Llueve ahí fuera y todo se queda callado, expectante, como dejando que sólo el ruido del agua, el golpe de la gota contra la tierra resuene irreverente. Ha parado el viento, los aviones, los coches, las personas han parado y yo, que iba a escribir sobre el talento y sobre unos amigos, lo dejo todo y observo. Por fin, la lluvia…
Resumía Chesterton: “dos hombres tienen que compartir un paraguas; si no tienen un paraguas, al menos tendrán que compartir la lluvia, con todas sus ricas posibilidades de humor y de filosofía”. Febbraro, el argentino, lo dijo parecido: “Cuando llueve comparto mi paraguas, si no tengo paraguas, comparto la lluvia”.
Por fin llueve, y Anita pinta nubes en la pizarra de Ikea que tenemos en el salón y me explica el ciclo del agua, con dibujos de tizas de colores rosas, grises y azules, colores de lluvia, y un sorprendente sentido del humor lo empapa todo: “papá, las nubes se ponen gordas de agua y terminan explotando porque no les queda otra opción”.
Recuerdo lluvias antológicas, líricas, oníricas. Recuerdo lluvias en la playa, en la ciudad, en mi cama, lluvias silentes y coloridas, lluvias y carreras, lluvias y bailes en un chalet en la Sierra de Guadarrama, y recuerdo las tormentas de verano como paréntesis, y el aroma a tierra mojada, a asfalto mojado, a píxeles mojados, a pieles, a pieles mojadas que se rozaban unas contras otras. Verano del 94.
Un trueno, aún lejano, y la lluvia arrecia ligeramente. Gotas de agua contra el suelo, gotas “que contienen millones de moléculas de agua, todas idénticas, todas independientes, en movimiento”, me dice Alex, mi hija mayor que estudia Física y Química y pienso que hay algo de poético en todo ello.
Hace unas horas, mi meteorólogo de cabecera José Luis Escudero escribía en su blog: ULTIMA HORA : SE ACTIVA EL AVISO AMARILLO POR LLUVIAS ACUMULADAS EN DOCE HORAS EN MÁLAGA CAPITAL Y GUADALHORCE. PROBABILIDAD DEL 40 AL 70%. Lo escribe con mayúsculas como gritando, como avisándonos a todos de que no queda otra opción, que debemos de huir o debemos quedarnos o hacer algo.
Como escribía Borges “La lluvia es una cosa – Que sin duda sucede en el pasado”.
Un relámpago ilumina de pronto la totalidad de la estancia, algunos se tapan los oídos y, tras el trueno, una voz cavernosa continúa diciendo: “la frase final de la película Blade Runner, aquella de: y todo se perderá como lágrimas en la lluvia, ya la escribieron los conquistadores españoles siglos atrás; debería ser: y todos los reinos se disolverán como coronas de sal en el Atlántico”. Creo que es Leornard Cohen, el que habla, pero no sé. Quizás esté soñando.
La lluvia siempre ha sido un recurso oportuno en el arte. Lluvia que nos deja fríos o que nos hace correr hasta el portal junto a la protagonista de la peli. Hacer fotografías mientras llueve hace que las imágenes parezcan increíbles pinturas al óleo. Pienso en aquel cuadro del libro de COU, aquel de Gustave Caillebotte: «Calle de París, día lluvioso”, (1877), efectos realistas y colores planos. Otra vez, la lluvia.
Vuelvo a este post. Sigo escribiendo y la lluvia sigue ahí, mansa, exótica en esta Costa del Sol, cayendo, otra vez, irreverente. Lágrimas y lluvia, dos elementos paralelos, recurrentes, llorabas y llovía. Unas gotas de agua se han quedado suspendidas boca abajo en la barandilla de mi balcón. Pienso en la última vez que pensaste en mí. Pienso también en Brines mientras termino. Brines decía, “no desdeñes los placeres vulgares, tienes la edad justa para saber que se corresponden exactamente con la vida”. Sigue lloviendo y en un rato iré a nadar a la piscina.