Los días señaladitos se suelen quedar en eso, en jornadas de reivindicación. Cada una de las deidades hoy mayoritarias exigieron sus fiestas de guardar. Los humanos rellenamos los calendarios laicos con remembranzas de una u otra efeméride. Los dioses se comportaban como novias antiguas de aquellas a las que los mozos labriegos tenían que dedicarles, al menos, un día a la semana en que se enjabonaban todo lo que podían, se medio afeitaban, montaban la mula y se marchaban hacia la cortijada correspondiente para charlar con la amada de sus ojos, previo permiso, paterno, por supuesto, a través de la reja e incluso de la gatera, esto es, la pequeña puerta a ras de suelo por la que entraban los gatos a la casa. Imaginen la estampa de un chico tumbado en el suelo o agarrado a una verja repleta de macetones. Incluso así se cuenta que hubo embarazos en más de un pueblo de nuestra geografía celta e ibera. Cursificando mucho el refrán, cuando las ganas de sexo aprietan, ni el trasero de los cadáveres se respeta. Y es que las leyes de la vida redactan un código, en demasiadas ocasiones ajeno a las normas y costumbres de los humanos que, desde hace muchos milenios, se caracterizan por una cuestión: la hembra siempre pierde en este juego vital, al que los machos suelen acudir con dados trucados. Aquello sucedía en tiempos de nuestras abuelas. En el mejor de los casos, la situación se saldaba con un par de horas teatralizadas durante las que el padre, correa en mano, descargaba la ira sobre la madre, interpuesta para que la futura mamá no recibiera ningún golpe; tras rápido viaje, escopeta a la espalda, hasta la casa del presunto embarazador, se arreglaba una boda sin muchas alegrías para no ofender a la santa madre iglesia. En el peor de los casos, la chica finalizaba el episodio en cualquier burdel de la capital, desde donde algún cliente llevaría noticias suyas a ese pueblo en que figuraba como difunta para parentela y allegados. Hoy, a pesar de los muchos avances sociales conseguidos desde aquellas españas oscuras, la mujer aún sigue siendo víctima de la maternidad, aún convertida en motivo casi de pésame más que de gozo.
De esos grandes pactos que la sociedad española aún tiene sobre la mesa sin que ningún gobierno los aborde junto a los demás grupos políticos, según la definición de pacto, el de la conciliación de la vida laboral y familiar, es el que desarrollaría soluciones al problema del fracaso escolar, al de las pensiones futuras, puede que al del desempleo y, seguro, conllevaría un aumento de la felicidad colectiva, lo que tal vez redundase en un necesario incremento del sentimiento de cohesión territorial. Los horarios laborales junto con el modelo productivo español son ineficaces. Imaginemos una familia donde ambos cónyuges trabajen en el sector servicios. Los hijos son criados por quien sea menos por quienes tienen que encargarse de su educación, su familia, sea homo, hetero o mono. El consejo que casi siempre doy a quienes me consultan cómo puede mejorar el rendimiento académico de sus hijos, es el de que se sienten junto a ellos para hacer las tareas escolares. No que las hagan o que ejerzan de docente, no, que permanezcan junto a sus hijos mientras estudian o realizan deberes. La mayoría de las familias no puede hacer algo tan elemental como este hecho de ocuparse de sus hijos. Se encuentran por la noche y con el ánimo más que acabado. Mi amiga Marina trabaja para una empresa moderna que le ha abierto las puertas a una maternidad satisfactoria. Tiene dos hijas pequeñas y la empresa le ha permitido trabajar desde casa. Organiza su jornada, su productividad no desciende, al tiempo que la rentabilidad de la empresa aumenta porque una trabajadora satisfecha e implicada, vale por dos. Es imposible la distancia en empleos de baja cualificación como camarera o limpiadora; es inabarcable ser madre con horario comercial. La situación de nuestras abuelas se ha modernizado, hoy mandamos al desempleo a las embarazadas, o condenamos a los hijos a una orfandad de facto con un coste colectivo a medio plazo incalculable. O crías o trabajas.