El miedo global, como un poema de Bertolt Brecht

23 Mar
RALPH USBECK (AP)
RALPH USBECK (AP)

Empezaré pidiendo disculpas. Sí, vuelvo a escribir cuando el atentado es cerca. Ahora en Bruselas. Pero quiero dejar claro que “Todos somos Bruselas, París, Londres, Madrid, Chicago y, por supuesto, también Ankara, Amán, Beirut, Garissa…” Todos somos las víctimas, los infieles.

Tras la segunda explosión se hizo la oscuridad. Siguieron unos segundos de silencio rotos casi de inmediato por los gritos desesperados de algunas de las víctimas. Unas buscaban a alguien perdido entre la bruma y otras lloraban.

Le envío un e-mail a mi amiga Guadalupe. Escribo: “lo siento, acabo de leerte en facebook. ¿Cómo estáis?” Guadalupe, como otros 15.000 españoles, vive en Bruselas. Responde lacónica: “Pues… Cabreada, triste, cansada… Cabreada… Y tratando de tener información”. Guada y su familia están bien. Deberían haber vuelto hoy a Madrid a través del aeropuerto de Zaventem. Su vuelo ha sido cancelado.

Las primeras imágenes de los atentados de Bruselas aparecieron en un timeline de Twitter a los pocos segundos. Medios de todo el mundo comenzaron a difundir un vídeo grabado con un terminal móvil. El ruido de la explosión, la polvareda irrespirable, las caras desencajadas confundidas… Ahora todo se ve, todo se replica. Es la era global. El siglo XXI.

“De repente empezó a llegar gente corriendo desesperada. Les acompañaba un auxiliar del aeropuerto, de esos que van con un peto amarillo, que no dejaba de gritar ‘huyan, huyan, ha habido dos explosiones”, cuenta Leti Rodríguez, otra superviviente.

Los medios recogemos y reproducimos cada momento, sangre, polvo y ráfagas de disparos, degollamientos de encapuchados y vídeos ensalzando la guerra santa, pero nos cuesta entender el porqué de todo esto. Ya se habla del “Califato Universal”.

Para los terroristas es lícito asesinar infieles, incluso engañarlos mientras no sea posible matarlos. Morir con una bomba pegada al cuerpo es una bendición para uno mismo y para setenta familiares. Pensamos que son locos pero, en verdad, son fanáticos ultra—religiosos.

Ambulancias, coches de bomberos, furgones policiales, vehículos camuflados con los girofaros encendidos, aullando a su paso. La gente se detiene a mirar, aturdida, con la mirada vacía. Saben que todo esto es verdad, y saben que lo sabían: esto iba a pasar, tenía que pasar.

Paranoia, rabia, fanatismo, incultura, extremismo político o religioso…, intentamos explicar algo que no entendemos. El antiguo terrorismo perseguía unos objetivos propagandísticos y sus líderes nunca traspasaron ciertos límites. El nuevo terrorismo es poliédrico, tiene muchos grupos, con motivos obvios e inexplicables, absolutamente destructivo e indiscriminado, que puede causar millones de muertos y daños materiales colosales y, sobre todo, meternos miedo.

Hablo por teléfono con otro amigo. Al terminar la conversación Manuel saca el tema de los atentados de Bruselas. Me habla de miedo y de la sensación de no estar seguro ya en ningún sitio. El miedo global, como un poema de Bertolt Brecht.

La explosión fue tan fuerte que al principio ni la Policía podía saber si se había producido en la estación de Maelbeek o en la más grande de Schuman.

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