La gente

14 Ago

Una de las cosas que más nos molestan en verano es la cantidad de gente que hay por todas partes. Valga decir que cada cual tiende a pensar que como gente no cuenta, que no contribuye con su bulto a generar la masa.

Desde nuestra perspectiva de individuos, la gente siempre son los otros y nosotros, cómo decirlo, ¿la pera?

En esas, construimos el binomio “yo y la gente,” sin sonrojo alguno y con franco beneficio del primero para colocarlo en las conversaciones, en plan; “la gente piensa y hace esto o lo otro (una solemne estupidez, se entiende) y yo, sin embargo, pienso y hago lo contrario” (lo inteligente, lo guay, por supuesto).

Este tipo de ópticas narcisistas e irrisorias rayan ya en lo paradójico si se ven respaldadas por la fama. Suele ocurrir que quien debe su celebridad al aplauso de “la gente”, (qué fama no se obtiene por el aplauso colectivo) se vuelve contra ella como con repugnancia elitista.

Pongamos, por ejemplo, a aquellos autores que triunfan por vender abundante material autobiográfico y luego acusan a “la gente” que se lo compra de querer meterse en su vida, cuando fue justo al revés.

-Hay que ver, cómo te has permitido tal atrevimiento, Eduardo- exclamó la mar de ofendida aquella marquesa decimonónica a su pobre criado, después de meterse en su cama y holgar con él a placer durante toda la noche.

Así responden más o menos los autores que anuncian desnudarse en sus textos y, después de compartir tales intimidades con nosotros, nos apartan a manotazos, ¿cómo es eso? A ver, querida autora o autor, cómo no vamos a considerarte algo nuestro, si conocemos todas las entretelas de tu infancia, si te vimos echar los primeros dientes y pelearte por el Scalextric con tu primo José Luis, si hemos ido a tu primera comunión y a los guateques de tu adolescencia, donde tus primeros escarceos carnales, si conocemos tus monólogos interiores, tu madurez con sus éxitos y fracasos y hasta la calidad de tus orgasmos y el pequeño lunar que hay junto a tu ombligo; si, en fin, te hemos criado como a una hija, como a un hijo, ¿cómo pretendes desterrarnos ahora de tu vida?

Pero no siempre el elitismo se adquiere en ese punto de la trayectoria biográfica en el que el éxito obra los consecuentes trastornos de personalidad e inspiran conductas, me temo, bastante gilipollas; hay quien nace ya con el elitismo puesto e incluso le debe a dicho elitismo su popularidad. Valga decir que “la gente” tenemos un componente masoquista en el carácter que premia como síntoma de brillantez lo que no es más que arrogancia impertinente.

A colación de la arrogancia impertinente, me viene como paradigma el académico Francisco Rico que es personaje de las dos últimas y respectivas novelas de Javier Marías y Arturo Pérez Reverte y que, por lo que leo, va a pasar a la posteridad más por su soberbia fatuidad que por sus recurrentes estudios sobre “El Lazarillo”, tan llamativo es el hombre en estas artes por lo que sé.

Al maestro lo conocí en un curso de la Universidad Menéndez y Pelayo que, presuntamente por su título iba a tratar de otra cosa, pero que acabó, cómo no, tratando sobre “El Lazarillo”.

Recuerdo en aquella sala de la UIMP a un público acobardado que reía las ampulosas gracias del sabio, las entendiese o no, mientras el crecido genio ensartaba un cigarrillo tras otro de las cajetillas que le iba suministrando una especie de esclavo que se sentaba a su lado, muy acobardado él también.

Lo peor de todo llegó cuando el maestro, aburrido de escucharse a sí mismo, empezó a preguntar de uno en uno a la concurrencia quién era y a qué se dedicaba. Como quien responde a un examen de estado, cada cual balbuceaba intimidado unas palabras, que el sabio apostillaba con algún sarcasmo vejatorio, entre las risas nerviosas de quienes aguardaban su turno al patíbulo. Y, sin embargo, después de aquel fusilamiento colectivo, el colectivo de humillados celebró las recibidas vejaciones como muestras de la mayor elegancia y agudeza.

Con mucha peor fortuna y menor talento, he visto imitar esta actitud grosera y petulante de Rico a otros aprendices de genios. Me pregunto por qué, puestos a ser sabios, no emulan la humildad de Sócrates en vez de la impertinencia de Calígula. Decididamente, ellos nunca serán “gente”, como mucho se quedarán sólo en gilipollas.

2 respuestas a «La gente»

  1. Sócrates hoy es el viejo remedo
    de alguien que nunca fue sabio
    que murió queriendo saber algo
    y su mundo fue el de los buenos

    amantes, amados de la filosofía
    que buscan la luz de la sabiduría.
    Porfiando con ellos se hacen rito
    la postura y los aires del erudito

    gesto y ademán de capa y sayo
    se baten a fondo por Góngora
    Dámaso Alonso, paz armónica

    vs Marcelino Menéndez Pelayo…
    Tanto se ocuparon de la sincronía
    que casi se olvidan de la poesía.

    Tal vez por eso una lectura pueda ser
    sincrónica o sin crónica. A saber…

    Saludos y paciencia con Godot, digo, Perseo.

  2. Con avinagrada jeta
    y gesto de cultureta
    te mira con gran desprecio
    este tipo majareta.

    Su saber es limitado
    conoce confusos nombres
    pero se hace el sobrado,
    es un fantasma ese hombre

    Es cosa de los pedantes
    parecer siempre distantes
    pues a falta de más gracia,
    se hace el interesante.

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