Sueños como dardos

4 Abr

En la lengua griega clásica hay dos palabras que parecen ser una sola. Se trata del grito, la voz humana hecha grito por algún motivo, que en griego se escribe con la letra iota y la alfa, es decir, “IÁ”, y su gemela con idéntica forma en nominativo: “IÁ”. La primera significa, además de “grito” como ya se ha dicho, “voz, sonido, ruido”. Es de género femenino y su genitivo es “IÁS”. La segunda es una forma épica, en género neutro, y su genitivo IWN. Su significado es “dardo, jabalina”. (Anoten que la letra /W/, que hemos escrito antes, debe leerse como lo que en griego era, una O-mega, que es la “o grande”, en contraposición a la O-micron, que es la “o pequeña”). Ambas palabras se diferencian por los géneros gramaticales, por el uso o contexto evidentemente, y por sus respectivos genitivos, además de otros casos que no sean el nominativo singular, que es ese “IÁ” ya dicho.
Lo que ahora quisiera dejar en la mente del lector es una posibilidad, que en mi caso se basa únicamente en cierto modo de intuición del que sólo a duras penas sé o quiero sustraerme. Se trata de la idea de por qué no pensar que las dos palabras, en su génesis, sean una solamente. O al menos la una se asocie fuertemente a la otra, debido a que normalmente cuando un ser humano lanza una jabalina en combate o en competición suele dar un grito. Salvo que se quiera lanzar el dardo en absoluto silencio para matar o malherir sin levantar alarmas, el lanzamiento se acompaña de un grito. Y aunque no se grite, el dardo o jabalina ya lanzados, hacen un peculiar ruido al roce con el aire mismo.
Sea esto como sea, es el caso que también en nuestra mente hay a veces palabras, a veces sueños, que son como dardos que nos llegan uno no sabe siempre de dónde. Lean esta frase famosa de J. W. Goethe: “Gris, querido amigo, es toda teoría, pero es verde el árbol dorado de la vida” (“Grau, teurer Freund, ist alle Theorie Und grün des Lebens goldner Baum”).
Se reconocen en el alemán las correspondientes palabras inglesas: “grau” es el grey inglés, (gray en USA), que es “gris”; teurer¨ es el dear, “querido”; “alle” es all; “Freund” es el friend, “amigo”; “Und” es and, “y”… Pero este “y” tiene en su traducción un valor significativo que lo hace ser más un “pero, sin embargo”, que no la mera conjunción copulativa. Por muy diferentes que sean, todas las lengua dicen lo mismo, al cabo.
Y se me disculpe este breve inciso, que pudiera parecer innecesario o incluso pedante, pero que no lo es en mi sentir: estamos tratando del mundo de las palabras, y vamos a entrar, a veces de soslayo, en los mundos del sueño donde las palabras o las cosas que nosotros al despertar tenemos que convertir en palabras, si queremos escribir o contar el sueño, se ligan y unen a veces de manera inextricable. Que lo mismo que hay palabras como dardos para nuestro sentir, también en ocasiones tenemos sueños que son como jabalinas que nos cruzan de parte a parte. Hieren, aunque sea de manera que se diría incruenta porque no salta la sangre, pero no menos cruel, a veces, que las heridas sangrientas. ¿Quién ignora estas cosas?
En lo que sigue vamos a referir un sueño del que ahora sólo podemos dar su relato, pero no el nombre mismo del soñador: antes, debería consultarle y tener su plena aprobación para que junto al sueño aparezca su identidad como sujeto que lo experimentó en su día. He aquí el sueño, que pudo ser pesadilla, pero que no pasó de mero episodio onírico, aunque -eso sí-, cargado de un sentido que para el sujeto soñador que me lo refirió resultaba “inquietante”. Lo llamó “El sueño de los demonios”. Me relató lo que sigue:
“Me vi sentado en una silla de anea, en la ribera de una playa, con el mar en calma a mis espaldas, y con una serie de individuos, igualmente sentados en sillas como la mía, y todos vestidos de negro y con un sombrero del mismo color, que formaban un círculo en torno a mí, que de ese modo me encontraba en el centro.
