos celebrando con los buenos amigos. Comenzamos a saber que los gestos cotidianos, que tejen nuestra existencia y dan sentido a la vida, son tan pertinentes, inapelables, demasiado valiosos… Eso también fue bueno y ahora lo sabemos.
Y siguiendo este camino, destacando lo bueno que siempre hay que mirar el vaso medio lleno, también habrá que decir que tal día como este 14M, hace un año, empezamos a hacer cosas fantásticas: nos supimos quedar en casa y convertimos el aislamiento social en algo útil, nos preocupamos por los otros, enviamos mensajes, hicimos llamadas para saber “qué tal”, vimos belleza en las redes -música, poesía, conversatorios…-, o aquellos aplausos de las ocho, que nos reconciliaron, aunque fuese un rato, y nos mejoraron unidos. Nos equivocamos, sí, pero creamos cosas geniales.
Tal día como mañana empezamos a mirarnos a los ojos y a cuidarnos un poco mejor, descubrimos que podíamos usar el móvil para conocernos en lugar de aislarnos, y jugar, más y mejor, con nuestros hijos, o descubrir a nuestros mayores a los que, seamos sinceros, teníamos olvidados. Tal día como dentro de un rato, hace un año, madre mía, un año, comenzamos a valorar lo pequeño, la libertad y el miedo, a aprovechar al máximo cada instante y a vivir cada día, este mismo día, hoy, ya, como si fuera el último.