Sardá, Islamabab, Azuaga, Madrid y otros

27 Abr
Playa de Pedregalejo tras el último temporal. Fotografía de Acitores.
Playa de Pedregalejo tras el último temporal. Fotografía de Acitores.

Leo a Xávier Sardá en Papel. Dice que sólo se quiere independizar del cáncer y de la muerte. Sardá ha escrito un tratado sobre el gran vicio español: la mala leche. Xavier Sardà la sufre en carne propia cada día: le llaman «facha de mierda», «rojo de mierda», «catalán de mierda», «españolista de mierda»… ¿Su conclusión? «La única certeza, por tanto, es que soy una mierda». Sardá siempre me ha parecido un tipo ejemplar, divertido, sarcástico, neurótico, muy inteligente… Sardá se inventó una nueva manera de hacer tele, el burlesque, vivió en Marte y nos hico creer que la voz del Sr. Casamajor la hacía él cuando, muchos sospechamos que, era al revés.

Spotify, esa discoteca de Alejandría extraordinaria, me regaló azarosamente Islamabab, lo último de Los Planetas. Durante las últimas semanas, lo escucho sin cesar, de forma obsesiva. Lo escucho en el AVE, en la cama, cuando corro por los paseos… Islamab me parece una joya. Mi amiga Teresa Lanero escribe en Facebok que le “parece una pequeña maravilla”, y que “a lo mejor es porque no suena a Los Planetas, quién sabe”. Yo me pregunto si el disco no es como una gran burbuja, como la inmobiliaria quizás, y si le ha llegado el momento de estallarnos en las manos.

Viajo a Madrid, una ciudad con la que, poco a poco y con los años, empiezo a reconciliarme Pienso en el concepto de casa. Casa es el lugar dónde están tus zapatos. Vuelvo a la ciudad de las agujas: veo a papá en su laberinto, disfruto con mi hermano de mi último partido en el Calderón, sobrevuelo la ciudad en bici (bendito BiciMad), desayuno con mi hermana, planeo con mi socio el próximo golpe, tomamos la penúltima en el Matadero… Hoy, como siempre, pienso, nunca más y hasta la próxima vez, casa.

Presento el primer libro de María Biedma, El Mar de Salomón, en la Casa Fuerte Bezmiliana. Su novela es un thriller ambientado en Oriente Medio, hace 3.000 años. Un espacio lleno de raíces, rendijas y salidas de emergencia, con una atmósfera distinta, exótica, pero con referencias que nos suenan, que nos acercan a lo que fuimos. No hemos cambiado tanto. Desde el primer baño de Betsabé, bajo la atenta mirada de David, hasta la furia de Salomón en Twitter. Somos lo que fuimos. Cualquier tiempo pasado…, es pasado.

El Maestro Azuaga cumple 40 años. Fiesta sorpresa en el Carnal de Pedregalejo. Nos abrazamos, hablamos con amigos, bebemos, celebramos que seguimos vivos y que seguimos juntos. Manuel Azuaga es  Richard Ashcroft paseando por Tánger; es el nuevo embajador del ajedrez pedagógico; es un tipo extraordinario que nos conquista a todos con su cariño y su buen humor… Con Manuel tengo el placer de hacer un programa de radio y ajedrez que triunfa en Sudamérica y que nos divierte mucho. También tengo el placer de cultivar una amistad sana, profunda, productiva, de las mejores posibles… Me guardaré los detalles de cómo nos hicimos amigos pero nuestra historia será una novela de Roberto Bolaño o, al menos, una entrada en Wikipedia.

El temporal azota la playa. Juega con las sillas, las sombrillas, los chiringuitos… Todo lo remueve. Las máquinas se afanan en impotentes diques arenosos de contención. El mar juega con nosotros como un gigante juega con una muñeca de porcelana. Al pasar el levante, el desastre: la playa tiene un aspecto apocalíptico -mi amigo Antonio Acitores dice que es «de cierta belleza apocalíptica»-, de una belleza lunar, y pienso que -hasta para un ateo- Dios existe en la pequeñas cosas, en los pequeños márgenes de la devastación y en el código de barras de un cartón de leche de soja.

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