En verdad, no nos importan los incendios forestales. Hacemos como que nos importa, parece que nos importan, pero no, no es así. Vemos las imágenes en la tele: bosques arrasados en cenizas, casa lamidas por las llamas, gente que huye, desesperación, muerte… Es entonces cuando, primero, nos asombramos y, más tarde, nos enfadamos. Mostramos nuestro desconsuelo, nuestra indignación, firmes exigimos responsabilidades… Horas después, días después, nos resignamos y, por último, nos olvidamos.
No, nos importan los incendios forestales. Si nos importasen los incendios forestales, si algo en serio nos removiese, haríamos algo de verdad. Saldríamos a la calle, exigiríamos responsabilidades hasta las últimas consecuencias, llevaríamos a los pirómanos ante los jueces y a los políticos que no gestionan correctamente el asunto, a ellos, les mandaríamos a sus casas, cesados, exiliados en el olvido público.
No, nos importan. Cambiamos nuestra foto de perfil de Facebook, lucimos el crespón negro, titulamos “Nuca Máis”, comenzamos las frases con #ArdeGalicia, el hastag que se ha estado utilizando en para describir el horror que en estos momentos se vive en Galicia, pero nada más. Leo un artículo en el diario El Mundo, titulado “¿Qué puedo hacer desde casa para ayudar en los incendios de Galicia?” Vaya…
El fuego ha golpeado sin piedad, ni capacidad de reacción, otra vez a Galicia. Las llamas han arrasado más de 35.000 hectáreas, según las cifras ofrecidas por la Xunta, y han dejado cuatro muertos. Parece algo cíclico, bíblico, sistémico… Cada cierto tiempo los gallegos, también los portugueses, en el fondo todos hemos de hacer frente a estos terribles acontecimientos. El presidente de la Xunta de Galicia, Alberto Núñez Feijóo, habló de “terrorismo incendiario”.
Seamos sinceros: no nos importan los incendios forestales. Y no nos importa porque la España rural no existe. En los senderos, en las esquinas de los bosques, junto a las faldas de los montes no hay cámaras de seguridad que registren nada. Un tipo coge 200 € de otro tipo que no conoce y quema una finca, sin saber o sabiendo, que arrasará más de 450 hectáreas, por ejemplo, de un patrimonio ecológico de primera categoría. Lo hace porque nadie mira, porque allí no hay Policía Nacional, ni Guardia Civil, ni Mossos, y porque se la suda, pobre inconsciente e ignorante. Agarra un bidón de gasolina, ahora existen incluso técnicas más sofisticadas, y lo quema todo. Fin.
Xabier Vázquez Pumariño, biólogo, y consultor ambiental defiende, en una interesante entrevista en La Vanguardia, que tras los grandes incendios del noroeste de la Península se esconden muchos intereses. Dice: “Existe una industria del fuego en Galicia”, y añade que han creado un escenario absolutamente inflamable”. El cambio climático, la recalificación de terrenos, el cambio en la ley y la modificación en el uso del suelo, las quemas agrícolas…, las causas son muchas, casi inabarcables.
Con todo, insisto, no nos importan los incendios forestales. Han pasado solo unos días de los catástrofe de Galicia, de cenarnos el domingo viendo como las llamas acechaban, a solo 100 metros, la ciudad de Vigo, de sentir el fino dolor de la muerte ajena, de las más de 40 muertes ajenas entre España y Portugal, de probar de nuevo la bilis negra entre nuestros dientes… Nuestro interés es vehemente pero efímero.
Pensemos en las grandes noticias, las grandes empresas, los grandes pro-hombres que salvarán al mundo del colapso viven en ciudades. Todo lo que ocurre, ocurre en ciudades, en Madrid y Barcelona, o más allá en NYC o Berlín, o más acá en Sevilla y Málaga. El campo está olvidado, en los montes no hay nadie, en el interior de los bosques sólo queda el silbido leve del viento y la chispa silenciosa que lo volverá a quemar todo, otra vez, tarde o temprano. No, nos importa.