No se preocupen, los perfumes no han tomado vida por interferencia del ultramundo durante Jálogüin. No. Su aroma favorito seguirá sobre la balda donde lo dejara, dispuesto a cumplir sus funciones. Ojalá pudiera en un domingo como hoy tirar de la alegría que a los malagueños nos insufla el sol de la mañana, y funambular sobre el espacio de las letras periódicas para que el lector se riera y, mediante su periódico, se evadiese un ratito de estas preocupaciones por la actualidad remitidas en un sobre de sinsentidos. Pero no. Los tiempos dictan su sentencia. Diversos medios inciden en que el boicot que, por lo visto, sufren los productos procedentes de las empresas catalanas significa un golpe también para la economía española en su conjunto. Me sorprendió que los bodegueros catalanes usen, por ejemplo, corcho malagueño para confeccionar los tapones del cava. A partir de ahora me asustaré menos cuando salgan disparados. Las factorías de pizza envasada emplean verduras extremeñas y alicantinas. En Zaragoza se lava gran parte de la ropa de cama que surte a la hostelería de la Costa Brava. Por simplificar la situación, el resto del Estado exporta a Cataluña producto en bruto e importa productos catalanes manufacturados; esto es, Cataluña se erige como la metrópolis que mantiene una relación colonial, según definición clásica, con el resto de las regiones, tal como sucedía entre el Congo y Bélgica, o Gran Bretaña y aquella India a la que Gandhi liberó del dominio británico, entre otras cosas, mediante una huelga que impidió la exportación de algodón a las fábricas de Manchester donde confeccionaban las vestimentas hindús. Las alarmas económicas demuestran, pues, que el acuciante sentimiento nacionalista catalán oculta ese sentimiento que siempre impulsó a los ricos a edificar zonas VIP protegidas de los pobres de al lado. No se trata de nacionalismo, se trata de insolidaridad.
De una crisis tan profunda como la que estamos viviendo se pueden extraer elementos positivos si se realiza una autocrítica por parte de todos los afectados, la sociedad española en su conjunto. El grave problema de España rima solidaridad con desigualdad entre regiones. Este fenómeno, como en Italia o Bélgica, ocasiona un desequilibrio impositivo. Los ricos concentrados en un área pagan más cantidad final, no mayor porcentaje, que el resto de pobres domiciliados en la misma calle. A partir de esa característica de la tributación social, los tramos altos del IRPF escupirán a la cara que los bajos son unos ladrones subvencionados, espíritu de los separatismos flamenco, milanés o catalán. Según Humboldt la lengua es el alma de los pueblos, yo creo que son las tarjetas de crédito. Los límites de la solidaridad son trazados por el tamaño del billete para ser solidario. Hay que entregar muchas toneladas de lechuga para poder pagar el escáner de un hospital. Desde Cataluña nos compran una verdura que regresa procesada y con un incremento de varias veces su valor. Como ya digo, una relación colonial, que podría ser llevadera siempre que por parte de los que acaparan los beneficios de este corral de mercado, existiese una idea de solidaridad, pero parece que no. En el caso catalán, el intento de ruptura, además, es jaleado por una izquierda empadronada en zona rica, que prefiere olvidar aquella doctrina de la unidad proletaria, lo que explica tanto charnego dispuesto a quemarse a lo bonzo envuelto en su estelada. La lección que estamos aprendiendo enuncia que las diferentes regiones de España se tienen que desarrollar por sí solas. Las ricas han convertido el estado social común en un grave problema. Si volvemos la vista hacia Andalucía, conozco empresarios que tuvieron que emigrar a Cataluña porque allí recibían más facilidades para montar su negocio. Hemos articulado un neocolonialismo ibérico al que la insolidaridad natural intenta extraer aún mayores beneficios mediante la erradicación de menesterosos de sus balances y, sin que se produzcan quejas por parte de las colonias a las que explotan. Cóbrame un corcho, págame una botella de cava y, encima, brinda por mí.