16.35. Tarde del 31 de diciembre. Le envío un mensaje a Nieto Jurado que transcribo -Control C + Control V: «En esta siesta, me he preguntado a qué temperatura arde tu novela. Me la estoy zampando de un tiro. Aviso que te despacharé una columna. Feliz año, viejo nuevo amigo». Aquí la columna y el despacho.
Nieto Jurado tiene apellidos de árbitro, fantasías de ciclista y el perfil de un zahorí que busca palabras. NJ es un huérfano adoptado por Raúl del Pozo y por el cocido de Lardhy, un bohemio escribiendo rápido la siguiente columna, desde el móvil, en el AVE, camino de la siguiente epifanía malagueña o de un partido, en el palco VIP, de Pucela. NJ es el aperitivo del domingo en Pedrega y el after con duquesitas de la calle Pez. NJ habla como un cura loco sobre la excentricidad del artista que no puede, por necesidad, ser otra cosa que artista.
Nieto Jurado acaba de publicar una nueva novela, El Altillo, que son unas memorias políticas, poéticas y polémicas. Dice Raúl del Pozo en su prólogo que «este libro cuenta Madrid y cuenta Nieto, y entre tanto van saliendo alcantarillas, ratas, corruptelas». El libro es un hallazgo, un fulgor, que va sobre poesía y humor, destrucción y amor, que lo mismo es, o sea la cosa va sobre nuestras adicciones.
Viene NJ a la tele. Hablamos y se me queda corta la entrevista. Siento que he fallado. Él se ha mostrado tímido y yo no he creado la atmósfera adecuada. Me hubiera gustado más hablar de columnismo, de Umbral, de Camba, Plá, Trujillo, y del periodista (columnero) «salvador de instantes y cantor de lo cotidiano», según Gerardo Diego. Le emplazo a otra cita y él me regala firmado su libro.
NJ es un columnista cuya vida es el recuerdo de barras y bares donde, sostiene, haber sido «moderadamente feliz», y donde cura esa cosa que llaman soledad y que un día es depresión y otro día es insomnio, y siempre nostalgia, y malvivir, y que también conocen estos malditos del periodismo y el perfil. NJ es un modo de ser.
Descubro con asombro científico todas las lateralidades, parecidos razonables, vidas paralelas, me dice él, espacios comunes que tengo con NJ. Tenemos datos biográficos muy similares e inquietantes: por ejemplo, el viaje constante de ida y vuelta entre Madrid y Málaga, la bicicleta, Sabina, Alcántara, la huida, la adolescencia en la radio y su enganche hasta la bola, las imitaciones para salir de nuestra (a) normalidad, la adicción columnista por la actualidad, la necesaria presencia del yo en la crónica del periódico, la ruleta rusa…
También veo diferencias, no crean. El exceso, la figura del francontirador en el dintel de la ventana, la corvatura ideológica, las ganas de empastar… Apuntaré en su favor que él ha tenido el valor del asalto real a la bohemia que yo solo disfruto literariamente o en el privado de mi salón. Él escribe libros de puta madre, y toma el aperitivo con Pedro J., y en la niebla que confunde la osadía con la temeridad NJ entra de lleno para triunfar viviendo en un desamparado altillo de la calle Fuencarral.
Nieto Jurado, disparando desde su Altillo, es castizo a la hora del vermut y a la hora de escribir, malaguita exiliado y apatrida del tiempo al que le hubiera gustado compartir espacios con Umbral, «ese Dios con bufanda», Delibes y Leguineche, y hasta con Quevedo, coleccionando más deudas que amantes, y más resacas que besos.
Dice Manuel Alcántara en un libro que me regaló Curro Flores que «ser hombre es ir andando hacia el olvido». Así lo creo, y cuanto más mayor me hago más lo creo, y veo a NJ andando sobre estas ascuas de historia, humor negrísimo, juego de personajes, espejos y contraréplicas, y con una vida a cuestas que es un malvivir en el altillo de Fuencarral, los sablazos, el insomnio, el colocar columnas y gatear políticos que de todo eso va este oficio.