Aquí una generación global, coral, internáutica, fragmentada, contradictoria e individualista. Una generación llena de samples que proyectan una homogenización balbuceante. Una generación X, Y y Zero, sin nicotina ni alquitran, que busca su copyright desanimada.
Una generación en movimiento perpetuo, de las Vacaciones Santillana a Spotify, aquellos JASP que ahora toman el aperitivo dominical, como sus padres, barbudos, entregados, y cuidan de sus niños en los parques municipales mientras revisan el móvil. Un flujo constante e inconsciente.
Una generación, nosotros los que no combatimos en la Guerra Civil, ni lanzamos adoquines en el Mayo del 68, ni corrimos delante de los grises, ni votamos la Constitución y nuestra memoria histórica comienza entre el Mundial 82 y los Juegos Olímpicos de Barcelona. Nosotros los que somos, los que comenzamos a sentir el paso del tiempo tras los años felices de la burbuja y las grúas, y asentimos descreídos ante el próximo precipicio.
Una generación dentro de una generación, como muñecas rusas, y dentro de la última muñeca una caja de resonancia que no nos deja escuchar el silencio. Eso somos, una caja de resonancia de cultura pop: somos música, letras e imágenes; series B, el Equipo A, blanco y negro, tecnicolor y 3D, pulp, ciencia ficción, cómic, camisetas, fútbol y spots publicitarios. Mitos creados y sacralizados, liturgias vacías como un tetrabrik vacío y bolsas de Mercadona dobladas. Somos una generación de nostálgicos que ríen sus miserias sobre monólogos chispeantes.
Una generación de chapas, trompos, canicas, combas, gomas, Staedler y Bollycao, el rescate y el Pollito Inglés, juegos en la calle, en el barrio, en aquel parque donde después nos tomamos los primeros litros de cerveza y nos creímos héroes, y los primeros videojuegos en casa de Dani “El Gordo”, y la primera vez que hicimos el amor, y el primer disco que escuchamos de los REM, Arcade Fire, Chuck Berry…
Una generación repetida e inédita, a la vez, como un verso de Alberti sobre una playa a la orilla de un lapicero de IKEA. La primera de la globalización icónica, primitivos digitales, que pagarán las consecuencias del Wifi, conscientes y alegres de nuestros inventos y juguetes -gadgets en el fondo inútiles, en la forma hermosos-, paladeando el escrutinio de los materiales, frívolos, melancólicos y fatalistas…, y en el fondo abisal de la memoria una pregunta no hecha: ¿si el interfaz fuera sólo una máscara, un engaño, una trampa, nada?
Una generación de EGB, BUP, COU, ETT, CEE, UE, OTAN, ET, AVE, MILF…, y te das cuenta de que era cierto el poema de Gil de Biedma, “…que la vida iba en serio/ uno lo empieza a comprender más tarde”, y que ya no hay vuelta atrás, game over, y que sólo nos queda “seguir adelante, adelante, siempre adelante”, como decía Unamuno.
Una generación actual y fashion en legítima defensa personal. Una, la nuestra que a pesar de todo, no se deja vencer por el pesar, evitando los periódicos de papel y las alertas de los móviles. Una generación posmoderna en la que no está bien vista la tragedia, selfies y escaparatismo, cuya falta se vive como un desgarramiento.Una generación que ha reconocido la disolución de su mundo, con el que nacieron y crecieron, y la voluntad de rehacerlo como un constructor decadente, paródico, privado…, pero aún así creativo y absurdo.
Generación X, Y y Zero, entre lo metafísico y lo banal, pequeños gigantes, microbios titanes, los chicos del barrio… Ese tiempo pasado, como si fuese una tierna foto de Instagram, con filtro Hefe, llena de humanidad.
Pero ha pasado el tiempo/ y la verdad desagradable asoma:/ envejecer, morir,/ es el único argumento de la obra. (Gil del Biedma, No volveré a ser joven).