– ¿Crees que yendo así de rápido me puedes dejar atrás?, me pregunta N., que en verdad es una desconocida, al ponerse a mi lado en el primer semáforo de Gran Vía junto a Plaza España.
Advierto que conduce sin zapatos, los pies descalzos sobre los pedales, arrogante, bella…
– Imposible dejarte atrás, le digo, enderezando la espalda, fingiendo algo que no sé, mientras hago rugir el coche.
– ¿Por qué corres tanto?, me grita. El semáforo se pone en verde.
No respondo porque ella ya sabe la respuesta.