A modo de esperanza

28 Ago
Esta propiedad de los espacios también opera en el tiempo.

Septiembre es, en mi opinión y en general, un mes ruidoso con cuñados hablando muy alto,  adolescentes liándola al fondo de la sala y la música –de Iggy Pop, espero- sonando como en una rave: “I am a Passenger/ And I ride and I ride”, y luego el “lalala” como en la grada de cualquier estadio. La suma del volumen de sonido del mes de septiembre es, en cualquier caso, una suma exagerada, este año más, insoportable y directamente proporcional a las cortinas de humo generadas por la clase política o a la obediencia debida de cierta parte de la ciudadanía.

Un aroma a cielo hueco de tormenta y petricor amargo sobre la tierra. En unos días, llega septiembre y pronostica DANA, una depresión aislada en niveles altos, que me diría Escudero, lluvia torrencial y mala leche y una insoportable frustración callada que nos puede desbordar y la incertidumbre y la división. Atrás, los brillos del verano y las escapadas a Cádiz, y frente a nosotros la misma sensación de todos los años, la vuelta al cole pero sin red, a oscuras de la bendita rutina y el cambio de hora, y el cierre de muchas empresas, y los despidos, la ruina, la enfermedad, el vacío.

Este septiembre de pandemia y muy señor mío alcanzaremos, en cualquier caso, los niveles de ruido más insoportables registrados en mucho tiempo y un parte meteorológico ciclotímico, extraño e irreconocible. Prepárense. Pero esta columna nace con la intención de ser un salvavidas, a modo de esperanza, se titula, una columna como una argolla a la que agarrarse o desde la que poder saltar. Ustedes eligen y yo me explico.

Si para llegar al punto “B”, desde “A”, tengo que pasar antes por los puntos “C”, “D” y “E”, siempre llegaré primero si hago una línea recta desde “B” hasta “A”.  Esta propiedad de los espacios también opera en el tiempo. Lo noto especialmente en el mes de septiembre que llega de pronto, pum, como un estruendo, y sólo entonces sabes que existió una cosa llamada “verano”.

Así que ya queda atrás el verano, este verano raro, de hidrogel y aftersun, verano de descanso portugués y mascarilla, desconexión isleña y restauración de muebles, un verano raro ya digo, en el que he vuelto a releer a José Ángel Valente, sin duda una de las voces poéticas más importantes del XX. Valente, que hay que releerlo más insisto, escribió: “cruzo un desierto y su secreta desolación sin nombre”, y concluía a la mitad: “hay una luz remota, sin embargo, y sé que no estoy solo”. Un poema de ceniza e ilusión, de manos y cielos, titulado “A modo de esperanza”, como esta columna argollada, un poema de verano que bien podría referirse a estos días, semanas, meses…

Septiembre se presenta, por lo tanto, lleno de ruido y mal tiempo, será un otoño extraño auguro, como todo el año Covid, cubierto de ceniza, sí, pero también de esperanzas y manos porque, como dijo Valente, “sé que no estoy solo”. No, no estamos solos -grande Valente, insisto, que debatía con la Zambrano en su “trasterramiento” de Ginebra sobre las cosas divinas y la cocina y sobre una melancólica esperanza-, porque, amigos lectores, no nos queda otra y porque no estamos solos. O sea de que eso va la cosa, esta columna: de esperanza, de unidad, de lo único que nos salvará, de eso y de lo desentrenado que estoy frente a las líneas.

Sólo conocemos las cosas cuando llegamos a sus límites. Este axioma funciona con la muerte, con las autopistas y con septiembre -con el mes de diciembre también-. Septiembre nos hace evaluar el conjunto de la temporada obteniendo una visión panorámica. Es el momento de la analítica y el reinicio, el paso corto y la vista larga, de distinguir entre lo importante y lo urgente, la sanidad, la educación los PGE… Septiembre es un mes fronterizo, y eso le convierte en un mes atractivo, muy interesante, distinto en cualquier caso, fundamental, bisagra, puente, salto…

Debo reconocer que, con todo, con lo de este año, con la movida pandémica y con todo lo demás, debo reconocer que me gusta la pronta llegada de septiembre. Un mes de levante sereno como una frontera invisible en el que la playa deja de ser playa y, por fin, se convierte en mar. Septiembre como el Tarajal, como Ayamonte o como el túnel de Somport, límite, aduana, confín. Y debo reconocer que me encantan las fronteras y los saltos de página, los reinicios, las actualizaciones y la banda sonora de Iggy Pop al fondo, y pensar que no estoy solo, porque no estamos solos y porque será mejor estar unidos.

Será vital. No habrá otra opción. Sólo llegaremos a octubre, y más allá, hasta el final de este desierto y su secreta desolación sin nombre, unidos. Sólo pasaremos este mes de septiembre, transbordador y nexo, si como en el poema de Valente somos capaces de saber que hay una luz remota, más allá de la mano y la ceniza, y entender que no hay nada que entender, y que en la unidad las sombras se disipan y solo dan paso a la luz, a esa luz remota, y que septiembre seguirá siendo tan ruidoso como siempre y que, por norma, todo verano es el último verano.

 

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