Que llueva, la Virgen de la cueva… Con la lluvia regresan aquellos ecos infantiles del coro de la patata. Para nosotros los sureños, la llovizna activa la memoria y el verdor de las plantas de temporada, como si la tierra hubiese infiltrado sus semillas en la rueca del recuerdo. Cuando era pequeño llovía más. La mirada ha acumulado todas las borrascas. Las unió en un almanaque comprimido que borró aquella pertinaz sequía de la que se lamentaban los periódicos en tiempos de Franco. Ni el mismo Caudillo la podía evitar, se lamentaban. Cada cierto tiempo, las gentes de los campos ponían bacalaos y otras salazones en la boca de la imagen del santo y lo sacaban en procesión para que contemplase los rastrojos quemados que imploraban misericordia a los cielos. Los científicos, asesinos para la magia de las ilusiones, ya avisaron que estos episodios de las nubes desdeñosas, como amantes despechadas o despechados, tienen más que ver con las corrientes de agua del Pacífico que con la voluntad del altísimo y nuestros pecados. Llueve hoy domingo, mientras escribo estas líneas. Llueve como tiene que gotear la derrota sobre el cerebro de Macgregor, como un resquemor apenas, como debería de ser siempre el trascurso de nuestra existencia, un reír y llorar pero sin convulsiones. Esperemos que los pronósticos yerren este lunes y la lluvia sea abundante e insistente pero que traiga mejores intenciones que los humanos con los mismos humanos. Podríamos innovar las tradiciones y exhibir a los beatos titulares a la intemperie en la plaza de cada pueblo para que cuiden de que las riadas sean mansas por la cuenta que les trae. Los arqueólogos han descubierto que fueron los ciclos de sequía los que provocaron el abandono de ciudades malditas en la Biblia como Ur de Caldea, patria de Abraham. Será verdad aquella frase atribuida a Einstein de que dios no juega a los dados; todo tiene una lógica que nuestros políticos no comprenden por tanta falta de razón como sobra de ignorancia.
Que llueva que llueva, que fatal lo pasan en Fuente de Piedra, podríamos canturrear mirando al cielo. Ya no se habla de la pertinaz sequía; ahora se habla de camiones cisterna que dejan estampas cercanas a aquel subdesarrollo enquistado, por desidia gubernamental, en varias poblaciones de la zona norte de nuestra Málaga. Que llueva este lunes porque lo que no caiga del cielo parece que no va a ser gestionado por nuestras autoridades incompetentes en la materia, tanto de Diputación como de la Junta. Aunque ahora corren por tierras de Europa ventoleras de eurofobia, imploremos, además de por lluvia, porque la Unión no se diluya entre las tempestades. Nos quedaríamos solos bajo el arbitrio de estos que buscan en la política una salida al paro. Así, el consejero José Fiscal, en vez de ocultarse, inauguró hace unos días la obra de la depuradora del bajo Gudalhorce que limpiará vertidos de Coín, Álora y Pizarra, unas cien mil personas dejarán de enviar sus detritus al río que va a dar a la mar, como nos enseñó Jorge Manrique. La depuradora entrará en servicio en 2019. En realidad, las obras se acometen por las multas europeas impuestas al sucio reino de España. Esto es como si una familia viviera de regentar un restaurantito pero no eliminase las cucarachas si no interviene el departamento de sanidad pública. Nuestra provincia vive del turismo. Durante los años del ladrillo y el pelotazo, el dinero se invirtió en champañas antes que en agua. La provincia de Málaga carece de las infraestructuras hídricas esenciales. Ni para los grifos ni para los retretes. Camiones cuba y familias que pueden perder el tiempo en desplazarse y cargar con botellones como aquellas estampas de mujeres en el pozo. Fotografías actuales de una dejadez de funciones tan inexplicable como los excrementos vertidos hacia ríos y playas. Que llueva, que llueva, que a la bella Málaga, solo el buen dios riega. Cuando ni la Diputación ni la Junta ponen a nuestros males remedio sólo nos queda eso, cantar por si acaso. Que llueva.