Un euro, cuatro zlotys

21 Ago

No es mala idea comenzar un viaje por Polonia, tomando como punto de partida la ciudad de Wroclaw. Es pequeña, hermosa y confortable y se puede ver en un día, aunque tal vez el viajero se tome otro día más o dos para disfrutarla, pero si no está en su mano hacerlo, le  propongo esta ruta que le permitirá visitar sin prisas los lugares de mayor interés.

De buena mañana y con el primer café en el cuerpo, no hay opción mejor que dirigirse a Rynek, el corazón de la ciudad, donde se encuentra el antiguo ayuntamiento de estilo gótico tardío, flanqueado por los más majestuosos edificios de la ciudad, cuyas fachadas de diversos colores componen un armónico maridaje entre renacimiento, medioevo y barroco que arranca la primera exclamación admirativa al visitante. Todo este conjunto monumental, como muchos otros en Polonia, hubo de ser reconstruido después de los bombardeos de la II Guerra Mundial que dejaron, prácticamente, el patrimonio artístico del país reducido a cenizas.

Por toda Polonia aún encontraremos huellas de la invasión nazi y la intervención soviética, aunque cada vez más difuminadas por la euforia de un país que, después de siglos, goza por fin de una casi estrenada independencia tras la liberación del Pacto de Varsovia.

Con tan sólo  veinticinco años, la joven democracia polaca respira efervescentes aires de renovación.

Contigua a la plaza de Rynek, se encuentra la plaza de la Sal, poblada de numerosos puestos de flores y terrazas de restaurantes, pubs y heladerías, en cuyo extremo pasaremos bajo un arco que nos llevará a la librería española con sede también en Varsovia y Cracovia y regentada por Eva, una enamorada de nuestro país, que se ofrecerá a darnos toda clase de informaciones sobre nuestra ruta. El local, decorado en sus paredes con motivos de Miró, tiene una cafetería muy agradable y luminosa, donde se puede ojear a placer el amplio surtido de títulos que ofrecen sus estanterías en las que tienen un lugar preferente, además de los clásicos, las obras de Javier Marías traducidas al polaco.

Una forma original de seguir nuestra ruta es adquirir aquí la guía en la que los gnomos nos descubren la ciudad. La tradición de los gnomos es relativamente joven en Wroclaw, pues data de época socialista. Se dice que, por las noches, los muros de la ciudad se llenaban de pintadas subversivas contra el régimen prosoviético y éstas eran borradas con premura al día siguiente por el gobierno. Los ciudadanos, en broma, atribuyeron tales actos de mágica nocturnidad a los gnomos, que empezaron a aparecer también mágicamente por diversos rincones de la ciudad; así descubriremos al gnomo viajero, al dormilón, al lector, al vagabundo y etcétera.

El polaco, aparentemente serio y distante, goza de un gran sentido del humor, que se hace manifiesto en las distancias cortas, cuando vencen su desconfianza hacia el extranjero y lo hacen de los suyos, bautizándolo con una botella compartida de vodka. Conviene que los neonatos sean varios, ya que dicha botella ha de ser vaciada, pues el contenido que quede en ella, serán las lágrimas que habremos de llorar aún en la vida.

En todo caso, una historia tan dura como la de Polonia, hubiese sido imposible de sufrir sin la ayuda del humor, el vodka y la cerveza. Y, hablando de cerveza, ya que se hace mediodía, cómo no ir a Spiz, la cervecería más antigua de Polonia; un local que se aloja en los sótanos del Ayuntamiento donde se puede ver el proceso de elaboración de la bebida, además de degustarla. Degustarla es un decir porque en Polonia se sirve en vasos de medio litro, aunque hay que señalar a su favor que, pese a sus generosas medidas, no se sube demasiado a la cabeza y, además de exquisita, es baratísima (el “piwo” de medio litro cuesta desde un euro y veinte a dos euros y pico como máximo.)

Para quien gana en euros, se puede decir que Polonia es muy barata, pues cada uno de ellos se cambia por cuatro zlotys; la moneda nacional. Así aquí comer en el restaurante más lujoso de la ciudad -Por ejemplo, el “Dwor Polski”, una mansión en Rynek, cuyos espaciosos salones están decorados al estilo medieval- sale con especialidades y postre a sólo quince euros el cubierto y una habitación en un hotel de cuatro estrellas por poco más de cuarenta. Que viva el zloty.

Esperando que amaine el calor, que ha sido riguroso en este agosto polaco, se hace tiempo tomando café en la zona de la Universidad, muy animada por el bullir continuo de los estudiantes, y llena de negocios y locales donde prima la originalidad creativa. Como, por ejemplo, el café Kalambur con la más maravillosa decoración art decó que haya visto jamás e inconfundible por la enorme salamanquesa que vigila su entrada.

El atardecer es imprescindible reservarlo para el crucero por el río Oder. Allí continuáremos descubriendo los tesoros que nos reserva esta ciudad, hechizada por los gnomos. Sígueme.

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