Cenando con unos amigos me presentan a un tipo fatuo al que pregunto, cortésmente, a qué se dedica. El tipo, sin artificio, contesta: “tengo el trabajo más triste de todos, me dedico a dormir a gente todos los días”, y añade, “soy anestesistas”. Todos ríen. Entonces, miro a su pareja, y le miro a él, y ambos asienten resignados.
Queridos Reyes Magos. Parto de la línea de salida del que sigue creyendo en la magia. A pesar de todo. A pesar de lo feo y lo malvado, de las envidias y de los silencios incómodos. A pesar de las cartas de amor del banco. Tengo la convicción del que tiene fe en la magia porque la magia existe. La veo todas las mañanas, cuando desde la radio y a la izquierda del Mar Mediterráneo, veo amanecer.
Leo Kentukis, de Samanta Schweblin, durante estos días raros. Una distopía inquietante que imagina una sociedad infantilizada, varada en una tecnología fabulosa, muy probable en nuestros días. Una novela ágil, dura y tierna por momentos, adictiva, que nos muestra el sentimiento de fracaso y soledad de una sociedad paralelea. Lo más inquietante del libro es que esa sociedad se parece mucho a la nuestra, paralela, en verdad pienso que somos nosotros frente a un espejo, que somos nosotros volcados sobre nuestros teléfonos móviles, ausentes, hiperconectados, solos, muy solos…
A estas alturas, más que de pedir, soy más de dar las gracias. Soy de ese pequeño porcentaje de seres humanos que tiene las necesidades cubiertas: casa, alimento, energía… Además, vivo rodeado de gente maravillosa y tengo un trabajo que me apasiona. No, queridos reyes Magos, este año no puedo, no debo, pedir nada para mí. Solo dar las gracias.
Estar en la última planta del Empire State Building, NYC, que es la planta 102, junto a tu chica, el ocho de septiembre de 1998, justo el día en que me enteré de que Carlos Moyá había sido coronado número 1 del mundo de la ATP, a más de 380 metros de altura, tan lejos de todo, en la capital del mundo… Digo que estar allí arriba no te hace estar más cerca del cielo. “El cielo es una pista de pádel que mira al mar”, me decía ayer un amigo. La libertad no hace mejores a los hombres, los hace sencillamente hombres.
Llego a este reinicio, termina el año, como el doblez de un folio, del que sale de una habitación para entrar en otra. La propiedad de los espacios que también opera en el tiempo. Lo noto especialmente en estos días, fiestas que llegan de pronto y pasan, y sólo entonces sabes que existió una cosa llamada “el resto del año” e intentas hacer balance.
Cenamos con gente, íntimos desconocidos. Hablamos de deseos, de cartas heterodoxas e inconclusas a los Reyes Magos, de ilusiones, de Rosalía y Pj Harvey, de la soledad de estos tiempos… Uno de ellos, un amigo del tipo fatuo, del anestesista, me dice: “las redes sociales son el nuevo holocausto”. Me lo dice y sonríe, aliviado, como si él estuviera salvado, como si él no estuviera metido en este fango.
NOTA FINAL: Termina un ciclo, empieza otro, sigo escribiendo, reescribiendo. Renovamos votos, brindamos, lanzamos mensajes en botellas que son deseos sospechosos, nos abrazamos, fingimos un poco e intentamos estar más juntos, menos solos.
NOTA FINAL 2: Todos los principios son finales…, finales disfrazados de oportunidades.