Enero es una frontera llena de promesas. Enero te pone en tu sitio que es un espejo y una cuesta, la de enero, claro. Enero es el crudo invierno y un jardín muerto de frío. Enero es la playa en soledad “llena de lenguas celestes”, como diría Lorca, y humedad, y Filomena a mi pesar, y un libro que me regala Teresa Lanero de Richard Powers, y David Bowie susurrando a las estrellas, y el carnaval del bochorno en el Salón de la Independencia del Capitolio. Un mes, este enero lluvioso, con los bolsillos vacíos y la agenda en blanco. Enero es un viaje, un puente, una piedra de espuma, ceniza… Enero es volver a esta columna que es una silla, y mi gimnasio y mi calmante vitaminado y me desvelo entre semana.
Entrevisto a Rosa María Martínez, la madre de Pablo Ráez Martínez, con motivo de la Gala de la Fundación Cudeca. Pablo Ráez fue un ser de luz, el último súper héroe que nos enseñó que nos eres lo que tienes sino lo que das. Hablo con Rosa, su madre, conteniendo ambos la emoción, y entre las palabras se cuela un silencio generoso. Un silencio que dice mucho más que el resto de las palabras de la entrevista. Días después recibimos un mensaje de Esther Ráez, hija de Rosa y hermana de Pablo, muy agradecida con la charla y yo, por fin, creo que esta profesión tiene sentido.
Leo a Juan Luis Valenzuela, que es maestro y compinche de la tribu, escribiendo sobre Kiko Llaneras y sus 42 buenas noticias publicadas en El País. Valenzuela, que sabe mucho por diablo y por veterano de guerra, y al que siempre tengo en mis oraciones, lo resume bien: “reconocer que progresamos inquieta a muchas personas, porque temen que nos haga conformistas. Pero yo creo que es justo al revés: para seguir caminando es útil sentir que avanzas”. Brindo por Valenzuela y por muchos años leyéndole y avanzo sintiéndome útil.
Vuelvo al trabajo tras unas navidades distintas, históricas e inéditas. Estas navidades nos hemos quedado en casa. Nada de viajes ni familia. Al hacer balance, creo que no ha estado tan mal. Dimos la vuelta a la casa, descansamos, leímos e hicimos deporte, vimos la última de Nolan y nos vestimos de galas informales. Nos reímos muchos, somos mucho de reírnos los cuatro Plómez, y olvidamos por un momento que todo es de cristal y se termina rompiendo.
Enero es un espejo de cristal y la cuesta de un año que promete. Seis días ha tardado este año en ofrecernos las primeras imágenes para la historia. Las imágenes de los asaltantes hinchas de Trump al Capitolio. Unas escenas que han dado miedo, vergüenza y estupor: un bochorno. Durante horas, el planeta ha temblado de asombro. Y Trump queriendo pasar a la historia como un loco antes que como un perdedor. Me pregunto si somos capaces de valorar el daño causado del gobierno trumpista a las democracias del futuro.
Hablo con Julio Llamazares, uno de los escritores más lúcidos de este país. Julio ha escrito “Primavera extremeña” que es un canto a la naturaleza en tiempos de pandemia. Me leo su libro en un par de días y hablo con la cercanía de la admiración por el que siempre me pareció un genial escritor de lo sencillo, o sea de lo gigante. Llamazares dice que «los escritores hacemos el mismo libro toda la vida». Escribo esta columna y pienso en nuestra charla y concluyo: los columnistas hacemos las mismas columnas todas las semanas. Por supuesto, yo también.
En enero murió David Bowie. Escuchar a Bowie siempre me pareció lo más parecido a viajar. Con el tiempo uno aprende que no hay atajos con Bowie. Cuando tú ibas a por la leña, Bowie ya había apagado el fuego. Cuando éramos adolescentes los chicos del barrio nos pasábamos los días enganchados a los viajes de Bowie. En una ocasión, le dije a mi colega Dani “El Gordo”: “Cuando sea mayor, me gustaría ser como Bowie”. A lo que “El Gordo” me espetó: “Rober, para ser tan grande como Bowie tendrás que ser muy pequeño, ah, y nacer en enero”. Feliz año, amig@s.
Seamos positivos? Año de nieves, año de bienes? Ojalá y que nuestros mayores bienes sean la salud, el trabajo que no el dinero y la paz en este mundo globalizado en odios.