Puchero malagueño

12 Mar

Voy a iniciar esta columna de lunes como nunca se debería de hacer según preceptos clásicos no escritos para estos géneros periodísticos de opinión. El artículo y la columna han de ser platos de único aroma para que el comensal no se despiste; pero a veces uno tiene que aderezar un cocido con su carne y sus verduras; eso sí, hay que saber espumar la grasa para que los múltiples sabores no se retuerzan sin sentido. Por un lado, el Ayuntamiento está dando todos los parabienes a la construcción del hotel con hechuras de rascacielos que pretende ser estampa del dique de levante, a pesar del informe de la UNESCO que advierte de serios inconvenientes e impactos medio ambientales negativos. A este mismo puchero, podemos añadir el hecho de que Inspección de Trabajo impuso 1750 multas a empresas malagueñas durante el año 2017; sobre todo, por fraudes cometidos con los contratos parciales en el sector de la hostelería. Si hurgamos en la despensa para ver qué podemos echar a este caldo, me encuentro con que los grandes fondos de inversión internacionales están reactivando el sector de la construcción, a la vez que adquieren inmuebles en todas las ciudades españolas, Málaga incluida, lo que ha ocasionado alzas no sólo en los precios de esas viviendas, ya inasequibles para la clase media, sino en la mensualidad del alquiler. Desde el frigorífico, por si caben en el puchero, todavía nos llegan los ecos no sólo de la histórica manifestación feminista a la que el alcalde de nuestra ciudad se quiso adherir, una vez constatado el éxito de la posible foto, sino que también resuenan los de las batucadas de la Casa Invisible, espacio alternativo con cuya ideología no comulgo, aunque sí con su idea, esto es, un ámbito ciudadano ajeno a las injerencias de los grupos políticos mayoritarios que ya disponen de foros donde, incluso, servían canapés y vinos de relumbrón durante aquellos tiempos en que se consideraba el gasto público como parte del dispendio del cortijo privado de unos pocos. La Invisible alberga a los otros pocos que también tienen derecho a disfrutar de ese derecho de ser minoría y no quedar invisibilizada por ello.

Una vez juntos puerro, apio, zanahoria, nabo, patata, pollo y hueso de cerdo, pongo a hervir el agua, espumo, salo y cuelo. Tras el primer sorbo, con la taza aún entre las manos, concluyo que Málaga está siendo construida al margen de los malagueños. Al menos al margen de todos aquellos malagueños que ni poseemos locales comerciales en el centro de la ciudad, ni hemos heredado pisos, casas o edificios en esas mismas calles, ni podemos mudarnos a nuestros chalés de más allá de la Malagueta, desde donde no se comparte la ordinariez reinante hacia el norte y oeste de esa otra ciudad que desde allí se contempla. Fue Antonio Machado quien escribió “Qué maravilla, Sevilla sin sevillanos, qué maravilla”, hoy parece un lema para inspirar la acción de esta nueva doctrina urbana que Cassá y de la Torre profesan con fe de conversos. Málaga está siendo pensada para llenar los bolsillos de esos pocos especuladores que obtendrían buenos fajos de billetes si el centro histórico se convirtiera en una especie de Times Square de Nueva York, donde los comercios permanecen abiertos 24 horas para turistas que intentan reponerse del cambio horario mediante una buena dosis de Visa en vena. Mientras, los alquileres a autóctonos suben por toda Málaga al hilo de una ley de oferta y demanda que también aplicada a las condiciones laborales de una población que sólo dispone de la hostelería como único sector donde encontrar trabajo; eso sí, mediante contratos ocasionales e insolidarios que impiden que la riqueza generada por este diseño de ciudad-Tívoli sea repartida entre todos los bolsillos. Juan Cassá, el de C’s, que viene desde lejos para salvarnos, incluso ya ha calculado a cuantos habitantes hay que exiliar del centro para que los fondos de inversión especulen con calma. Ya digo, un pucherito malagueño, con mesa reservada para los elegidos, en un restaurante frente al mar, donde, tal vez, si somos sumisos, nos permitan mirar a los señoritos a través del escaparate.

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