Mi padre siempre me decía que “si trabajas en lo que te gusta, nunca trabajas”. Me gusta mi trabajo, lo que se ve y lo que no se ve. Más allá del brillo de la cámara o del perfil de la letra, uno tiene la suerte de conocer a mucha gente extraordinaria. Personas que te cuentan sus historias, que comparten contigo lo que se ve y lo que no se ve.
Esta columna surge de lo que no se ve, de lo que no se dice en público, de políticos y técnicos que, al apagar la grabadora, te cuentan lo que no se puede contar. Va sobre cajas fuertes con combinaciones secretas que, de pronto, se abren y va de trampas en las que puedes caer y no salir jamás.
Estos días, tras publicar mis últimas columnas y hacer un maratón de tele, he recibido mensajes de amigos que me querían contar, compartir lo que no se suele ver, lo que no se ve. Hablo con ellos, off the record, conversaciones de teléfono y mensajes cifrados de WhatsApp y muchas ganas de expresar una cruda e insólita realidad sobre la que no estamos hablando.
Al otro lado de la mesa, alguien me dice: “cambiar las cosas desde la administración es muy difícil. Aunque los políticos tomemos decisiones realmente son los técnicos y los de intervención quienes deciden basados en las leyes que se aprueban…, o no”, y añade: “para que te hagas una idea, modificar una ley son nueve meses, cambiarla son dos años”.
Un trabajo brutal, agotador, perdiendo la vista, empujando una roca gigante montaña arriba, hasta la cima, para que la roca vuelva a caer, como en Sísifo, una y otra vez: “imagínate lo que cuesta cambiar ciertas cosas”, me asegura mi interlocutor anónimo y lo dice como un lamento. Debo decir que soy consciente de lo que me cuenta porque trato con ellos y, al contrario de lo que piensan muchos, la gran mayoría de los políticos y técnicos quieren lo mejor, trabajan fuerte, os lo aseguro, lo intentan hasta ver caer de nuevo la roca, otra vez.
Nueve meses, dos años para sacar adelante una ley. Leyes diseñadas, aparentemente, para que los pobres no dejen su pobreza, un engaño perfecto para hombres. La Renta Minima, por ejemplo, “tarda hasta 15 meses en pagarse; en vez de darles a las familias 500 euros por mes se les entrega 6.000 euros de un tirón”, me cuenta. Insisto, una trampa mortal para seres humanos hambrientos a la que es muy fácil caer pero de la que resulta imposible salir.
Desde el mundo de las asociaciones son claros: “culpamos a los más necesitados de que tengan zapatillas de marca, o coches, o grandes televisores… ¿Qué harías tú, Roberto, si recibieras un extra de 6.000 €? ¿No te darías un capricho? No podemos pedirle a gente de los Asperones que guarden ese dinero y lo administren”.
Hablo con los del Economato, activistas sociales, y me confirman la trampa para hombres y el Mito de Sísifo: “más de 200 familias llevan tres años comprando aquí, tres años sin salir de la pobreza; el sistema está hecho para que no puedan cambiar su situación”. Se llama pobreza crónica o sistémica o que se jodan los de siempre, opino. El problema es que con la crisis derivada del Covid-19 muchas familias están cayendo en ese agujero negro y tramposo. Hasta en los Servicios Sociales me transmiten la frustración, el agotamiento, la pena del que ve como la roca vuelve a caer a los pies de la montaña, de cómo se activa la trampa letal. Buuummm, el mecanismo automático, otra presa más, otra familia sin salida.
Seguimos hablando, continúa saliendo lo que no se ve, lo que no se cuenta, conversaciones de metal y polvo… Seguimos y pienso que nos dejamos a los de siempre a los que están ahí, en la trampa, en el pozo. Los Asperones, Palma Palmilla… Hablamos de Casillas, en Vélez-Málaga, donde nadie llega. Allí no hay oro, ni pantallas planas, allí no hay coches de marca… “Hay gente que trafica, sí, pero son los menos”, me dice mi fuente.
Al otro lado, alguien me habla de Andrés: Andrés es un chico con 15 años que no sabe leer ni escribir, su madre tiene una discapacidad y no tiene padre. A Andrés, casi nadie se le acerca, no le llega la ayuda, está condenado, y yo digo “qué pena”, y al otro lado, un político que lleva años siguiendo el caso, sentencia: “¿quién está fallando aquí, Roberto?”.
Pobres que siempre serán pobres. Seguimos hablando: “Si no les hacemos seguimiento, si no les exigimos que vayan al colegio, se formen, les enseñamos normas básicas de convivencia y les exigimos resultados… Las Casillas será un nuevo Asperones”. Noto entonces que todo tiene sentido: personas que te cuentan sus historias, que comparten contigo lo que se ve y lo que no se ve y poder contarlo, aquí, ahora, para todos. Al menos, eso, esto.
Me cuentan que Andrés siempre pide lápices de colores. Yo pienso en una caja de lápices de colores, de muchos colores, en una habitación sin muebles, sin suelo, con un cielo de uralita, sobre una extrema pobreza, y concluye: “volvemos a lo mismo; ¿ayudarles en qué? ¿en darles un dinero y dejarlos solos? Si no sabes leer ni escribir, si no usas teléfonos ni tienes herramientas para reconducir tu vida… Ellos necesitan cariño, respeto, aceptación y, sobre todo, conseguir incluirlos en la sociedad”.
Cuando el futuro es sustituido, solo queda sitio para la nada. Pienso en Andrés, en sus lápices de colores, en el cielo de uralita y en los pobres entre los pobres, en los olvidados, caídos en una trampa total, y en aquellos políticos y técnicos y agentes sociales que se dejan la vida, en el mito de Sísifo, en la roca que cae una y otra vez, y en esas cajas fuertes con combinaciones secretas que, de pronto, se abren para contarte la próxima columna.
Hola,
En el caso de Andres si no tiene padre, la madre tiene una discapacidad y no recibe ninguna ayuda, fallan muchas cosas, FALLAN los asuntos sociales.
FALLA todo aquel que conoce la situación y no informa a las autoridades pertinentes para que se ponga en marcha la rueda administrativa, que puede rodar lentamente pero existe.
FALLAN los que no comunican su ausencia escolar, obligatoria hasta los 16 años.
FALLA cuando se buscan votantes en lugar de buscar necesitados.
Es una pena situaciones como la de Andres y situaciones como las miles de FAMILIAS ENTERAS que se han quedado sin ingresos y después de cotizar durante años ya se vera si les llega alguna ayuda.
¿A quien pretenden engañar?
“son los técnicos y los de intervención quienes deciden» entonces ¿para que pagamos a los políticos? (si les pagamos nosotros)
“modificar una ley son nueve meses, cambiarla son dos años” ¿y las que se han creado/modificado durante los 3 meses de alarma, son la excepción que confirman la regla.
Un saludo
Hola,
Si esta es la situación de Andres fallan muchas cosas, FALLAN los asuntos sociales.
FALLA todo aquel que conoce la situación y no la comunica a las autoridades competentes apara que puedan poner en marcha la rueda, esa rueda que puede ser lenta pero existe.
FALLAN los que no comunican su ausentismo escolar (la enseñanza es obligatoria hasta los 16 años)
Un saludo
PD. No se si el comentario saldrá duplicado pero puse otro mas completo y a los 2 minutos no lo veía.
Roberto gran artículo, las cosas son mas difíciles de gestionar de lo que parece desde fuera y es una pena pero hay muchas familias pasando por un mal momento y necesitan ayuda de forma urgente.
Un saludo