Con los años uno comprende que la vida iba en serio y que todo nuestro paso por este mundo se resume en la canción de Kiko Veneno que da nombre a este texto. Joaquín Marín, el primer director de La Opinión, murió la semana pasada pocas horas después de que yo recibiera en mi móvil la noticia de que Fernando Sánchez, escritor también de este periódico en la etapa de Joaquín, había presentado un nuevo libro suyo sobre el gastrónomo vasco Juan José Lapitz, y en San Sebastián. Varios sueños cumplidos de una sola vez. Fernando, malagueño, quería ser escritor y periodista, además le encanta la gastronomía y lleva trabajando en ese campo un montón de años y, encima, adora Euskadi y, por supuesto, los fogones de aquella tierra donde aprendió a cocinar. La presentación de un libro en aquellos altares de las ollas y las salseras colma las expectativas de cualquier autor especializado en tales materias. Málaga debe sentirse orgullosa de que uno de los nuestros haya realizado tal conquista, uno de los muchos a quienes Joaquín Marín nos dio la oportunidad de saltar al cuadrilátero del papel para noquear la actualidad de cada jornada. Recuerdo que estábamos en el Mariano cuando, o Álvaro García o yo, le presentamos Fernando a Joaquín. Fernando le dijo a Joaquín que escribía todos los días en los principales periódicos de España. Ante el gesto de extrañeza de nuestro director, Fernando le explicó que cada mañana cogía un lápiz y sobre la cabecera de los periódicos escribía el nombre de quien lo hubiera reservado. Su familia tenía un quiosco. Joaquín se rio y le concedió la primera oportunidad para que Fernando demostrase lo que le gustaba hacer, escribir dentro de los límites de estas columnas en las que diseccionamos, sazonamos y limpiamos aquello que el lector quiere saber, si me permiten que use la metáfora culinaria. Al fin y al cabo, quienes redactan la prosa matutina, toman un producto al natural y lo sirven procesado sobre una mesa, si puede ser, junto a un sombra doble con pitufo y que ustedes lo disfruten, y mira que es difícil a veces no cerrar ojos y oídos ante lo que sucede.
Joaquín tenía las ideas claras acerca de lo que debía ser un periódico. Lo recuerdo en varias charlas. De no muchas páginas, rentable y con trabajadores bien pagados. Quizás el signo de los tiempos le ha ido dando la razón en varios de aquellos asertos. A muchos de nosotros, además, nos incidía en que el periódico era de Málaga y tenía que tener la mayoría de los focos sobre Málaga. Los columnistas que llegamos al periódico por su generosidad, fuimos muy pronto conscientes de que él nos quería para que sirviéramos a la ciudadanía que tiene la bondad de pagar por situarse frente a lo que la rodea, esto es, aquello de Juan de Mairena de lo que pasa en la calle. Joaquín no quería lucimientos de estilo, ni alardes de ventoleras en prosa, quería denuncia y calle, mucha calle, así nos lo dijo con su gin-cola de Larios en la mano, porque era malagueño hasta para las marcas de consumo. Fernando Sánchez había querido ser periodista desde niño; por diversos motivos tuvo que estudiar Filología Hispánica. Tras su paso por La Opinión, cuando ya comprobó que aquel trabajo le gustaba, cursó sus estudios de Ciencias de la Comunicación en Euskadi, donde también se sumergió en las artes culinarias y se doctoró mediante un magnífico trabajo sobre el artículo periodístico gastronómico, que tuve el honor de conocer en mecanoescrito. Y creo que eso es lo que a Joaquín le gustaba de Fernando, que veía en él un luchador, por más que algunas veces le regañara porque había asumido entre sus líneas más riesgos de los prudentes. Fernando es así y nunca le importó usar una actitud y prosa de choque contra lo que él considerase una situación injusta. Ahora va recogiendo los postres del triunfo y del reconocimiento en otras tierras donde ya lo consideran profeta. Y así es la vida, como aquella frase final de El gran Lebowski: unas veces cazas al oso, otras el oso te caza a ti. En fin, reír y llorar. Descansa en paz, Joaquín. Muchas felicidades Fernando, aurrera.
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