Virginia Muñoz tiene una sonrisa gigante y da los mejores abrazos del mundo. Pablo Ráez era un buda sabio con tan solo 20 años. Andrés Olivares viene a la tele y me regala una nueva lección. Esta columna no trata sobre el cáncer, va sobre la vida.
«Un pensamiento impregnado de amor es un pensamiento invencible», le copio a querida Arantxa López. La vida es maravillosa. Sin embargo, solo en ocasiones, cuando el destino te coloca al borde del abismo, al inicio del precipicio, sólo entonces, digo, todo parece distinto, aprendes en serio de qué va el tema.
Virginia anda a saltos, como bailando, como volando a unos centímetros por encima del suelo. A Pablo le salieron alas de usar tan bien las palabras. Andrés Olivares acompaña a los niños y niñas del materno y siempre va junto a su ángel de la guarda.
He necesitado tiempo para escribir este post. Necesitaba juntar todas las piezas. En un par de semanas, entrevisté a Valdimir Ráez, a Virginia Muñoz y a Andrés Olivares. En menos de 24 horas, vi «Siempre Fuerte, La Historia de Pablo Ráez», y «Ellas, la Historia de la Princesa y la Guerrera», de Virginia Muñoz, dentro de la programación del Festival de Cine de Málaga. Sensaciones extraordinarias, emociones que laten y enseñanzas indelebles.
Con ambas pelis lloré, me emocioné, reflexioné, disfruté del poder de los que evocan que la vida es lucha pero, por encima de todo, es vida. Me quedo con la sonrisa gigante de Virginia en casi todos los planos, el verbo místico, vibrante y emocionante de Pablo, me quedo con los miedos y las ganas de saltar por encima de los miedos, me quedo con sus confesiones en sus habitaciones, en la intimidad de sus dormitorios. Me quedo con todo. Os recomiendo ambas pelis.
Virginia en un sofá de una casa de Cádiz, leyendo, en otra habitación, alejada del ruido y la quimio. Pablo, de niño, a la contra, subiendo a la rama de un árbol cuando todos subían a los columpios. Andrés que me dice que “la vida te desilusiona para que veas la realidad” y después me abraza.
Imagino la bomba nuclear: el shock total, absoluto, insoportable, irremediable, sin antecedentes… Imagino los tiempos muertos, los quebraderos de cabeza, cuando piensas en lo peor. Me dice una amiga, a la que consulto para esta columna y que me pide que no cite: “Fue como si hubiesen metido toda mi vida en una caja, la sacudieran con mucha fuerza y la abrieran, de pronto, por el lado contrario; una explosión”. La bomba nuclear, imagino.
“No es que te quedes calva, es que te quedas calva en un momento muy jodido, es que te quitan el pelo y muchas más cosas», dice Virginia y «necesitaba contar porqué una calva es chunga o porqué una teta es tan importante para una mujer”. “Aunque decaigas todo es temporal, todo va a pasar”, argumentaba Pablo, y aquello de: “valorad lo que tenéis, la muerte no es triste, lo triste es no saber vivir”.
Buceadores del vacío, fragmentos rotos, noches de voraces sombras y memoria por el suelo… Las pelis de Virginia y Pablo, que recomiendo de nuevo, te enseñan el relato áspero del transcurso del cáncer y te enseñan que con actitud, no todo es posible, pero es mejor. Te enseñan qué hay que pasar del porqué al para qué. No es poco, en verdad, es mucho.
Termino recordando a José Ángel Valente cuando escribió aquello de “Casa, lugar, habitación, morada: empieza así la oscura narración de los tiempos”, y proseguía, como en una letanía eterna: “para que algo tenga duración, fulguración, presencia: casa, lugar, habitación, memoria”. Recuerdos de habitaciones y pelis, recuerdos que debo tener presente, cada día, recordar, recomendar.