En este 1 de mayo

No creo que ningún tiempo pasado fuera mejor, pero sí más lento. Hasta el siglo XX, los cambios sociales, positivos o negativos, se extendían con torpeza de melaza. Las reivindicaciones obreras se cifraban casi en peticiones de pan y dignidad para todos. Las familias enteras despertaban a la adolescencia y a la vejez en la misma fábrica, mandadas por los mismos patronos. La inimaginable quietud de las sociedades industriales. En nuestra Andalucía la mayoría de los pueblos pertenecían, así con ese verbo, al señorito que los hubiera heredado. Una sangrienta lucha obrera y dos guerras mundiales, consiguieron en nuestro occidente europeo sociedades libres con niveles de bienestar nunca imaginados. Conjuraron el miedo al futuro. Cualquier vejete inglés antiguo operario vitalicio de la siderurgia de Glasgow, pongamos, hoy sólo se pregunta sobre su hamaca al sol de Fuengirola que dónde está la botella de mezcal y a qué hora retransmiten el siguiente partido de fútbol. Un estado psíquico y físico más que envidiable para el noventa por ciento de la población mundial, por poner una cifra piadosa. La gran masa humana actual oscila sus cuestiones desde la incertidumbre por si verá un nuevo día, hasta si se contemplará jubilado con una botella de mezcal junto a sí frente a un atardecer de playa en Cancún tan calmo como sus inquietudes. Han sucedido pocos 1 de mayo todavía para que este mundo cambie. Ningún tiempo pasado fue mejor; tampoco tan vertiginoso. El petardazo que dieron aquellas empresas Puntocom anunció el cambio; la velocidad con la que los sectores productivos de vanguardia iban a emerger y hundirse, las variaciones tan brutales con las que los empleados y empresarios de industrias tradicionales, incluso de alta cualificación, tendrían que adaptar conocimientos, habilidades, arraigo, relaciones familiares, ahorros y, en definitiva, toda la existencia. Nos gustará o no, pero como ratifican los colegas apoyados en la barra del bar de modo inapelable, ezo es azín.

En nuestro entorno europeo, pocos trabajos y condiciones laborales van a ser ya para toda la vida. Hoy arrecia el miedo al futuro, la incertidumbre que conlleva la elección de cada camino y su cuota de éxito o fracaso. Por favor, que alguien me pase la botella de mezcal. Hemos reproducido aquellas condiciones que condujeron a gran parte de nuestras sociedades europeas a apostatar de la libertad y se uniformaron en uno u otro bando. Erich Fromm dixit. El discurso rupturista de esos políticos catalanes, hermanados con unos anarquistas que no creen en el Estado, pero que contribuyen a la creación de un Estado que rompa el Estado, encandila a las masas que consideran que terruño rima con refugio, como si alguien pudiera erigir los muros de una Arcadia donde no se consumiera más que producto payés pero al mismo tiempo se mantuviera un alto nivel de vida mediante la exportación fabril al resto del planeta. Esto es, juego al juego del mundo pero con mis propias reglas. Idéntico discurso alienta Le Pen en Francia donde jura por los pelos chamuscados de Juana de Arco que allí no entra un emigrante más y que, encima, detendrá toda la globalización y deslocalización de empresas, una vez independizada de Europa. Esto pronunciado con la r gutural francesa, le otorga una cierta comicidad. Trump ha alcanzado sus metas gubernamentales mediante este mismo camino que ya deja promesas incumplidas, salvo las del proteccionismo. Podríamos hablar del doloroso Brexit, de las amenazas de Escocia, de la ultraderecha holandesa, del nacionalcatolicismo polaco, o de los chúngaros, palabro que invento para definir a los húngaros chungos, que también los hay maravillosos. Cuando encuentre mi botella de mezcal, brindaré por tanto profeta que nos atenaza durante este primero de mayo. El miedo se disuelve en el fortalecimiento de la solidaridad social, de la cohesión y de la unión de los pueblos. Arraiga perenne tras los muros que erigen los salvapatrias que expanden a voces la irracionalidad. Ojalá estén calladitos este 1 de mayo. Pero no.