Una tortuga nadando sobre la atmosfera cargada del metro de NYC, unos leones marinos jugando gráciles frente a un skyline, unas nadadoras de sincronizada dentro de una lavadora antigua, una niña, de unos siete años, columpiándose de la Estación Espacial Internacional…
Puede parecer una canción, sólo eso, pero es algo más: es tristeza y belleza, a la vez. Alguien, hace meses, me dijo en nuestro programa de radio que viera el último vídeo de Coldplay, Up & Up, de Parlophone, y dirigido por Vania Heymann y Gal Muggia. Pasaron unos días, y ya en casa, en pantalla grande -no lo iba a ver en el móvil, ver contenidos audiovisuales en móvil es como jugar al Fútbol 7, es divertido, pero lo realmente emocionante es el Fútbol, el de verdad, el de los estadios, o sea ver las cosas en pantalla grande-, digo que ya en pantalla grande vi el vídeo-clip famoso y quedé asombrado.
Una niña pescando en un charco atravesado por un superpuente de hierro, al modo del de San Francisco, un partido de fútbol sobre la parte verde, el salvauñas digamos, de un estropajo, una saltadora de trampolín lanzándose a una piscina de nubes, un volcán que escupe palomitas de maíz, un gran águila buceando un oceáno…
Recuerdo un verso de Ángel González que decía: “Asombro/ Es la verdad:/ ¡Dios existe/ en la música/ / (Cuatro compases más, y otra vez solos)”. Quizás no sea sólo la canción en este caso. No he sido nunca una gran fan de Coldplay, aunque tampoco me desagradan, me entretienen, eso creo, los puedo canturrear mientras hacemos una cena mexicana o preparo unas copas, pero poco más. Sin embrago, aquí las imágenes toman una fuerza extraordinaria, junto a la música, en mi opinión, en una fórmula brillante, muy por encima de la media, de gran potencia poética.
Paracaidistas saltando sobre un plato de pasta, un bebe agarrado al ala de un aeroplano, abuelos surfistas junto a una ballena voladora, quizás Moby Dick, un cowboy cabalgando un submarino frente a un barco hundido, una gimnasta de rítmica como Goliat por la selva de Vietnan danzando sobre las explosiones y el napalm, coches de carreras por carreteras de montaña y al entrar en un túnel el espacio infinito.
Amo la música y la imagen. Siempre me ha gustado componer vídeos caseros de la familia, de mis hijas, de nuestros viajes, con mis canciones favoritas… Siempre he creído que el vídeo-clip podía ser una especie de epifanía aunque casi siempre, advierto, detesto la forma de encajar música e imagen. Casi siempre lejos de mis ideas, los vídeo-clips me parecen aburridos, algunos bellos en ocasiones, pero falsos casi siempre.
Un vaso de refresco gigante, con su tapa y pajita, abandonado en un río montañoso, un barco lleno de inmigrantes dentro de una bañera, dos niños palestinos de la mano en una calle polvorienta entre peces plateados, un gran muro justo en la orilla de una playa californiana infestada de bañistas…
Sin la música, la vida sería un truco; sin el cine, sin las imágenes, sostengo, que todo sería más aburrido. ¿Cuántas veces no han cerrado los ojos y jugado a imaginar una escena absurda acompañada de una guitarra estridente, el sonido de un oboe insidioso, la gravedad de un fagot, la furia del viento…? Yo lo hago a menudo y me considero un hombre sano que cree ser feliz (absurdo todo el último párrafo, lo sé).
Una gran mariposa apoyada en una plataforma petrolífera, favelas que son el cielo de un mar por el que juegan delfines, paracaidistas que son planetas, plantas colosas junto a rascacielos, autopistas que sobrevuelan constelaciones, caballos de carreras compitiendo con lanchas, esquiadores sobre almohadas níveas, una medusa, más niños jugando…
El terco y reiterado impulso de unos hombres haciendo música, imagen y poesía. Estamos salvados.
Aquí os adjunto el vídeo… Coldplay – Up&Up (Official video)