Mi amigo Alf. es cocainómano. No sólo. En verdad, es politoxicómano. Mi amigo Alf. es un gran tipo, uno de los nuestros, pero ahora, justo en este instante, está en un mal momento. Si estás nadando el siguiente paso no es un paso es una brazada. Alf. ya está en el agua, en un océano tumultuosas, distinto, y está muy solo. Tendrá que nadar.
A Alf. el abuso de la cocaína, el alcohol y las pastillas, sumado al estrés y la falta de sueño, le han debilitado la memoria. Su memoria es como una esponja, casi como un colador, incapaz de retener nada, absurda e inútil por momentos. Habla y se queda en silencio de pronto, como si hubiera dado un frenazo en seco frente a un semáforo en rojo. Me lo confesó hace unos días: “es la memoria verbal”, me dijo, “se me olvidan las palabras”. Iba a decir el nombre de alguien, alguna cosa, y entonces le faltaban las palabras.
Alf. era (ES) un uno de los nuestros. Tan normal como tú, amigo lector, que estás ahí enfrente. Tan joven, con tanto futuro, tan arrogante, tan divertido… Llego un día que el alcohol no le bastaba y alguien le dio a probar la farlopa. Al principio, no le gustó: “perdía el control, se me iba la mandíbula, tenía taquicardia…”, me dijo. Sin embrago, probó más veces, fue domando al caballo. Un día cruzó la línea roja.
Un día, sin darte cuenta, sobrepasas una línea roja, la gota que colma el vaso, como quieran. Podía haber sido antes de una reunión de empresa, en una partida de póker, en un after escuchando a Prodigy, o en la cama con cualquiera de sus novias (Alf. siempre ha tenido mucho éxito con las chicas). Saltar esa línea no tiene que ver con el día que la cruzas. Te has ido acercando, metiéndotelo todo, sin darte cuenta, y resulta que al dar un paso más, un paso que parece bastante normal, has cruzado la última frontera. Alf lo ve de otra manera: “no fue un paso, Roberto, fue un salto con pértiga, quería llegar ya de una vez aquí arriba”.
A veces, imagino a Alf. como un jarrón de porcelana. Alf., o sea el jarrón de porcelana, ha caído al suelo y se ha roto. Veo a su familia, a otros amigos, a sus ex compañeros de trabajo, limitarse a traer una fregona para el agua y un recogedor para los trocitos. Alf. no entiende que se ha roto y se asusta. Algunos tratamos de recoger los trocitos y pegarlos con cuidado. Aunque mientras haces esto, te das cuenta de que el agua se ha secado porque no la recogiste. A veces, Alf. se rompe en cinco trozos y los puedes pegar pero otras veces son cien trozos y es imposible. Alf. intenta pegar los trozos siempre, pero no puede porque los trozos no son los de un jarrón sino que el jarrón es Alf.
“Aquí arriba”, me dijo, y luego se quedó callado porque se le empiezan a olvidar las palabras. A veces, para saber como va su memoria, le recuerdo algo. Le digo si se acuerda, por ejemplo, del estribillo de Man on the Moon, de R.E.M., -“If you believed, they put a man on the moon…,” y le pregunto cómo sigue, en plan juego de chavales, y él finge, y se ríe, o cambia de tema, y me pregunta por la radio, o por las niñas. Alf. quiere mucho a mi familia. Man on the moon, sigue con otro Man on the moon, es una repetición. Es tan fácil y él se sabía todas las canciones de R.E.M., pero ahora su cerebro es como un colador y se le olvidan las palabras, los nombres, las letras de las canciones…
Es un lío, un problema, sé que no es fácil. He llegado ya a la conclusión de que la porcelana quebrada dura más tiempo que la porcelana intacta. Alf., ya es otro tipo. En verdad, todos hemos cambiado, yo también soy otro tipo. Alf. ha saltado, “un salto con pértiga”, dijo, y ha llegado, “quería llegar ya de una vez aquí arriba”, me dijo. Sostengo que Alf. ha llegado a la luna como la canción de R.E.M., y creo que ya no tiene ninguna necesidad de acordarse de la letra de la canción porque Alf. ya es la canción. Man on the moon, my friend.