Hoy es el Día de los Océanos. Los océanos son los pulmones de nuestro planeta. Imagino a Christian Jongeneel nadando en los océanos. Yo le sigo, le persigo, nunca le alcanzo. Nadar es algo mágico, una forma de ser, de pensar, de relacionarte con el resto y con el planeta. “Para nadar en el mar hay que llevarse bien con uno mismo”, me dice Christian. Nadar siendo tú el océano.
Me gusta nadar. Echarme al agua, y salir de mi cuerpo a través de las corrientes, de los azules, verdes, grises… Llegar al límite de mis fuerzas en largos baños terapéuticos y, al borde de una hipotética hipoxia, pensar que Dios existe, y que existe en todas las cosas, incluso en la marca blanca del Mercadona, o en esta bendita rutina de sábado, o en las posibilidades matemáticas de que las cosas salgan bien, y saber que al volver a casa estarán mis niñas esperándome para jugar.
Para muchas personas, nadar es terapéutico, pero para otras, es su salvación. Nadar estira el cuerpo más allá de sus límites terrenales, contribuyendo a aligerar cada dolor y acariciar a cada músculo.
Recibo un mensaje de Christian Jongeneel, nadador de larga distancia solidario, el tipo que cruzó el Estrecho de Gibraltar, el Canal de la Mancha, que dió dos vueltas a la Isla de Manhaatan. Un buen amigo al que sigo y persigo, al que nunca alcanzo. Son unas líneas sobre la idea de nadar en un mensaje de Whastapp. Pienso en escribir una columna con él, a dos manos, una brazada tú, otro párrafo yo, y esperar a que todo amaine y empecemos de cero. Aquí la columna.
Nadar es también una travesía al interior, un momento de contemplación callada, cuando envuelto en un elemento que es hostil y familiar a la vez, cada nadador se descubre en paz, capaz de ejercitar su mente, imaginar nuevas posibilidades, solucionar cosas sin las molestas interrupciones de la voz humana o la vida moderna.
Christian Jongeneel nadó en las aguas frías que circunvalan la Isla de Manhattan , en New York City. 93 kilómetros, 20 horas nadando. Una vez estuve en Manhattan y les aseguro que es mucho más grande de lo que puedan imaginar. Christian nadaba y pensaba en su último viaje a la India. Eso le motivaba en la soledad del nadador. Christian quiso dar dos vueltas completas a la isla. Una isla es un ser humano que duerme. Un navegador le geolocalizaba, mandando la señal a través de complejas redes, y un punto intermitente aparecía y desaparecía en la pantalla de mi móvil. Las 3.45 de la madrugada en España. Unas horas después, Christian saldría del agua, aterido, agotado, indefenso, feliz, y después saldría en todos los informativos del país. Acababa de conseguir una hazaña solo apta para muy pocos, histórica.
Nadar es de ayuda para mantener el vigor, las funciones cardíacas y respiratorias, el tono y flexibilidad muscular conforme se envejece. Cuando se hace aeróbicamente, la natación contribuye a mantener más elásticas las arterias y libres de depósitos de calcio. Y además nos hace sentir vivos.
Un día entrevistando a Christian me dijo algo que jamás olvidaré “Todo es mental y psicológico; cuando estás en el mar estás muy solo; tus sentidos y tu vista están oscurecidos”, y concluyó: “para nadar en el mar hay que llevarse bien con uno mismo”.
Nadar en el mar, estar bien con uno mismo, agua envuelta en piel de regalo envuelta en más agua, movimiento, hipoxia, soledad, ceguera, silencio, paz, estado de ingravidez más allá de los límites, imaginar nuevas posibilidades, nadar y pensar en esta columna escrita a dos manos, una brazada tú, Chris, otro párrafo, y yo, y llegar hasta el final, hasta aquí.