Veo el documental de Netflix, Dos Cataluñas, y siento una pena tremenda al terminarlo. Apenas acaba, escribo estas líneas en mi agenda: “una especie de desolación extraña, de incógnita irresoluble, de indesmayable pesadumbre”. Parece como si, al finalizar la cinta, sintiera que no hay salidas, ni siquiera rendijas por las que tomar aire.
El laberinto catalán sigue ahí, no lo olvidemos. Se habla de respeto, de diferencias, de empatía, de lazos, de tiempo, de habilidad política… Se hacen ejercicios de búsqueda sobre espacios comunes pero uno tiene la sensación de que, en el mejor de los casos, tardaremos décadas en recuperar todo lo perdido. John Carling, periodista, lo resume como “lo espectacularmente inncesario, que es este lío, y lo fácil que se podría haber evitado”.
Ahora hace un año de aquel 1-0 que tanto nos marcó. Recuerdo tener que empezar nuestro programa de la tele y de la radio, todos los días, en una tele y en una radio de Málaga advierto, a más de 1.000 kilómetros, hablando de Cataluña, todos los días: conectando con Barcelona, analizando el problema, intentando resolver alguna incógnita, informando…, todos los programas, todos los días. Fueron semanas, meses hablando de lo mismo hasta que llegó la fatiga, primero, y la extenuación después.
Dos Cataluñas, el documental que se puede ver estos días en Netflix, estrenado para todo el planeta, y con una audiencia potencial de 130 millones de personas, es una visión poliédrica de la cuestión. “El objetivo es que el público de Sydney, Mongolia o la Patagonia lograse entender qué está pasando en Catalunya”, dicen sus responsables. Recuerdo “La Pelota Vasca”, de Julio Medem.
El laberinto catalán sigue ahí y es un problema de todos. Parafraseando a Terencio diré que nada a este respecto, nada humano nos puede ser ajeno. No se trata de nosotros, y ellos, sino de todos. No solo de todos los catalanes, ni de todos los españoles, sino de todos los europeos…, y voy más allá.
Vivimos tiempos extraños, tiempos líquidos donde todo va muy rápido, tiempos que parecen cansados. La globalización, la democracia, la xenofobia, los populismos, los nacionalismos…, todo a golpe de tweet, de titular, de fakenews, todo empaquetado en una misma mochila con un mismo logo. El laberinto catalán es un extraordinario problema pero también es el síntoma de algo mayor.
Tiempos que parecen cansados, sistemas que parecen viejos. Hay una crisis de la democracia, un agotamiento de las estructuras. Uno de los intervinientes en el docu, al que no reconozco, lo resume claramente: “¿Cómo es posible que una persona que tenga trabajo siga siendo pobre?”. Demasiada gente se siente ignorada y nadie propone salidas de emergencia.
Es Trump en Estados Unidos, el Brexit en Gran Bretaña, el auge impropio de la extrema derecha en algunos países de la Unión Europea… Cataluña es nuestro particular síntoma de una crisis sistémica mundial. La crisis, el crack de 2008, la corrupción, la austeridad, el desengaño…, saber que los sistemas financieros nos superan, que los gobiernos han retrocedido, que nuestro voto apenas cambia nada.
El docu de Netflix , Dos Cataluñas, termina arriba, sobre una mínima cima de esperanza, mirando a los límites del diálogo, sin salirse de la ley, todos luchando en un único camino, inagotados, sin agravios, con tiempo, hasta encontrar una solución. Dos Cataluñas termina sobre una cima de esperanza a la que me agarro a pesar de la desolación extraña, de la incógnita irresoluble y de indesmayable pesadumbre, a pesar de los “lo espectacularmente inncesario”.