Cuadernos, libretas, breviarios, bestiarios…

27 Sep
Cuaderno sobre césped.
Cuaderno sobre césped.

Cuadernos, libretas, agendas, breviarios, bestiarios, dietarios repletos de palabras, hojas sueltas, servilletas, Post-It de colores, amarillos, rosas, azules, apuntes, notas, blocs, anotaciones y diarios.

Escribo cualquier cosa sobre cualquier soporte. Escribo, por ejemplo, en la pantalla fría  y azul de mi móvil: “me gusta septiembre, esa frontera invisible en el que la playa deja de ser playa y, por fin, se convierte en mar”. Lo escribo, automáticamente, saltando por las teclas, como en un baile de trabajo, y dejo reposar la frase hasta que tenga sentido. Escribo en el móvil pero, llamadme clásico, sigo enganchando al papel.

Me gustan los cuadernos. Cuadernos en los que escribir o pintar. Cuadernos de espiral, sin rayas o con cuadrículas, con separadores y tapas duras o blandas. Cuadernos que guardo en mi mochila, que llevo a todos los sitios, como un tesoro privado, que dejo en mi mesilla de noche por si, en el suspenso del sueño, me alcanza certera alguna idea.

Apunto una frase de Ricardo Menéndez Salmón, una frase que me gusta y con la que, alguna vez, construiré un palacio o una chabola, ¿quién sabe? La frase dice así: “es justo que sexo y muerte vayan de la mano, pues en el fondo trabajan sobre idéntico motivo: la aniquilación de la voluntad”.

Frases, ideas, dibujos, mapas sinópticos, bitácoras, cartografías de mis días que quedan enterrados en cajones y que se perderán, para siempre, como lágrimas en la lluvia. Borrones, cuentas del banco, facturas, claves, llaves, nombres de contertulios, de diputados o de invitados a la tele (no puedo quedarme en blanco y olvidar alguno de sus nombres y los apunto en mis cuadernos), tachones, flechas, fechas, subrayados y tintas de distinto color.

Compro un cuaderno en una papelería cerca de casa. Compro un cuaderno para la nueva temporada y pienso en todos los cuadernos que le precedieron, en todas las libretas en las que he apuntado tantas cosas: “llamar a casa”, “hacer la maleta”, “sacar el lavavajillas”, “actualizar la web”, o un teléfono que no recuerdo, ¿de quién es el 978.23.63.21?

Salgo a la calle y antes de comprar el pan, pienso que esos cuadernos son, ha sido, espacios de una gran libertad, de total creatividad, un patio escolar en el que puedes escribir lo que quieras sin que nadie te juzgue. Pienso en que lo bueno de estos pequeños volúmenes caóticos, en los que es fácil confundir el final con el principio, es que no pasa nada si te saltas una hoja.

Si algo te sale mal, sobre un cuadernillo de ideas, lo borras, lo tachas o arrancas la hoja, y no pasa nada, y puedes empezar otra vez, y nadie te va a mirar mal, ni siquiera tú, porque no se juzga una libreta o a un diario, como no se juzga la inocente libertad de un niño pequeño que juega en la soledad de su cuarto.

Tengo una idea, reviso anotaciones y termino escribiendo otra reflexión: “cuanto más mayor me hago, más cuenta me doy de que no quiero dramas ni guerras. Solo quiero un lugar cómodo donde vivir, un buen vaso de vino y gente agradable, amigable, buena gente, con la que compartir buen humor”.

Pienso que mis cuadernos se merecen una columna, esta columna, y pienso en todos los cuadernos de todos los lectores, de todos vosotros, en todos esos mundos que habéis escrito. Pienso que lo bueno de un cuaderno, uno como este, sobre el que escribo ahora, de tamaño cuartilla y tapas azules, es que cabe en un bolsillo y en él, en ese cuaderno, en ese bolsillo, cabe todo un universo.

 

 

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