Otra sequía

13 Nov

Una vez más, la Junta prepara un decreto con medidas contra esta falta de lluvias que ahoga amplias zonas de la provincia de Málaga. Ese decreto es, sin duda, uno de los textos más fáciles de escribir para sus redactores ya por la costumbre. A veces, llega con una cierta gracia, casi a modo de fórmula mágica que conjurase las nubes con su publicación. Recuerdo que hace varios años, perdonen que sea impreciso, llovió al día siguiente de que el tal decreto apareciera en el BOJA. Fue un año de lluvias persistentes como nunca recuerdo haber vivido en mi sur tan luminoso como arisco con el campo en tantas ocasiones. Un personaje de Berlanga comentaba a sus contertulios que el mismísimo Caudillo le había confesado que ni siquiera él podía hacer nada para evitar la pertinaz sequía, esa que se apropió del adjetivo por su insistencia en visitar estos rastrojos del dios ibero. Las sequías asfixian tanto que sus víctimas intentan cualquier remedio, en ocasiones, tan incomprensible como el hecho de que la naturaleza no cumpla sus ciclos. Pero la naturaleza no ha firmado nada con el hombre. Santos puestos al sol en la plaza de los pueblos, o San Isidro con un bacalao entre los dientes, paseado a hombros por las tierras abrasadas, sintetizan los llantos a las deidades con los que los campesinos palian esa impotencia de no poder apedrear un cielo en rima permanente con traicionero. Cuando las tecnologías de la información se implantaron en las casas de aquella España en vías de desarrollo, la modernidad cambió los métodos de súplica por el verdor. Una asociación de agricultores castellanos envió una carta a Mariano Medina, primer hombre del tiempo en la televisión española, para exigirle que pusiera nubes en la zona del mapa que correspondía a sus huertos áridos. Y es que el exceso de sol seca el cerebro más que las lecturas de Don Quijote y desespera hasta a los malagueños que vivimos tan acostumbrados a esta bondad meteorológica que ya aturde y hasta arruina muchos hogares.

Como malagueño ya pasado de los cincuenta, no puedo sentir sorpresa ante una sequía que es un pesado profesional. Lo que me indigna desde hace décadas es que aún no contemos con una serie de infraestructuras que aseguren un agua, garante para la correcta marcha de los diferentes recovecos de nuestra economía. Los decretos aún prohíben riegos en el campo mientras el agua de las depuradoras se canaliza hacia el mar, como los días hacia la muerte. Los pantanos de la época franquista o la depuradora de Marbella que construyó Gil en el inicio de su mandato, pese a todas sus cargas de demagogia, parecen mostrar que las dictaduras o los políticos populistas son más eficaces ante la toma de medidas frente a este problema, que nuestros gobernantes democráticos que se pierden en elucubraciones mientras miran al cielo desde el chiringuito. Los textos sobre la sequía en Málaga constituyen un subgénero periodístico por recurrencia. El turismo, nuestra principal industria, junto con la agricultura, también necesita un flujo hídrico constante. El huésped que llega a un hotel hipnotizado por un sol de invierno tan extraño en las tierras del norte, no quiere saber nada de un grifo seco. Busca piscinas, instalaciones de spa, relax con baños y saunas, campos de golf adecuados y una par de cubitos de hielo en cada vaso de güisqui, quizás previos al uso del bidé. Uno de los documentales que se exhiben en los hoteles vascos para promoción de su tierra, incide sobre la gran cantidad de infraestructuras hidrológicas que se han construido alrededor de la lluviosa y fría Vitoria, el cinturón del agua lo llaman por allí. En Málaga seguiremos escribiendo artículos, columnas y reportajes sobre la sequía, en los pueblos pasearán a San Isidro o a los santos titulares con las bocas de madera llenas de sal, los ayuntamientos rogarán que introduzcamos botellas vacías, como cerebro político, en las cisternas, y yo me entregaré al Bacardí para solidarizarme con esta escasez crónica de agua que la Junta soluciona mediante decretos que se llevará la corriente de los años perdidos. Qué sed. Cuánto inútil nos gobierna.

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