(Transcribo a vuela pluma un post urgente desde la fronteriza ciudad africana de Tánger en la que paso unos días mirando, buscando…)
Vivo rumor del mar, cruzamos el estrecho, que no es estrecho, ni un camino derecho, sino un puente al que le faltan dientes, y un lago transversal, y un infierno, para llegarnos hasta el exilio de nuestro corazón, perfil de una ciudad sobre un horizonte de espuma…
Bramidos de sirenas, trajinar de gentes, conversación de barcos, chirrido de persianas, ensueños matinales y grandes dársenas, la tierra legendaria de mejillas hundidas, tostadas, sobre una barba blanca y erizada, paseando sobre cuerpos febriles y enjutos, entre calles serpientes y balaústres de hierro, terrazas que son palcos teatrales y escaños, con la mirada hábil y transparente de un niño que pide un dulce, y el paso firme y elegante de un derkaua, y una sombra que nos saluda y nos incita o nos invita, antes de hacernos hueco en un minitaxi…
A la medina, le decimos, 15 dírhmas, nos contesta, regateamos, y nos cruzamos con camellos, limpiabotas y profetas, parques de eucaliptos, palacios, hoteles y burdeles, hombres estatua, fumadores de kif y vendedores ambulantes, cines que dejaron abandonados los españoles -Cine Goya, Alcázar, Teatro Cervantes-, moros lavándose de cuclillas en el borde de las fuentes, y mujeres que parecen escapar sin rumbo…
Paramos en el Zoco Chico, bebemos té a la menta, comemos algo y respiramos, aspiramos la dulzura arrolladora, los perfumes de naranjas, y palmeras, las esencias de las mil y una noches, como una cantinela en el diario de un buen hombre, el aliento abrigo de Sheherazade, y el correr arabesco de un chico huyendo por las cuestas de la ciudad, “a la Kasbah”, señor, paraíso de claveles, llamada a la oración, escombro de Europa, nexo y garganta, grúas que construyen burbujas, territorio de leyenda, tiempo mítico, oferta, ganga riad o suite de hotel…
Llegando desde el café Hafa hasta la medina, con gafas de sol y aspirina, Alex y Ana mirándolo todo, registrándolo todo, olvidándolo todo, y nuestro caminar arrastrado y curioso, junto a los mejores amigos y sobre la pincelada arenosa de sus callejuelas, orgullosos de abrir la puerta de atrás, racimos de árabes entre sus bolsas negras, frente a ventanas ojivales y paredes blancas, viejas perezosas y arrogantes jóvenes sonrientes vendedores de imitaciones de Ray-Ban y relojes baratos, mirando y hablando en susurros…
Justo en el Bulevar Pasteur, y antes de bajar al puerto, un chófer llamado Abdúl, me hace reir, compartimos espacios en un recuerdo eterno, y el retrato de Hassan, y el café con leche, suave niebla hervida, Gran Café de Paris, Bowles, Rondeau y Coca-Cola de Hércules, ruinas nómadas y hombres sin casa que sueñan con cruzar el estrecho, que no es estrecho, ni un camino derecho, sino un puente al que le faltan dientes.