El mundo real es falso. Salimos al campo y encontramos un par de caracoles. A alguien se le ocurre hacer un terrario y cuidarlos. Ahora, observamos a los caracoles desde el otro lado del vídrio: “fast and furious”, bromeamos. Es como un Gran Hermano, en directo, sin cortes ni ediciones. Vemos la vida de los caracoles. Nos informamos en Google sobre sus formas y costumbres. Les hemos visto comer, aparearse, poner huevos (la manera que tienen los caracoles de expulsar sus huevos es alucinante, como de ciencia ficción), crecer a sus crías, pequeños caracoles, enterrados, como fosilizados, y luego esa especie de eclosión, surgiendo de las profundidades de la tierra, a cientos… Veo a los caracoles como ese poeta de hierro, llamado Hubble, ve polvo de estrellas muertas, lejanas, decadentes, a años luz.
Platón, Orwell, Matrix, El Show de Truman, GH 16…, miro a los caracoles y siempre siento una cierta tristeza, bella tristeza debo decir. Supongo que es su manera lenta de proceder, su indefensión, el escaparatismo al que les sometemos. Más que 1984, de G. Orwell, sería El Mito de la Caverna, de Platón. Unas sombras que se proyectan desde un lugar inalcanzable para la vista de estos individuos. Los caracoles no ven más allá de 1 centímetro. Las sombras son lo único que pueden ver, son lo único que conocen. Llevan toda su vida viviendo en esa situación, y para los caracoles el mundo real es el que ven en las sombras y las sombras son simples representaciones distorsionadas de la realidad. ¿Me siguen?
Es auténtica telerrealidad. Cuando el día ha acabado, nos ponemos algo de beber, dejamos una luz indirecta en el salón, colocamos el terrario entre nosotros y observamos. En ocasiones, hay silencio, sólo observación; otras veces, no dejamos de hablar, de reflexionar sobre lo que vemos. Sostengo que esto sí –mirar a los caracoles desde hace meses- es auténtica telerrealidad. Lo de Gran Hermano es otra cosa, quizás teleteatralidad. Allí, en la tele, los observados fingen, actúan a sabiendas de lo que son, de lo que hay al otro lado, tras las cámaras. Aquí no, aquí todo es real. Los caracoles no saben que existimos. Todo es real en un mundo falso.
A veces, he hecho el ejercicio de conectarme online a una de esas cámaras de tráfico en alguna ciudad del mundo. Me he conectado a webcam en Chicago, Amsterdam, Seúl… He mirado a través de esas monótonas cámaras, como el que mira absorto ese abismo insondable que es Google Earth o cuando observas esas multipantallas en los bazares chinos. Sin embargo, la pasión que siento al mirar a mis caracoles es una pasión distinta, bella, triste, lenta, exótica…
Ver desde la distancia -theoría en griego antiguo significa ver de lejos- es la ironía que nos mantiene vivos. Hace poco, alguien me contó que lo que más le gustaba era salir a correr, de madrugada, y mirar las ventanas de las casas, las habitaciones recién iluminadas, las cocinas con el aroma a pan tostado y el ruido de la cafetera, mirar las sombras de los recién vividos proyectándose sobre las paredes de sus casas. En fin, sombras son simples representaciones distorsionadas de la realidad.
Es similar a la vista de un microscopio que se detiene en una colonia de células procariotas, y miro a mis caracoles, les veo comer lechuga, zanahoria, cáscara de huevo (que les beneficia en la dureza de su caparazón), escucho el ruido ligero e intenso de sus dentelladas, les observo en sus inútiles intentos de huida cuando quieren, no sé por qué, salir del terrario y perderse en la inmensidad de la sala, les miro y me entretengo mucho. Una vida lenta, tranquila, segura…, supongo que tendrá que ver algo, quizás sea cierta envidia.
Decía W. Stevens: “Things seen are things as seen. Absolute real”. También decía: “All of our ideas come from the natural world: Trees=umbrellas”. Pues eso, el mundo real es falso. Los árboles son paraguas.