El recuento

5 Mar

Hace unos años en casa, cuando nuestras hijas eran más pequeñas, utilizábamos una expresión que vale para esta columna: el recuento. El recuento era como el culillo de la vacuna de Pfizer, un remake, otra mirada, la cara oculta de la luna… Todo empezó con nuestra hija Alex. Tras contarle el mismo cuento muchas veces, empezábamos a hacernos preguntas sobre el relato que lo terminaban transformando tanto que acababa siendo otro cuento, el recuento.


Esta técnica, que sirve para las historias infantiles, es aplicable a la vida en general. La pandemia, las luchas florentinas del gobierno, la paz mundial, el 8M… Cualquier relato, ante una mirada crítica y muchas preguntas, es susceptible de terminar siendo un recuento, otro relato. Un ejemplo: cojan cualquier noticia de este periódico de hoy y sométanla a un breve cuestionario, perspectiva, tiempo y espacio, y verán que todo cambia.

Recuerdo hacer el recuento de Caperucita Roja, el mítico de Perrault. Tras muchas noches leyéndole a mis hijas que la niña era muy bonita y que tenía una caperuza roja, nos preguntamos: ¿qué importan esos datos para el sentido de la narración? Entendimos que nos privaban de imaginar a otra niña, o a otro niño, otros colores, otras opciones. De alguna manera, nos cerraban todas las puertas tirando las llaves al mar. Nos quitaban las alas, no querían que volásemos. Pero teníamos un plan, un recuento y muchas versiones.


No hablaron del padre, sigo con esto del recuento, sí, del padre de Caperucita Roja, claro. ¿Dónde estaba ese hombre? ¿Por qué quitaron a la figura del padre? Yo soy padre. Nos borraron de la historia a todos los padres. No había alusión a él en ningún párrafo. En nuestro recuento, metimos a un padre que se reía como una jirafa, hablaba cantando y bailaba claqué. Necesitábamos a un padre, un faro que nos iluminara, que nos hiciera reir y que nos hiciera mejores, un padre, y nos lo inventamos. En la historia oficial mataron al padre y luego, sospecho, nos lo ocultaron.


Los cuentos no son siempre como parecen, la vida real tampoco, ni las noticias. Necesitamos algo más de sentido crítico. Y después, saben, mandaron a Caperucita Roja sola por el bosque, por aquel inhóspito y peligroso lugar. ¿No hubiera sido más prudente que hubiera ido la madre o que la pequeña hubiera ido acompañada por algún familiar? No me digan que ni Perrault, ni ninguno de nuestros mayores, pensó que aquello era una locura, que algo iba a pasar, algo malo. Aquella niña pequeña, sola, en el bosque. No fue una buena idea. Nosotros cambiamos algunas cosas a este respecto y, debo reconocer que el cuento ganó, se hizo más divertido, colorido, personal…


La verdad siempre está guardada en cajas con envoltorio de regalo pero es necesario hacerse preguntas, digamos “abrir el envoltorio”. Contaron -así fue el cuento, yo no me lo invento-, que el lobo atacó a la niña. ¿Solo, un lobo? No, eso no puede ser cierto. Los lobos atacan en manada. Es muy difícil que un lobo, por muy hambriento que esté, ataque solo. Un lobo solitario no ataca a una persona, por pequeña que sea, teniendo presas más asequibles. Así lo contaba, supongo que la tradición, y nosotros lo recontábamos todas las noches, lo cambiábamos todo, y todas las noches teníamos un cuento nuevo: lobos, tucanes, padres jirafas y cantarinas, una niña o un niño, caperuzas de colores, ciudades loquísimas, caminos distintos y finales inéditos.


¿Y qué pasa con la abuela? El descuido era brutal. La abuela vivía sola en medio del bosque, en medio de aquel bosque tan inhóspito y tan peligroso, con lobos hambrientos, y sola. Recuerdo que nos preguntábamos si su familia se olvidó de ella, ¿abandonaron a la abuela?, me dijo Álex. Así que nos inventamos unos párrafos y todo fue mejor. Por no hablar de que, finalmente, un cazador que, por allí pasaba, sin saber de la misa a la media, se tomaba la justicia por su mano. Ante este hecho tuvimos que preguntarnos: ¿dónde está el principio de presunción de inocencia, y la templanza, y la piedad, y el derecho romano? Recuento al canto y terminamos.


También lo cambiamos, lo cambiamos todo, todos los días y, os aseguro, que fue mejor. Durante un instante, cada noche, conseguimos crear nuestro propio cuento, nuestro recuento. De la misma manera, insisto, esta técnica sirve para el resto de aspectos de la vida. Yo lo hago mucho, al menos, lo intento. Acercarme a las cosas con una mirada 360 y muchas preguntas. Sólo nos ofrecen una versión y, lo peor, nos arrebatan la posibilidad de encontrar otras perspectivas, nos quitan las alas, nos cierran las puertas… Apliquen a la vida un breve cuestionario, perspectiva, tiempo y espacio, y verán que todo cambia.

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