Se nos está haciendo largo, como dicen se nos está haciendo bola, esto de la pandemia. Demasiado tiempo, agarrados a un cable frío que corta. Hablas con unos y otros, pasan los días y las semanas, y notas cansancio, miedo, hartazgo, tristeza, incertidumbre…. El ánimo de la tropa por los suelos. Pero también, a la vez, sientes una ola de esperanza, de solidaridad y ganas de hacerlo bien, de cuidarnos, y de terminar con este macabro baile de máscaras. De eso va la columna de esta semana, de eso y de nosotros, de esa contradicción, disonancia cognitiva se llama, esta vez, otra vez.
Un personaje de Eugene O´Neill narra la experiencia de cuando una vez se sintió libre. Se encontraba entonces tumbado en una embarcación que navegaba a catorce nudos, mirando a popa, el agua con espuma por debajo, el ritmo cantarín del viento, y él disuelto en el mar y las velas blancas, -I lost myself, I was set free-. En esas quisiéramos estar estos días, estas semanas, como antes, como siempre, navegando a catorce nudos, “como recién salidos de una jaula”, que diría O´Neill.
Una jaula de miedo e incertidumbre, una jaula real, invisible pero real. Ahí estamos viviendo, o sobreviviendo, en una jaula mientras los números nos asfixian a la hora del telediario. Otra vez el tsunami, en diferido, ahora un tsunami a cámara lenta. Y tú, amigo lector, sintiendo ese miedo al contagio y a la crisis. El miedo como una sustancia frágil, inflamable, pegajosa, peligrosa… El ánimo de la tropa está bajo, sí, y el miedo se convierte en otra pandemia. Recuerdo a Sófocles cuando decía: “para quien tiene miedo, todo son ruidos”.
Miedo, incertidumbre, ruidos… Siempre hay ruido. Sería bueno recordarlo a estas alturas. Siempre ha sido así, antes de la pandemia también: matices, tañidos, explosiones, latidos, gritos en el Congreso y en el patio trasero… Dicen los científicos que las neuronas también suenan, como chispitas, eso he leído. En una catedral, un sonido puede tardar unos 10 segundos en desparecer. Siempre hubo ruido, sólo que ahora es más alto, tan alto que parece insoportable: la sirena chillona de una ambulancia, el rugido de la curva ascendente que teatraliza Simón, una tos seca en la UCI del Regional…
Y luego está el hartazgo al ver que nuestros líderes políticos no parecen estar a la altura, pensando en sus intereses partidistas, delegando responsabilidades. Es un hartazgo conocido, eso sí, ahora exagerado. Apenas surgen debates broncos porque casi todos estamos de acuerdo. Lo veo en el programa de la tele que hacemos a diario donde nuestros contertulios han dejado de confrontar como antes. Ya nadie alza la voz. Ahora estamos de acuerdo en el desencanto. Sólo un leve susurro.
Pero cuando hablo con unos y otros, en esta profesión nuestra que es de hablar y, sobre todo, mucho de escuchar, también noto tramas de esperanza y solidaridad, ganas de terminar con la mascarada, de hacerlo mejor, siendo exigentes, eficientes, cuidándonos, cuidándote, siendo un equipo… Un equipo de millones de personas. Noto la pena pero también noto la esperanza, y lo noto a la vez.
Me dice Zaida Estévez, experta en neuro-piscología y amiga de la casa, que esa contradicción se llama disonancia cognitiva. La disonancia cognitiva es esa tensión que sufrimos cuando tenemos al mismo tiempo dos pensamientos en conflicto. Pena y esperanza, hartazgo y ganas, ruido y silencio… Sería como un oxímoron, algo así como un “silencio ensordecedor”. Zaida, que sonríe mucho y eso me gusta, me dice que la disonancia cognitiva es “perfectamente normal y que debemos aprender a vivir con ella”.
Tenemos que estar preparados. Nos avisan de que vendrán aún días y semanas peores. Semanas de un ruido insoportable y, a la vez, un silencio ensordecedor. Tenemos que hacer un esfuerzo y cuidarnos: evitar la detonación y la tristeza, sortear el miedo pegajoso y la incertidumbre, canalizar el hartazgo… Debemos saber que podemos vivir en esa contradicción, sobre esa disonancia cognitiva que es un fino hilo de humo, y que ya habrá tiempo de volver a navegar a catorce nudos, como “recién salidos de la jaula”, a lo O´Neill.
Me gustó más aún, cuando me lo leyeron con la entonación adecuada, parecía completa y pura poesía. Felicidades!!
Muchas gracias, amigo.
Gracias, un abrazo, amigo, David.