Avanzar para no retroceder. Volver para avanzar. Deshacer todo lo que haces para hacer algo nuevo. Uno tiene la impresión de hacer las cosas siempre desde el mismo lugar. Se trata de actitud y hambre, ese es el espacio (despacio) en el que pretendo estar. Los zapatos siempre tienen la punta hacia adelante. No hay otra opción que caminar hacia adelante. El universo se expande, si te quedas quieto retrocedes. Siempre volvemos a casa por navidad.
20.38 de la noche. El AVE, a su paso por Antequera, alcanza los 300 km/h. Aquí dentro no hay nadie, es un vagón desierto. Ahí fuera todo está oscuro. Todo es oscuridad, una oscuridad veloz, fugaz, una oscuridad líquida. Nada se puede ver, y lo que se intuye pasa a toda prisa frente a nuestras ventanas y, luego, se esfuma. Vuelvo a pensar en que este tren es una metáfora de nuestros días de siglo XXI e interactividad: oscuridad y fugacidad.
Rememoro la última habitación de hotel donde estuvimos ayer. Aroma de ropa de cama y ganas. Me gustan las habitaciones de hotel, son no lugares donde puedes ser otro. En las habitaciones de hotel nunca quedan, dejas, marcas ni señales, todo siempre está borrado. Es un lugar casi zen. Un hombre es una isla dentro de otra isla y una habitación de hotel es una isla dentro de otra isla, como las muñecas rusas, o algo así, como este tren, parecido.
No es posible sostener al mismo tiempo dos proposiciones mutuamente excluyentes. Desde los tiempos de Santo Tomás, sabemos que si A=B y B =/ C, entonces es imposible que A=C. No puedes estar yendo y viniendo a la vez. Ahora vuelvo, o voy a casa por navidad. De cualquier manera, está claro: no hago todo a la vez. Apenas hacer una cosa. Puedes subir, sí, pero debes saber que en algún momento caerás.
Ser pragmático no debería convertirte en un escéptico. Lanzarte a la conquista de lo posible. Ser flexible, adaptarte. Ser mutante. Ser pragmático no supone carecer de ideales. Ser variable, me digo. Ser agua, eso es, ser agua que no se detiene, que moja distintos cuerpos, nuestros cuerpos, los de anoche, que avanza hasta el mar para juntarse con otras aguas y con otros cuerpos.
El agua, esa es la idea: ser agua, el agua es como un espejo, nosotros somos espejos. En el espejo del agua se miraba Narciso. Fue quizás el primer selfie de la historia, el primer autorretrato. Un espejo del alma. Cuenta la leyenda griega que Némesis hizo que Narciso contemplara su propia imagen. El joven lo hizo, se enamoró de su propia belleza y ya no le importó nada más que su imagen. Pienso en el gran espejo de la habitación del hotel de anoche y vuelvo a mirar a la oscuridad líquida que pasa fugaz tras la ventana de este AVE. Una oscuridad que también es un espejo.
«Los selfies nos convierten en Narciso», pienso. Es una mala idea pero así es. Inventamos nuevos caminos -¿caminos de agua?-, nuevos recorridos donde la verdad no había estado jamás y donde, sin embargo, había estado siempre esperándonos. Desde Grecia hasta hoy. La verdad es un lugar incómodo. Soñamos con ir a Marte pero jamás podremos vivir en Marte. Me dice un amigo que «el problema no sería ir sino volver de Marte». Otra vez, volver. Soñamos con la verdad pero jamás aceptaremos la verdad.
El tren me lleva a casa. «¿A qué casa?», me pregunto y escribo aquí. Al mar, junto al mar, frente al agua, en la playa, en el sur. Siempre estamos volviendo a casa. Soy un ser flexible, mutante, líquido como la oscuridad. Soy agua que va a 300 km/h hacia otras aguas y hacia otros cuerpos. Feliz navidad, amigos.