Uno de ellos, que parecía llevar la voz cantante aunque no se diferenciaba externamente de los otros por rasgo alguno o por alguna peculiaridad de su vestimenta, me preguntó en un tono increpante: “¿Tú por qué hablas de Dios?” Le respondí que porque sentía que tenía que hacerlo, y que en todo caso eso era cosa mía. Y me desperté sin más.”
Le pregunté algunos datos, detalles sobre el sueño. Cosas como las sensaciones de color que veía, la impresión que aquellos individuos que él consideraba demonios le causaban, por qué creía que eran demonios, y cuántos eran. Me respondió que no sabría decir por qué los consideraba demonios, pero que sentía eso en su sueño. No le causaban temor, sino que más bien se sentía a salvo de ellos: como si el círculo que formaban en torno a él, donde estaba sentado, a la vez que le rodeaba y cercaba, también le protegía. Que los colores que veía eran los usuales del lugar donde estaban, y que él creía que eran siete individuos, y que aunque todos eran aproximadamente iguales, sólo uno era el que le hablaba y parecía ser el jefe de los demás, por ese hecho de llevar la voz cantante, como se suele decir.
Ese sueño, -le dije-, ¿le ha causado alguna perturbación?
Directamente, no. Pero pasado un tiempo, tuve que estar con tratamiento de fármacos para tranquilizarme: llegué a tener episodios psicóticos.
¿Sabías el valor simbólico del número 7?
En el sueño, no lo tenía presente. Pero al despertar, y recordar lo que había soñado, sí. Y además me acordé de un pasaje del Nuevo Testamento donde un demonio le dice a Jesús que “Mi nombre es legión, porque somos muchos”. Y luego Jesús le ordena salir de los cerdos que aquel pastor llevaba, los expulsa y los hace precipitarse al mar. Pero eso tampoco me afectó, quiero decir que no sentí miedo. También me acuerdo del poseso que al parecer tenia siete demonios dentro de sí… ¿O es el mismo pasaje?
Y tu sueño, ¿era lúcido, sabías en el sueño que soñabas, o no? Le pregunté sin responder a su observación de las cosas del relato evangélico, que en aquel momento consideré secundarias: producto de su formación intelectual, pero no muy conectadas con su sueño. Eso creí entonces; hoy, habría actuado de otro modo.
Eso no lo recuerdo. Creo que no sabía que estaba soñando. Pero desperté y recordé con absoluta precisión lo soñado. No, no era lúcido; pero sí era un sueño tan intenso, que luego uno, cuando despierta, lo recuerda con exactitud y difícilmente lo olvida.
Se podría decir que ese sueño que tuvo le cruzó de parte a parte. Que actuó como un venablo que le lanzan y le cruza todo el organismo atravesándole, aunque sin derramar sangre: con una herida de carácter, por así decirlo, “mental”. O si lo prefiere, “onírica”. ¿No cree usted?
Sí, en efecto. Eso creo que pasó. Aquel sueño fue como un dardo, y su impacto tardé mucho tiempo en poderlo asimilar y superar, aunque no olvido el sueño. Pero ya no me afecta como al principio. El tiempo lame las aristas de las cosas igual que el agua y el viento.
Sí, es verdad- Cómo de fuerte lima y lame el tiempo, y lo suaviza todo.

Una respuesta a «Sueños como dardos»

  1. Excusen ustedes: antes de que se me diga (y con razón) que los demonios estaban en un hombre poseído, un poseso, y que Jesús los hizo entrar en cerdos y éstos, los cerdos, apenas notaron los demonios adentro de sí se lanzaron al agua para ahogarse, en este relato prefiero salvar a los cerdos también, no dejar al pobre hombre que los cuidaba (¿eran suyos? ¿Los llevaba él pero su dueño era otro? ¿Cómo le explicaría al amo de los cerdos lo ocurrido con éstos?) huérfano de su piara, y quién sabe si inerme ante el dueño de los guarrillos. Gracias.

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