Un amanecer, 8.08 de la mañana, manso y silencioso, que ilumine todos los recuerdos que se pierden. Una mano que se entrelaza contra otra mano, dedos que se acarician, para hacerle patente que sigues ahí, que no te has ido. La pregunta adecuada, la marea imprescindible, ese sonido que le lleva a otro sitio y que le hace sonreír ingenuamente, como un niño.
Como cada año, el día 21 de septiembre se conmemora el Día Mundial del Alzheimer. Una enfermedad cuyo alcance, evolución y progresión la sitúan como primera causa de demencia en el mundo en personas mayores de 65 años. Actualmente en España 600.000 personas viven con esta enfermedad, la cual podría llegar a afectar en 2050 a 1,5 millones de personas. Cada año, se detectan 40.000 nuevos casos, según la Sociedad Española de Neurología.
Una música, una copla, una letrilla tarareada, esas notas descabalgadas que llegan a donde no hay luz y conectan los sistemas. El alzheimer no puede con la música. Ese tango de Gardel, esa copla de Quintero, León y Quiroga, esa banda sonora de Centauros del Desierto, que le lleva a una sala de cine de su pueblo, y de ahí a aquella llanura del oeste americano, y ese perro que ladraba como Trosky, y John Wayne que tanto le recordaba a su padre.
“Si la tratamos muy bien a nivel molecular podemos hacer alguna cosa para paliarla. De lo contrario, se convertirá en una plaga”. De esta manera, hablaban hace poco los expertos en un encuentro internacional en Barcelona. Una epidemia, sí, ese es el diagnóstico, crudo pero realista, que parece ser. Debemos hacer algo. Debemos trabajar en esa lucha imposible contra el olvido.
Un día, te pregunta: ¿tú quién eres? Y tú, desarmado, finges cierta normalidad, y le dices tu nombre: “soy Roberto, papá”. Él mira hacia un ángulo imposible de la habitación, a un lugar al que no mira nadie, jamás, y añade: “tengo un hijo que se llama Roberto y vive en Málaga”. Paras el tiempo, no sabes que decir, se te viene todo abajo al darte cuenta de que no te reconoce, justo antes de que vuelva a la carga para añadir: “y no le va nada mal”, y lo dice con orgullo de padre, mientras sigue mirando a ese rincón en el que no hay nada, y piensas que aún quedan cosas bellas ahí dentro.
Debemos trabajar ya: declarar el alzheimer como una prioridad de salud pública; reconocer, automáticamente, el 33 % de discapacidad en las personas diagnosticadas de alzheimer u otras demencias degenerativas; la puesta en marcha de una Política de Estado de Alzheimer; reconocer, por supuesto, a la figura del Cuidador Familiar, dotándole de los recursos oportunos.
Este año, se ha puesto en marcha una campaña en la que se quiere dar visibilidad a la enfermedad haciendo que los recuerdos de los enfermos perduren más allá de su memoria. Me ha parecido muy interesante y creativa. Se han seleccionado 21 recuerdos cuyos enfermos les gustaría que se recordasen: el recuerdo de un paseo por la playa, de la noche de Reyes, de la familia, su canción favorita… Tan sólo compartiéndolos en las redes sociales, les ayudarás a que perduren en el tiempo y, por tanto, no caigan en el olvido. (Adjunto el enlace).
Es necesaria más inversión en investigación básica; son necesarios más abrazos, llamadas, músicas, palabras; más cariño, más concienciación, más implicación… Tras un siglo, aún no hay tratamiento para el alzheimer. Ya se ven las lesiones cuando alguien está vivo, es un avance, pero aún hay más preguntas que respuestas, y queremos todas las respuestas para recuperar todas las memorias.
Hoy es, 21 de septiembre, el Día Mundial del Alzheimer. Recuérdalo.