El fútbol no es el fútbol. El fútbol eres tú en un estadio, de pequeño, con apenas ocho años, orgulloso, cantando las consignas del fondo, junto a tu hermano, o celebrando un gol con tu mujer embarazada, un gol que sólo sabéis vosotros el valor que tiene, o es ver a tu hija con la camiseta de tu equipo saliendo de casa, el día después de la derrota más dolorosa y amarga, tan orgulloso como tú, con ocho años, aquella vez, en aquel estadio cantando las consignas del fondo.
Ya lo decía Vázquez Montalbán: “por algún sitio tiene que salir la mala hostia”. El fútbol es sólo eso, casi nada, un juego… Nada más. Se puede ser muchas cosas a la vez, tener tiempo para otras, estar en infinidad de lugares, utilizar casi todas las palabras, y seguir siendo de un equipo. No hay nada malo. Que nadie se enfade. “En su vida, un hombre puede cambiar de mujer, de partido político o de religión, pero no puede cambiar de equipo de fútbol”, decía Galeano.
El pasado martes, se jugaron las semifinales de la Champions. Otra vez, contra el Real Madrid; otra vez, el destino colocándonos en el mismo lugar como en Lisboa, como en Milán; y, otra vez, la derrota como un frío hierro atravesando tu piel, tu carne, tus huesos y saliendo a través de tus huesos, de tu carne, tu piel, para seguir atravesando cuerpos, y más cuerpos, por el resto de tu casa, por la ciudad, y más allá -quién sabe hasta dónde llega la derrota- hasta el final, que será el olvido, supongo.
El caso es que, otra vez, la derrota y, de nuevo, caerse y ponerse en pie y seguir caminando. A Unamuno, que era una M entre uno y uno, le preguntó un discípulo, perdido en la oscuridad de la deriva: “ahora, hacia dónde iremos, maestro“, a lo que contestó el viejo Unamuno, “iremos hacia adelante, siempre hacia adelante». Sostengo que lo que enseña a vivir es justo ese acto de caerse y levantarse, el ensayo y error, perder, otra vez contra el Real Madrid, y volver a perder, y volver a hacerlo, hasta que un día se gane.
El fútbol no es el fútbol. El fútbol eres tú poniéndote la camiseta y los guantes de Arconada en la mañana del Día de Reyes de 1983…, los cromos del Tato Abadía, Juanito, Azuaga, Mesa…, la grada gritando «Artecheee, Artecheee…», la Nova Creu Alta, La Condomina, La Rosaleda, Ciudad Pegaso…, el 6-2…, los partidos en el Parque de Arena, en la cancha del San Ildefonso, con porterías hechas con mochilas o chaquetas, bajar la calle un domingo por la mañana para ver al filial…
Galeano también decía que el fútbol es “la única religión que no tiene ateos”. Cuando uno gana todos los demás pierden. Es una norma. Quedar segundo es perder. Casi siempre, todos perdemos. Las competiciones se han diseñado para que sólo quede uno.
Andrés Neuman, que escribió una serie titulada “Talento para perder”, sostiene: “El fútbol me enseñó que, si uno corre, es preferible hacerlo hacia delante. Que no conviene pelear solo. Que a la belleza siempre le dan patadas”. Otra vez, adelante, como Unamuno, como Neuman, y es que no hay otro camino… Adelante, siempre adelante.
Pasan los días, evito el daño y miro hacia adelante, y creo que todo es posible. El campo de naranjos silvestres, la playa vacía, el mar tranquilo, el cielo infinito… Miro hacia adelante, desde mi ventana de trabajo mientras termino esta columna, y creo que aún puede marcar Iniesta, que el milagro puede ocurrir, que podremos ganar las semis… La carrera de Navas, el taconazo a Cesc, el control de Torres, el desmarque a la espalda de Iniesta, el gol, o así, algo parecido.