Mapa de una generación en legítima defensa

29 Sep
Verano de 2015, saltando al agua, sobre el Mar Mediterráneo.
Verano de 2015, saltando al agua, sobre el Mar Mediterráneo.

Aquí una generación global, coral, internáutica, fragmentada, contradictoria e individualista. Una generación llena de samples que proyectan una homogenización balbuceante. Una generación X, Y y Zero, sin nicotina ni alquitran, que busca su copyright desanimada.

Una generación en movimiento perpetuo, de las Vacaciones Santillana a Spotify, aquellos JASP que ahora toman el aperitivo dominical, como sus padres, barbudos, entregados, y cuidan de sus niños en los parques municipales mientras revisan el móvil. Un flujo constante e inconsciente.

Una generación, nosotros los que no combatimos en la Guerra Civil, ni lanzamos adoquines en el Mayo del 68, ni corrimos delante de los grises, ni votamos la Constitución y nuestra memoria histórica comienza entre el Mundial 82 y los Juegos Olímpicos de Barcelona. Nosotros los que somos, los que comenzamos a sentir el paso del tiempo tras los años felices de la burbuja y las grúas, y asentimos descreídos ante el próximo precipicio.

Una generación dentro de una generación, como muñecas rusas, y dentro de la última muñeca una caja de resonancia que no nos deja escuchar el silencio. Eso somos, una caja de resonancia de cultura pop: somos música, letras e imágenes; series B, el Equipo A, blanco y negro, tecnicolor y 3D, pulp, ciencia ficción, cómic, camisetas, fútbol y spots publicitarios. Mitos creados y sacralizados, liturgias vacías como un tetrabrik vacío y bolsas de Mercadona dobladas. Somos una generación de nostálgicos que ríen sus miserias sobre monólogos chispeantes.

Una generación de chapas, trompos, canicas, combas, gomas, Staedler y Bollycao, el rescate y el Pollito Inglés, juegos en la calle, en el barrio, en aquel parque donde después nos tomamos los primeros litros de cerveza y nos creímos héroes, y los primeros videojuegos en casa de Dani “El Gordo”, y la primera vez que hicimos el amor, y el primer disco que escuchamos de los REM, Arcade Fire, Chuck Berry…

Una generación repetida e inédita, a la vez, como un verso de Alberti sobre una playa a la orilla de un lapicero de IKEA. La primera de la globalización icónica, primitivos digitales, que pagarán las consecuencias del Wifi, conscientes y alegres de nuestros inventos y juguetes -gadgets en el fondo inútiles, en la forma hermosos-, paladeando el escrutinio de los materiales, frívolos, melancólicos y fatalistas…, y en el fondo abisal de la memoria una pregunta no hecha: ¿si el interfaz fuera sólo una máscara, un engaño, una trampa, nada?

Una generación de EGB, BUP, COU, ETT, CEE, UE, OTAN, ET, AVE, MILF…, y te das cuenta de que era cierto el poema de Gil de Biedma,  “…que la vida iba en serio/ uno lo empieza a comprender más tarde”, y que ya no hay vuelta atrás, game over, y que sólo nos queda “seguir adelante, adelante, siempre adelante”, como decía Unamuno.

Una generación actual y fashion en legítima defensa personal. Una, la nuestra que a pesar de todo, no se deja vencer por el pesar, evitando los periódicos de papel y las alertas de los móviles. Una generación posmoderna en la que no está bien vista la tragedia, selfies y escaparatismo, cuya falta se vive como un desgarramiento.Una generación que ha reconocido la disolución de su mundo, con el que nacieron y crecieron, y la voluntad de rehacerlo como un constructor decadente, paródico, privado…, pero aún así creativo y absurdo.

Generación X, Y y Zero, entre lo metafísico y lo banal, pequeños gigantes, microbios titanes, los chicos del barrio… Ese tiempo pasado, como si fuese una tierna foto de Instagram, con filtro Hefe, llena de humanidad.

Pero ha pasado el tiempo/ y la verdad desagradable asoma:/ envejecer, morir,/ es el único argumento de la obra. (Gil del Biedma, No volveré a ser joven).

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