Durante la semana anterior fue realizado en Ronda un congreso promovido, entre otros, por la Universidad de Málaga para reivindicar el ideario de Francisco Giner de los Ríos Rosas, nacido en aquella ciudad en 1839. Falleció en 1915 a efectos bioquímicos y forenses, no vitales. Una buena parte de sus conceptos pedagógicos, en plena vigencia por lúcidos, aún se están expandiendo, con mucha dificultad, un siglo después. Hay personas que vivifican y personas que pasan por este mundo sin dejar nada a cambio. Cada uno desde sus posibilidades. Francisco Giner supo articular un tipo de razonamiento del que, en gran parte, su propia familia se hizo constructora. Si me permiten, recorré algunas alcobas de esa casa. En su Institución Libre de la Enseñanza, se convirtió en maestro de su sobrino Fernando de los Ríos Urruti, rondeño nacido en 1879, jurisconsulto, embajador y ministro de Estado del gobierno republicano en el exilio que murió en su destierro neoyorkino durante 1949. Ese mismo afán por la justicia social y el pensamiento libre de la mano de la sensatez, arraigó también en el sobrino nieto de Francisco, esto es, Francisco Giner de los Ríos Morales, magnífico poeta y político republicano nacido en Madrid en 1917, malagueño de corazón. Murió en 1995 en nuestra tierra de la que durante tanto tiempo la dictadura de Franco lo mantuvo alejado. El caso es que la semblanza del gran patriarca de esta familia demuestra que los conceptos que sitúan al humano en el centro de la mirada, dan frutos incluso en la lejanía. La evolución, más que revolución, que soñaba Francisco Giner no hablaba sino del viaje y la experimentación como métodos de aprendizaje. La benemérita Institución Libre de Enseñanza no cultivaba otra modernidad sino la de aprender en un ambiente agradable y preparado para ello, donde los escolares asistían a un concierto por la tarde o a una conferencia por la mañana sobre los últimos avances científicos. Nada espectacular desde nuestro punto de vista, pero hasta en estos días, es complicado encontrar un centro educativo con tales características por más que gran parte del profesorado encamine sus esfuerzos hacia ello.
Hace algunos años, de la mano de mis amigos Enrique Fernández y Gaby Beneroso, trabajé en la documentación fílmica de la vida de la malagueña revista “Litoral” (1926) resucitada en México (1944) al amparo del cordón umbilical de su fundador Emilio Prados, entre otros. Empujados por el devenir del guión fuimos a Nerja para entrevistar a María Luisa Díez-Canedo, viuda de Francisco Giner, el sobrino nieto, claro está. Era una agradable tarde de verano y fue un encuentro emotivo donde hablamos de todo, excepto de todo lo que íbamos a tratar. Para los tres nos queda en la retina y la memoria aquellas preciosas horas. La preparación del encuentro significó una profundización en la vida de los exiliados españoles en México tras la Guerra Civil. Puedo afirmar que, a pesar, del cainismo demostrado por los generales de aquella España que venció, jamás, nunca, de ningún modo ni en ningún espacio o documento, aquellas mujeres y hombres arrojados al destino como basura al mar, perdieron su amor por España. En cada barco viajó España en el corazón. En estos días conviene el recuerdo del abuelo Giner, tanto como el de Unamuno, Machado padre, Azaña, Alcalá Zamora y el de todos aquellos que imaginaron España como una sociedad y no como aquel reducto de esclavos a la sombra de Caín. La gran victoria de Franco consistió en hacer creer que España era suya. Una buena parte de la izquierda, en efecto la ha entregado, seducida por la idea de destruir España aunque no sepa qué construir después en su limbo de Aristóteles. En España sobran ideologías y faltan ideas, empachan las doctrinas, los dogmas, los pre-juicios y la emoción, mientras están ausentes la investigación, el razonamiento y el afán de construir. En efecto, la obra de Francisco Giner de los Ríos aún no se ha llevado a cabo.