El pasado viernes por la noche, en casa, cenando con unos amigos, uno de ellos barcelonés de adopción, surgió el inevitable tema: el conflicto catalán. Postearé al respecto, sobre los nacionalismos y una solución, digamos plausible, como podrían ser las micronaciones, o sea nosotros mismos.
El sociólogo Daniel Bell estableció ya en 1987 que el Estado era “demasiado pequeño para atender a los grandes problemas del mundo actual y demasiado grande para encarar los pequeños problemas cotidianos del ciudadano”. O sea, y cerrando el debate, la independencia es imposible, y ya. No tiene lugar en este mundo globalizado, en esta Europa de Merkel y muy señor mío. En todo caso, una apariencia, un residuo, algo así sería la hipotética independencia catalana o del Cantón de Cartegena. Oye, que si les vale…
No creo en los nacionalismos. No, pero ni en el nacionalismo catalán, ni en el español, ni en el argentino, si cabe. Soy español, y me gusta serlo, qué remedio por otra parte, pero me siento más cerca de Newton que de Torquemada, me emociona más la música de The Strokes que la de Sara Montiel y me río más con Desproges que con Los Morancos. Sí, claro, me fascinan Goya, Quevedo y Gloria Fuertes, pero no precisamente por ser españoles.
Dicho esto, expuesto que la independencia es imposible, o una apariencia en estado terminal, y que no me gustan las ratoneras, propongo otras medidas urgentes: las micronaciones.
No me andaré con rodeos. Los seres humanos, o sea todos y cada uno de nosotros, somos micronaciones, islas que se relacionan en mayor o menor intensidad con otras islas. Como ya expuso el gran Andrés Ibáñez, “frente al concepto de sociedad heredado de la Ilustración, la sociedad del nuevo milenio se presenta como un conjunto de islas”. Ahí vamos. No me digan que no es estimulante esta idea de las islas frente al concepto histórico de nación, tan aburrido y que tanto daño nos ha hecho.
El vaciado del Estado-nación ha sido aquí tan drástico que ya no queda otra opción. Los países no conservan intactas ningunas de sus grandes funciones específicas. Ni acuñar moneda, ni guardar fronteras y aduanas, ni la de una verdadera política exterior, ni siquiera hacer la guerra. ¿Qué sentido les quedan a los grandes países? Sí, ok, el Mundial, y…
Volvamos a la idea de las micronaciones, o islas, que somos nosotros mismos, islas que parecen desiertas al principio, pero en realidad contiene todo el universo, como en la Isla de Lost.
¿Recuerdan ustedes el lema de la campaña publicitaria de Ikea? «Bienvenido a la república independiente de tu casa.» Pues de eso hablamos. Ya no es necesaria la gran revolución social, nos consolamos con una pequeña pero efectiva revolución en todos y cada uno de nosotros. Algo así como la totalidad dentro de un conjunto de totalidades.
Islas, micronaciones, seres humanos individuales conectándose constantemente y con mucho amor, que viven en el espacio, en el mundo, en Europa, en un país o en otro, en el campo, la ciudad, el barrio, la calle, el inmueble, el apartamento, la habitación, la cama, la página, en la estepa nevada de facebook… Sería bueno recordar ahora, y aquí, la maravillosa «casa rodante» del excéntrico Raymond Roussel. Una casa rodante con la que viajó por todo el mundo, recibido por jeques y obispos como si fuera, de hecho, el presidente de su propio país.
Resumiendo, que es gerundio y esto es un post: frente a los nacionalismos que distancian, y las grandes superestructuras supranacionales, nosotros, todos y cada uno de nosotros, acercándonos, como islas, micronaciones fabricadas para conectarse con otras islas, que sois vosotros, nosotros, todos.
Ah, en otra ocasión hablaremos de barcos cargueros y yates que llegan hasta esas maravillosas islas pero eso será en otra ocasión.