El último refugio GMDII

24 Feb
El último refugio
El último refugio

Alejandro Castroguer es el único que consigue hacerme leer historias de zombies. Es cierto que se me puede tachar de subjetiva por el aprecio que le tengo, pero para mí no es nada fácil enfrentarme con un tipo de género –el género Z- con bastantes más seguidores de lo que imaginamos y mucho más entendidos que la que suscribe.

Sin embargo, me lo ha puesto fácil. Muy fácil. Primero, porque la historia es cómoda de seguir a pesar de tener un antecedente La Guerra de la Doble Muerte también editada por Almuzara –en el caso de que no la hayan leído- y segundo porque a pesar de ser un género basado en la ficción o en la fantasía tiene tantas posibles lecturas que se hace un compendio de metáforas traspasables a la realidad. Una obra simbólica en su conjunto.

En el 2010 la guerra de la doble muerte asoló y devastó España. Los supervivientes quedaron recluidos en campamentos de pura y dura supervivencia ante los hambrientos. Y nosotros seremos testigos de la lucha de esos reductos en su resistencia. Situados en la montaña de Montserrat, Sevilla y Finisterre, cerraremos el círculo de la extinción.

Ese sería un breve resumen, pero la obra no queda ahí, sin más. Alejandro ha trabajado mucho en esta novela y se nota. Además de la evolución como autor –que noto considerablemente desde su novela anterior, El Manantial– tenemos un compendio de sentencias, localizaciones, autores, literatura, música y guiños personales que quienes conozcan al autor sonreirán en más de una página al reconocer la imagen de un amigo convertido en protagonista, como Carlos Sisí, o a personajes como Totoro –personaje de animación japonesa- muy del gusto de una señorita muy cercana a Alejandro, por no hablar de su ciudad, Málaga, a la que tiene continuamente presente, en recuerdos e imágenes.

Los tres enclaves de los que resisten obligan a una prosa ágil ya que continuamente está cambiando de foco para simultanear las historias, y es que aquí todo tiene un porqué, y es esa trenza invisible la que ata las vidas que llevan a su final. A pesar de esa agilidad, los personajes se describen con sus hechos más que con un estudio psicológico profundo, aunque también exista en algunos casos. Me recuerda a la técnica de Balzac por la cual se convierte en un observador implacable y que como aquel se documenta de forma amplia ya que todo ha de ser inventariado. Creará multitud de personajes concebidos a la manera naturalista, es decir, que no serán seres independientes y razonables, sino simples fuerzas dominadas por las circunstancias. Y aquí hasta la voluntad tiene sus causas. A su vez, las causas tienen un efecto, en cierto modo, mensurable. El resorte es siempre una pasión, que crece e invade al personaje hasta convertirlo en una obsesión que le destruye o lo eleva. Resumiendo, que lo que parece un género fantástico se convierte en pura realidad.

Les invito a que conozcan a este autor malagueño que ha recibido muy buenas críticas por su forma novedosa de afrontar este género, pero sobre todo lo recomiendo porque no es lo que esperan: no es la típica novela de zombies. Va más allá. Si nos elevamos o sumergimos en una lectura más profunda los muertos vivientes pueden ser una metáfora o símbolo de personas reales con valores y defectos de la sociedad actual. Porque ¿Quién no se ha sentido muerto alguna vez en esta vida?.

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